lune décroissante {LS}

Capítulo 3.

—Podéis ir en paz.—el sacerdote finalizó con esas palabras la misa del domingo. Todos se levantaron y comenzaron a salir de la pequeña iglesia.

—¡Harry!—exclamó Louis intentando alcanzarle entre la multitud mas este andaba bastante rápido junto a su rubio amigo haciendo como si no escuchase la llamada de su compañero.—¡Harry, espera!—le agarró de la capucha de su sudadera, una vez lo alcanzó, obligándole a parar.—¡Pareces un crío!

Es que lo soy, quiso decir. Y realmente lo era, recién había cumplido dieciséis años. Le faltaban muchas experiencias por tomar, caminos por seguir, ni siquiera había dado su primer beso...no había vivido ni la mitad de su vida. Era un mocoso, un crío, un enano y todos los sinónimos posibles. Debía aprender que eso estaba bien, que era normal, era el ciclo de la vida, siempre sería así. Eso le habían enseñado sus padres y quería intentar guardarlo en su memoria lo máximo posible, porque eso le ayudaba más de lo que era consciente. Tiempo al tiempo, simplemente disfruta el momento, le dijo su madre una vez; él estaba tumbado en el sofá con la cabeza sobre las piernas de Anne, que estaba sentada, ella le acariciaba los ricitos y él cerraba los ojos.

El rizado miró a Niall, por primera vez quería que el rubio respondiese por él. No le importaba lo que dijese, simplemente no quería discutir y menos en medio de la ermita.

—Tenemos que irnos o llegaremos excesivamente tarde y, aunque sea de divas, no está bien ir tan atrasadas a los sitios.—era cierto, el menor había quedado con una de las monjas. El mediano agarró a su amigo del brazo, como los padres hacen cuando llevan a su hija hasta el altar. Se alejaron a paso firme, sin mirar atrás e ignorando las maldiciones del castaño. El teñido se había pasado, probablemente eso le trajese problemas más tarde.—De nada.—sonrió cuando estaban lo suficientemente lejos.

—Gra-gracias.—aún estaba sorprendido.

—Por favor, solucionarlo ya, no puedo estar así el resto de mi vida, aspiro a mucho más que esto —suspiró. Harry asintió, tan solo para que se callase de una vez y entró a la sala donde le esperaba una de las hermanas.

Una habitación básica, de paredes pintadas de color blanco que provocaban tranquilidad y la hacían ver más amplia. Tenía algunos pequeños cuadros abstractos decorando estas junto a un reloj analógico. También había algunas estanterías, en ellas podías encontrar: libros, carpetas, fichas, documentos, etc. Había un diván al lado de una mesita, frente a ella una silla. Sin embargo, la señora estaba sentada en otra con patas de rueda que había en el otro extremo del cuarto. Allí había un escritorio, sobre él unos papeles desordenados, al igual que había otra silla en la que se sentaría Harry.

—Bienvenido.—sonrió organizando unos folios.—Empecemos por algo sencillo, ¿Qué ves aquí?—le mostró una mancha negra que se podría hacer pasar por una nube que se desvanecía. Sin embargo, no era eso, no para Harry, y la monja lo sabía perfectamente.

***

Su corazón paró de latir durante un segundo. Era un día soleado; sin embargo, el cielo se había vuelto gris y no eran las nubes las causantes de aquello. Ojalá. Venía de su casa, un humo negro ascendía hacía el cielo tiñéndolo. Algunos pedían que llamaran a los bomberos y a la policía mientras corrían para alejarse lo máximo posible de allí, estar cerca era peligroso. Nadie sabía cuál había sido la causa del incendio, así que no se descartaba la posibilidad de que en cualquier momento su hogar explotase. Todos estaban asustados. De fondo se escuchaban las sirenas de los rojos camiones mas aún estaban demasiado lejos, no llegarían a tiempo.

Todo era caos y pánico en Holmes Chapel.

Era ocho de febrero y Harry jamás lo olvidaría.