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La fría luz de las calles se colaba muy intrusa en la habitación del chico con la mirada más muerte que podría estar pisando la tierra en esos momentos, o por lo menos eso era lo que Jimin se repetía a sí mismo cada vez que miraba su reflejo en el espejo del baño.

Casi una semana completa había pasado desde la última vez que salió de su departamento. Luego de aquella noticia, la pena y culpa le pesaban tanto, resultandole imposible hacer otra cosa que no fuera revolcarse miserable bajo sus sábanas. Olvidó la última vez que en su cuerpo entró otra cosa que no fuera el humo de unos cuantos cigarrillos, alcohol y litros de amargo café negro, pero aquello no era algo que le importase mucho a alguien que cerraba sus ojos con la esperanza de no abrirlos nunca más. Cuando lo hacía, claro. Porque en lo que iba de esa semana, Jimin podría contar con los dedos de una sola mano cuántas horas había podido conciliar el sueño.

Miraba fijo el oscuro cielo invernal que se veía a través del cristal, no es como si estuviera buscando respuestas en el firmamento o algo por el estilo, solo no se sentía capaz de hacer otra cosa que no fuera esperar a ver si la muerte se compadecía de él y por fin se lo llevase. Aunque a esas alturas de su vida, comenzaba a creer que la parca simplemente hacia la vista gorda cuando se trataba el, tenía muchas pruebas de ello. Se acurrucó cuando sintió sus ojos arder al extremo, últimamente parecía que habían tomado el control de si mismos y  simplemente goteaban como una canilla fallada. Durante largas e interminables horas.

Escondió su rostro unos segundos bajo la manta para tratar de secar sus lágrimas, pero lo había hecho tantas veces sin parar, que no había parte de la tela sin humedad fría, Jimin tanteó varias veces con sus labios buscando algún sector seco y tibio donde hundir su rostro, pero este no existía. Tenía que cambiar de manta, tal vez en algún momento lo haría.

Miró la hora, 23:45. Y lo único que había probado en todo el día fueron los restos de un licor que su padre le había regalado, el decía que era para que invitarle una copa a sus visitas para finalizar una velada. Pero a Jimin no lo visitaba ni las almas en pena, así que empezó y terminó la fuerte bebida el solo. Su estómago punzó fuerte, no había que ser muy inteligente para saber qué era causado por sus horribles hábitos, así que sin preocupación alguna e ignorando toda señal que su cuerpo le daba para que parase de hacerse daño, salió de su cama en busca de una taza de café.

No se le antojaba en lo absoluto, pero el piso de su habitación regado de botellas vacías de alcohol era una clara muestra de que ya no había más nada en todo el departamento que pudiera emborracharlo. Aventó la enorme manta a un rincón de la cama y salió pateando cada botellón que se le interponía en medio de sus desequilibrados pasos.

Sabía que aún le quedaba algo de café, estaba seguro de ello, aún cuando tenía el frasco vacío frente sus ojos, era imposible haberse terminado los tres que había comprado hacía un par de semanas atrás en menos de siete días. Hurgó brusco en las alacenas, tumbando paquetes, frascos, vasos, utensilios. Todo iba en dirección al suelo con destino a romperse, derramar algo o hacerse resonar contra el suelo del lugar, pero a él poco parecía repercutirle tal escándalo, incluso cuando no hubo más nada en los muebles y confirmó que tampoco le quedaba café, ignoró olímpicamente los vidrios rotos y todo el enchastre que había hecho.

Otra puntada fuerte le aturdió todos los sentidos, presionó su estómago cuando llegó la segunda y con ella un sabor a su boca que lo produjo incontrolables ganas de vomitar. Pero aunque no tuviera nada dentro de sí que su cuerpo pudiera expulsar, le dió una arcada tan fuerte que sintió su garganta quemarle fuertemente. No vomitó nada, así que limpió el hilo de saliva de colgaba de su boca, percatándose de como en este habían pequeñas cantidades de sangre. Pero había sido una arcada muy fuerte. Pensó. Así que su garganta debió sangrarle un poco. No le dió muchas vueltas al asunto, menos pensó por qué habría sangre allí, ningún escenario  de su vida le importaba como para que estos ocupasen su mente y lo llenasen de preocupación o miedo. Esa noche, solo quería beber y mandar un poco más al diablo eso que el llamaba vida.

Coma |P. JM|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora