21. El baile

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Hasta esa noche, jamás había visto a Jasper vestido de negro, y el contraste con la piel pálida convertía su belleza en algo totalmente irreal. Se veía increíble, más apuesto de lo normal, por lo que no pude evitar que se me escapara uno que otro suspiro risueño mientras lo veía conducir.

Me distrajo el timbre de mi teléfono. Era Charlie, quien se había puesto algo difícil desde que Bella y yo regresamos a Forks. Había adoptado tres posturas muy definidas respecto a mi mala experiencia. En lo que se refería a Carlisle, sentía un agradecimiento que rayaba en la adoración. Por otro lado, se obstinaba en responsabilizar a Edward como principal culpable, porque Bella no se hubiera ido de casa de no ser por él. Y finalmente, me había puesto a mí como la hija responsable, por lo que, según su nueva regla, Bella no podía salir a menos que yo también lo hiciera, para poder cuidarla, ya que a su parecer Bella hubiera muerto desangrada en ese hotel de no ser por mí.

Durante los siguientes días fueron apareciendo reglas antes inexistentes para Bella, como toques de queda y horarios de visita. Para mí, nada había cambiado, más que la obligación de proteger y vigilar a Bella, y eso incluía notificarle a Charlie cualquier movimiento.

—Hola, Charlie.

Jules, ¿ya llegaron? Bella está ahí, ¿verdad? —buscó confirmación, ya que ella y Edward se habían ido en el Volvo, mientras que Jasper y yo nos habíamos ido en el Mercedes de Carlisle.

—Sí. Acaba de entrar. Está bien.

Jasper me abrió la puerta del coche y me ayudó a salir, tomando mi mano libre. Le sonreí en agradecimiento y él cerró la puerta, poniendo el seguro y la alarma.

De acuerdo —suspiró—. Eh, Jules, avísame cuando la veas volver, ¿sí? —pidió.

—Claro, no te preocupes.

Bien —dijo, obviamente tenso—. Diviértanse, pero... eh, no tanto.

Sonreí divertida y asentí, aunque sabía que no podía verme.

—De acuerdo —prometí, y colgué.

En otras ciudades celebran los bailes de fin de curso en el salón de recepciones de los hoteles; sin embargo, aquí, el baile se hace en el gimnasio. Era la única sala lo bastante amplia en la ciudad para poder organizar un baile.

Cuando entramos, me di cuenta de que todos nos miraban porque Jasper aún me tomaba la mano, pero evité los ojos curiosos y me concentré en la decoración. Había por todos lados arcos con globos y las paredes estaban festoneadas con guirnaldas de papel de seda.

Contemplé la pista de baile; se había abierto un espacio vacío en el centro, donde dos parejas daban vueltas con elegancia. Los otros bailarines se habían apartado hacia los lados de la habitación para concederles espacio, ya que nadie se sentía capaz de competir ante tal exhibición. Nadie podía igualar la elegancia de Emmett y Lyon, que vestían clásicos trajes de etiqueta. Alice lucía un llamativo vestido de satén negro con cortes geométricos que dejaba al aire grandes triángulos de nívea piel pálida. Y Rosalie era... bueno, era Rosalie. Estaba increíble. Su ceñido vestido de vívido color púrpura mostraba un gran escote que llegaba hasta la cintura y dejaba la espalda totalmente al descubierto, y a la altura de las rodillas se ensanchaba en una amplia cola rizada.

Debido a que Lyon se unió a los Cullen (y demostró su lealtad a ellos cuando le arrancó la cabeza a James en el salón de ballet), ahora vivía con ellos y se estaba adaptando a un estilo de vida totalmente distinta a la que llevaba antes.

Esme le agarró un inmenso cariño cuando Lyon les contó todo sobre él y se dieron cuenta de que fueron convertidos el mismo año. Él no quería ocultarles nada y deseaba que lo conocieran para que se sintieran más cómodos con su presencia.

Carlisle, con su clásica compasión, lo recibió con los brazos abiertos, pues nadie, de ninguna manera, dudaba de las visiones de Alice, quien había visto un futuro feliz con Lyon y aseguraba que sería un buen vegetariano. Ya que aparentaba perfectamente los dieciocho años, decidieron presentarlo en Forks como el sobrino de Esme, que acababa de perder a sus padres en un incendio, y ahora viviría con ellos. Por lo tanto, estaría con nosotros el siguiente año y en ese momento estaba siendo la pareja de baile de Alice.

Los brazos de Jasper me rodearon la cintura en cuanto empezó la siguiente canción. Parecía de un ritmo algo rápido para bailar lento, pero a él no pareció importarle. Descansé la cabeza sobre su pecho, satisfecha.

—Lo siento, no puedo bailar así —dije, mordiéndome el labio inferior, mirando a sus hermanos.

—Lo prefiero de esta forma —aseguró, y me dejó un casto beso en el pelo, que me había tomado un rato peinar.

Llevaba el cabello suelto y con suaves ondas, con un simple agarre atrás para hacerle un ligero levantamiento con broches plateados en formas de estrella, dejando un largo fleco de lado. El vestido fue un préstamo de Alice, quien por suerte era de mi misma talla. Era tan hermoso como simple, pues era de terciopelo negro, con escote en V y tirantes delgados. Terminaba a la altura de mis rodillas y tenía un estampado plateado, y los tacones eran negros y abiertos.

De soslayo, vi bailar a Mike y Jessica, que me miraban con curiosidad y recelo. Angela también se encontraba allí, en los brazos de Eric, y me saludó con la mano, a lo que de inmediato le correspondí con una sonrisa.

De repente, Jasper me tomó de la cintura con ambas manos, me separó un poco y me levantó en el aire, dándome vuelta. Reí tontamente, sintiendo mariposas en el estómago, y no me importó que la gente nos viera. Entonces, al bajarme, se inclinó lentamente y me besó con tanta suavidad y ternura que todo mi alrededor se desvaneció. Sus labios fríos se sentían increíbles contra la calidez de los míos. Cuando nos separamos y lo miré, sus facciones eran suaves y tenía los ojos enternecidos.

—Estás muy hermosa.

Mis mejillas se calentaron tanto que seguramente pudo sentir la temperatura de ellas elevándose e irradiando calor.

—Y tú estás muy guapo. Ya te lo había dicho, ¿verdad?

Jasper rió en silencio y asintió, alzando su mano hasta mi mentón, y regó suaves caricias con su helado pulgar.

—Te quiero más que a nada en el mundo, Juliet. Ya te lo había dicho, ¿verdad?

Una enorme sonrisa, que me dolió en las mejillas, se extendió por mi rostro.

—Sí —admití—, pero me gusta cuando lo dices, así que siéntete libre de repetirlo las veces que quieras.

—Muy bien —sonrió y asintió, con ese toque caballeroso de siempre. Se inclinó una vez más y besó mis labios de forma tierna y delicada, por algunos segundos, que para mí fueron increíbles. Sentí como si flotara—. Te quiero, Juliet.

 Te quiero, Juliet

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nightfall | jasper haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora