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Jimin no recordaba una vida tan monótona ¿desde? Nunca, esa era la respuesta. El chico jamás había pasado un día de su vida sumido en el desgano total, levantándose únicamente para tomar uno que otro café y picotear restos de comida que pedía en el restaurante de en frente, pero ahí estaba ahora, en una perfecta mañana de invierno que para el se sentía como el día más frío y desolador de su existir. No le sorprendía, absolutamente todos sus días se sentían así y para honrar su rutina lastimera desde que volvió a la vida, como es solía decir, dió el primer sorbo a su café negro y amargo de la mañana, ese seguramente sería todo su desayuno, tal vez hasta su almuerzo ¿y por qué no su cena también? Después de todo, el se levantase de la cama a preparar esa triste bebida era casi un logro para el. Se sentía miserable.

Apoyado sobre la pequeña isla de la cocina se dedicó a perderse en el vapor que parecía danzar felizmente en esa atmósfera sin vida donde el vivía, el agua comenzaba a hervir, pero Jimin estaba tan perdido en su interior lleno de memorias como para notarlo. Bailaba libre y feliz, tan delicado, tan preciso. Tan Park Jimin. La forma en la que el escenario le quedaba pequeño y como los ojos de quienes lo veían parecían a punto de salirse de sus cuencas, embelesaba a todos y al el mismo cuando se sentía abrazado por la música, guiado por ella a la más hermosa libertad que algún día conoció. Cara giro, cara salto, cada paso, cada movimiento corporal que hiciese, todo era digno de admirar por horas interminables. Iluminado por los grandes reflectores, aplaudido por grandes multitudes, su nombre en boca de todos y siendo aclamado por su público. Esa era su vida, y se desvaneció tan rápido como el vapor en la habitación. El artefacto pitó, haciéndolo parpadear, el agua estaba lista. Y el no más en los escenarios, sino en su lúgubre cocina.

Volvió a su habitación con la taza en mano. Había estado dando tantas vueltas en ese pequeño cuarto que juraba haberse memorizado cada rincón e imperfección en el. Tenía miedo, esa era la cuestión. Este le llenaba el cuerpo de punta a punta, consumía absolutamente todo su ser y le obligaba a seguir en el dormitorio dando más vueltas, vueltas que aumentaban su ansiedad al punto de arañar su cuello sin poder respirar. Sus manos temblaban sudorosas y todo le molestaba, aunque estuviera totalmente solo, sin alguien que siquiera se preocupe por el en ese estado. Entendió que era sí mismo lo que le generaba tanta incomodidad y fastidio.

Un sorbo largo le quemó todo el trayecto hasta su estómago, hizo una mueca de dolor y apoyó la taza vacía de golpe contra la pequeña mesa de luz, día a día hasta el más amargo y caliente café iba perdiendo el gusto. Rió mientras caminaba con los ojos fijos en la vista de su ventana, porque como si no fuera poca la tortura que el mismo se proporcionaba desde el abrir hasta el cerrar de sus ojos, esta le mostraba una perfecta imagen del enorme puente por el que todos los días se recrimina haber pasado. Se detuvo a observar el lugar, pero no tanto, sacó de inmediato la vista cuando su pecho oprimirse, ya tendría tiempo de proyectar toda la secuencia en su cabeza y no poder dormir de noche por ello.

Sacó su abrigo del armario saliendo casi disparado de la habitación y departamento. No soportaba más ese lugar, le sofocaba, pero últimamente todos los lugares le hacían sentir igual en algún momento, así que no había más remedio para el que acostumbrarse. Caminó calles abajo pensando si realmente tendría la fuerza suficiente para poder sobrellevar la situación que se le avecinaba como una avalancha enorme de nieve, se sentía totalmente aplastado por ella y no siquiera estaba cerca de que está comenzara. Si tenía suerte, encontraría lo que buscaba en su buena dirección y es que conociendola, sabía que aún seguía allí, no esperándolo claro, ya se había hecho la firme idea de que eso jamás sucedió. Pero sí estaba allí, probablemente siguiendo con su vida de alguna forma que le permitiera olvidarlo, a él y a toda la desgracia que acarreó. Nunca pensó llegar tan rápido a un lugar, pero usualmente las cosas sucedían así, lo malo llega rápido y lo bueno parece siempre perderse entre muchas calles antes de llegar. Levantó la vista al enorme edificio, caminó hacia la entrada y directo a las escaleras, quinto piso, apartamento 23.

Coma |P. JM|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora