26. Cuando se fueron

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Octubre: el peor mes.

Me mantuve aislada. No salí de mi cuarto más que para ir al baño, comer un poco (y eso sólo cuando sentía que estaba a punto de desmayarme) e ir a la escuela. Casi no presté atención a las clases, no hice muchas tareas y falté a todos los entrenamientos de béisbol. Por supuesto, mi decaída no pasó desapercibida por nadie.

—Es sólo que... Juliet, nunca te había visto así —dijo Angela, mordiéndose el labio, luciendo tan preocupada, mientras yo apenas le había dado un mordisco a mi hamburguesa, que ahora me daba asco mirar—. No comes, no hablas, no sonríes, no te mueves a menos que sea necesario... Es como si no tuvieras vida.

Y así me sentía. Lo odiaba, pero no podía evitarlo.

—Duele, Angela. Pero ya se me pasará —prometí, empujando la bandeja de comida hacia un lado—. Toda tuya —le dije a Tyler, quien sonrió y se devoró mi comida en menos de tres minutos—. No tengo hambre —me excusé, ante la mirada acusadora de Angela.

—A este paso, terminarás pareciendo un zombie. Tú y Bella —añadió, echándole un rápido vistazo a mi hermana adoptiva, quien todos los días se sentaba sola en la mesa de los Cullen. Mientras que a ella le reconfortaba, a mí me ponía peor—. ¿No te preocupa Charlie?

Por primera vez realmente cautivó mi atención. Charlie. Cristo, ni siquiera había pensado en cómo se estaría sintiendo él. Probablemente estaba angustiado y enojado por ver a sus dos niñas con el corazón roto, abandonadas por sus primeros novios. Lo peor para él, es que sabía que no había nada que pudiera hacer para hacernos sentir mejor. Lo había intentado, por supuesto. Varias veces me invitó al Carver Café con la promesa de dejarme pedir todos los postres que yo quisiera. También me ofrecía el control de la televisión cada vez que me veía pasar por la sala, prometiendo no quejarse si ponía los Simpson o Casper.

Ninguna de nosotras progresaba, y eso debía estarlo matando. Al menos una debía mostrarse fuerte para darle un poco de paz. Así que hice un plan. No podía tolerar un día más así. Era horrible, me consumía el dolor, y estaba harta de eso.

Noviembre: el mes de la recuperación.

Durante las mañanas salía a correr, por lo que terminaba llegando a la casa con mucha hambre. Los primeros días terminé vomitando toda la comida, por la falta de costumbre de mi estómago a recibir comida, pero a la semana logré recuperar un apetito regular.

En los entrenamientos de béisbol, me exigí más a mí misma y me disculpé con mi equipo y entrenadora por fallarles. En clases me obligué a poner más atención y a participar. En los almuerzos, decía cualquier tontería para ser parte de la conversación, lo que todos me animaban, aunque sólo dijera tres palabras.

A consecuencia de todo el gasto de energía, en las noches dormía como piedra, evitando el riesgo de despertar a mitad de la madrugada con la esperanza de verlo a mi lado.

Diciembre: el mes de recoger los pedazos.

Hice lo que toda chica en mi situación haría: compré un par de botes de helado de chocolate y renté diez películas que pensé que podrían ayudarme a subirme el ánimo o al menos me dieran un indicio de cómo superar una ruptura amorosa.

Ni idea, Coyote Ugly, Legalmente Rubia, Chicas Pesadas, Miss Simpatía, El hombre perfecto, El diario de la princesa, Pijamada, Lo que una chica quiere, Triunfos Robados y La nueva Cenicienta.

Podría decirse que sí, lloré en todas las películas, tristemente. Sin embargo, los finales felices me ayudaron a restaurar mi fe en el amor, a sentirme mejor y con más determinación a seguir adelante.

nightfall | jasper haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora