3. Sueño de media noche

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Después de terminar la tarea de Biología, me fui al baño para darme una ducha caliente. Me sequé el cuerpo rápidamente y desenredé mi cabello, dejándolo húmedo y suelto. Cepillé mis dientes y masajeé mi rostro con crema de noche para mantenerla hidratada. Al ginal me puse una simple playera de Guns N' Roses y unas bragas rosas con conejos blancos.

Volví al cuarto, me aseguré de que la ventana estuviera cerrada (aunque sin seguro, porque desde hace dos años que está roto y Charlie siempre ha olvidado arreglarlo) y me asomé por la puerta, antes de cerrarla, para gritar:

—¡Buenas noches, Charlie!

—¡Descansa, Jules! —contestó.

Me metí bajo las sábanas y el edredón de mi cama, ansiosa por sumergirme en mis dulces sueños. No tardé en quedarme dormida, por supuesto. Estaba cansada por el partido de béisbol y por toda la tarea.

Esa calma que siempre me invade en mis sueños, se hizo presente incluso antes de que abriera los ojos. Estaba tan relajada que casi me sentía incapaz de moverme, como si estuviera en la parte final de una clase de yoga.

La piel blanca de su cuello fue lo primero que vi, y me di cuenta de que estaba acurrucada a su lado, mientras él estaba medio sentado, recargado en las almohadas que yo no usaba por preferir su hombro, a pesar de que se sentía duro y frío como el mármol.

Antes de levantar la mirada para verlo, disfruté por unos segundos la posición tan cómoda en la que me encontraba. Su cuerpo, musculoso y sin un gramo de grasa, delgado, esbelto y alto, rodeaba el mío como si me protegiera de la caída de una bomba a nuestras espaldas.

—Estás cansada —señaló.

El Jasper de mis sueños siempre sabía cómo me sentía. Por supuesto, era mi inconsciente recordándome que mis músculos estaban como si hubieran sido aplastados por un tractor.

—Fue un partido difícil —murmuré, poco a poco deshaciéndome de lo somnoliento de mi tono y cara.

—Lo hiciste muy bien —felicitó en voz baja, su mano acariciando mi brazo bajo la manga de mi playera—. Aunque creo que fuiste algo brusca.

—Se lo tenía merecido —me excusé.

Recordé cómo mi temperamento deportista y competitivo me había llevado a lanzar la bola con mucha fuerza a la bateadora del otro equipo, y después a pelear con su capitana. Me molestaba mucho perder, era un gran defecto mío que me costaba controlar.

—Lo sé —dijo con tono orgulloso y divertido.

Me levanté sólo lo suficiente para mirarlo. Sus labios llenos y rosas se curvearon en una diminuta sonrisa que me dio calor en el pecho. Su cara pálida y tersa, que me recordaba a la luna, tenía hoyuelos que lo hacía perder su expresión leonesa y sigilosa, volviéndolo adorable. Sus ojos grandes y redondos, dorados como el corazón de una fogata, brillaban y me observaban con detenimiento.

—Luces hermosa cuando te sonrojas —delató, su voz aterciopelada dándome escalofríos al haber susurrado en mi oído a la vez que acariciaba mi mejilla derecha con las yemas de sus dedos. Y aunque sentí frío por su temperatura corporal, su toque no pudo haberme quemado más que un cerillo encendido—. Juliet.

Cuando decía mi nombre, algo en mi interior se prendía y miles de mariposas volaban sobre mi cuerpo, cosquilleando. Mis ojos se cerraron apenas sentí el roce de sus dedos, acariciando mis labios con tanto cuidado que pensé que tenía miedo a lastimarme.

—Duerme, Juliet.

—No quiero que desaparezcas —pedí, pegándome más a él.

nightfall | jasper haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora