Capítulo 14

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𝚞́𝚕𝚝𝚒𝚖𝚘𝚜 𝚌𝚊𝚛𝚊𝚖𝚎𝚕𝚘𝚜

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Xue Yang se encontraba en el pequeño huerto que construyó Song Lan. Jugaba con el pequeño Xingchen y bromeaba cuando tenía la oportunidad.

—Eres un glotón, no te sacias con nada de lo que te doy. —Regañó al bebé que intentaba morder una manzanita—. Aún no tienes dientes, pequeño ciego. —De la canasta que tenía al lado, le ofreció un pedacito de plátano—. Esto es más suave y dulce, no quiero que llores o Zichen me castigará.

Mientras tanto, Song Lan regresaba de un arduo día de trabajo. Hoy tuvo la suerte de haber vendido todos los vegetales que había cosechado en el huerto de casa del ataúd. Jugaba con el saquillo de dinero y sonreía al pensar que podría comprar más cosas para su nueva familia.

—Tal vez un par de dulces, ropa para Xingchen y también una cuna. —Por fuera, era un serio y frío cultivador, pero por dentro estaba brincando de alegría como un niño pequeño. Llegando a casa del ataúd, buscó a su pareja por todos los alrededores, encontrándolo comiendo los últimos caramelos que había comprado.

—¡Song Zichen! —exclamó con alegría, corriendo junto al pequeño Xingchen en brazos.

—No corras, Xingchen puede marearse. —Regañó con cariño y acarició la mejilla de su amado.

—Todo el día estuve solo, no había mucho que hacer por aquí. —Entregó al bebé ciego a su ahora padre e invitó a su pareja a descansar y beber una taza de té.

La Casa del ataúd comenzaba a tomar forma y llenarse de colores. La niebla venenosa desapareció por completo y las lindas flores comenzaron a crecer. Cada vez los habitantes subían para ofrecer mercancía o saludar a los nuevos dueños de aquella casa. No solo el lugar retoma color, sino la vida del delincuente y taoísta. Pasaron tantos meses en tranquilidad, sabiendo que ningún clan los estaba buscando, incluso pudieron salir de paseo junto al bebé Xingchen.

—Song-gege, deberíamos comprar algunos caramelos. —Dijo con una voz aniñada, rogando con los ojitos de cachorro.

—Pero procura no comértelos todos. —Otra vez cayó en los encantos de su novio y llevó dos bolsas de caramelos.

El camino a casa era relajante, Xingchen balbuceaba y reía cuando podía. Esos tiernos sonidos llenaron de calidez el corazón de ambos cultivadores.

—Xingchen, otra vez ya estás baboso. —Refutó Xue Yang, limpiando con la manga de su túnica la babita que caía de la boca de Xingchen.

—Es normal que haga eso, no lo regañes. —Defendió Song Lan.

—Pues yo no pienso lavar tu ropa toda babosa, ya van dos veces que XinXin mancha la ropa con su saliva.

Hasta las discusiones eran divertidas. Xue reclamando por cosas incoherentes y Song Lan defendiendo a su pequeño hijo de los regaños de su novio. Llegaron a casa y guardaron todas las compras en su debido lugar. Xingchen estaba cansado, quedado completamente dormido en los brazos del taoísta. Con una sonrisa en sus labios, el mayor llevó al bebé a su ataúd, lo arropó y suspiró con tranquilidad.

—No puedo creer que todo esté marchando bien. —Interrumpió Xue Yang—. Ocurrieron tantas cosas que creí darme por muerto.

—Yo solo agradezco no haberte asesinado aquella vez. —Con una serena mirada y sutil sonrisa, Song Lan dijo—: Si no fuera por esta oportunidad, estaría vagando por los pueblos con mi completa amargura.

—Un amargo y vago siempre fuiste. —Bufó Xue, provocando un leve enojo en su pareja—. Oh, daozhang Zichen, era solo una broma.

Sin importar cuanto tiempo pase, Xue Yang seguirá siendo el joven pesado que conoció aquella vez. Solo que esta vez, pudo entender el humor negro que tenía el menor, teniendo que soportar aquello o, en ocasiones, tener que corregirlo.

Cuando las estrellas pintaron el cielo nocturno y la luna se asomaba para ver los distintos rincones de ciudad Yi, la pareja estaba acostada en cama, pero no durmiendo precisamente.

—Ah, un mes sin cultivación dual y te pones salvaje. —Su rostro colorado y cabello desarreglado excitó más al cultivador que observaba desde arriba.

—Calla. —Ordenó Song Lan, continuando con las embestidas y húmedos besos que recorrían cada parte del delgado cuerpo de Xua Yang.

El ambiente romántico y caliente inundaba aquella habitación. Los sonoros gemidos de Chengmei retumbaban en los oídos de su pareja y los fuertes brazos rodeaban su pequeña cintura. Las miradas no se desconectaron en ningún momento, los puntos brillantes del cielo pintaron los ojos azabaches del menor cual lienzo nocturno. Una digna imagen para el cultivador que admiraba cada detalle de su rostro brillante y pálido.

—Te amo.

—Ah... eres tan cursi. —Xue acarició la mejilla del taoísta y contestó—: También te amo, Song-gege.

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Ojalá puedan entender ciertas cosas. 

¿Saben por qué Xue se queda en casa?

Bueno... eso se los dejaré a su criterio y deben tener en cuenta que no escribo las historias dejando un hueco vacío.


𝐀𝐦𝐚𝐫𝐠𝐚 𝐃𝐮𝐥𝐳𝐮𝐫𝐚 - 𝐒𝐨𝐧𝐠𝐗𝐮𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora