45. Neófita

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Encima de mi cabeza refulgía una luminosidad cegadora, a pesar de lo cual todavía era capaz de ver los hilos incandescentes de los filamentos dentro del globo de la bombilla y distinguía todos los colores del arcoíris en la luz blanca, y al borde ...

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Encima de mi cabeza refulgía una luminosidad cegadora, a pesar de lo cual todavía era capaz de ver los hilos incandescentes de los filamentos dentro del globo de la bombilla y distinguía todos los colores del arcoíris en la luz blanca, y al borde mismo del espectro, un octavo color cuyo nombre no conocía. Se percibía todo con una inusitada claridad. Los contornos eran precisos y definidos.

Más allá de la luz pude distinguir los granos individuales de la madera oscura en el techo que nos cubría. Debajo de él, veía las motas de polvo flotar en el aire y aquellos lugares a los que llegaba la luz distintos y separados de los oscuros. Giraban como pequeños planetas, unos moviéndose alrededor de otros en un baile celestial.

El polvo era tan hermoso que inhalé sorprendida. El aire se deslizó silbando por mi garganta, haciendo girar las motas de polvo en un embudo. Me pareció que algo iba mal. Reflexioné y me di cuenta de que el problema era que no sentía ningún alivio al respirar. No necesitaba el aire, y mis pulmones no me lo pedían ya. Es más, reaccionaban de forma diferente al llenarse.

No necesitaba el aire, pero me gustaba, porque me permitía saborear la habitación que me rodeaba, aquellas encantadoras motas de polvo, la mezcla del aire viciado con el flujo de una brisa ligeramente más fresca que venía de la puerta abierta. Probé también un olorcillo suntuoso a seda. Y por encima de todo, pude saborear un aroma, mezcla de miel, lilas y sol, que era el que predominaba sobre todos, el de aquello que tenía más cerca.

Escuché el sonido de los demás, que volvían a respirar de nuevo, ya que yo también lo había hecho, desde el piso de abajo, en la sala. Su aliento se mezcló con el de miel, lilas y luz de sol, mostrando otros ingredientes. Canela, jacinto, pera, agua salada, pan recién hecho, pino, vainilla, cuero, manzana, musgo, lavanda, chocolate... Necesité usar más de una docena de comparaciones en mi mente, aunque ninguna de ellas le encajaba a la perfección. Era algo tan dulce y agradable.

La televisión del piso inferior estaba apagada, y escuché a alguien cambiar su peso de un pie a otro. También distinguí el sonido de un coche pasando con las ventanillas abajo. Pegué un respingo. ¿Acaso podía oír la autovía desde aquí?

No caí en la cuenta de que alguien me sujetaba la mano hasta que ese alguien me la apretó con dulzura. Del mismo modo que antes había tenido que ocultar el dolor, mi cuerpo se cerró de nuevo debido a la sorpresa. Ése no era el contacto que había esperado. La piel era del todo suave, pero con una temperatura equivocada, porque no estaba fría.

Después de ese primer segundo paralizado por la sorpresa, mi cuerpo respondió al tacto poco familiar de un modo que me chocó aún más.

El aire siseó por mi garganta, salió disparado por entre mis dientes apretados con un sonido sordo y amenazante, como el de un enjambre de abejas. Antes de que el sonido se apagara, mis músculos se agruparon y arquearon, retorciéndose para apartarse de lo desconocido. Salté sobre mi espalda con un giro tan rápido que debería haber convertido la habitación en un borrón incomprensible, pero no fue así. Seguí viendo cada una de las motas de polvo, cada astilla de las paredes cubiertas de paneles de madera, cada hilo suelto con detalles tan microscópicos que mis ojos giraron a su vez.

nightfall | jasper haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora