29. El aniversario

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Lo más probable es que el número fuera de Emmett. ¿Por qué Jasper, quien me había dejado por una carta, se contradeciría y dejaría una tarjeta con un número de teléfono para que le llamara? No tendría sentido. Además, esa no parecía la letra de Jasper.

En una mano tenía el número y en la otra mi celular, pero no lograba decidirme si llamar o no. ¿Y si respondía? ¿Qué iba a decirle? Habían pasado tantos meses. ¿Y si el número ya no estaba disponible, y había llegado demasiado tarde? Si así fuera, me dolería más.

¿Necesitaba retroceder y revivir el dolor? ¿O me alegraría al escuchar la voz de Emmett? ¿Sería lo suficientemente valiente como para preguntarle por él? Y si lo hacía, ¿me diría la verdad? Y si me decía la verdad, ¿qué me aseguraba que la verdad me agradaría? Si Jasper había seguido con su vida y era feliz, ¿eso me haría feliz o me partiría más el corazón?

Si me decía algo que no quería escuchar, tendría que pasar por ese terrible dolor otra vez. ¿Valía la pena, por saber cómo estaba?

No, no podía dar un paso atrás. Así que miré la tarjeta una última vez y la dejé caer sobre el charco que había cerca de mis pies, y me subí al auto, decidiendo olvidar el hecho de haber encontrado aquella nota.

o

—Jules.

El llamado de Charlie me hizo levantar la mirada del tazón de cereales, que llevaba tal vez demasiado rato observando con la mente en blanco.

Se veía preocupado cuando lo miré, con ojos tristes, pero temeroso por sus próximas palabras y lo que éstas podrían causar. Miré a Bella, buscando una respuesta al nerviosismo de Charlie, pero ella me evitó, concentrándose en sus cereales también.

—¿Qué pasa?

—¿Quieres... compañía? —preguntó, y se rascó la nuca cuando fruncí el ceño en confusión— Ya sabes... Sé que hoy es un día difícil para ti, y siempre vas sola. Pero pensé que, dadas las circunstancias, necesitarías algún apoyo.

Me tomó casi un minuto comprender de lo que hablaba, hasta que miré el calendario en la pared a sus espaldas: 10 de febrero. Tragué saliva con dificultad y entendí por qué anoche no podía dormir y hoy había despertado con tan bajo ánimo. No me había dado cuenta de que hoy era 10 de febrero. Últimamente, con suerte sabía en qué día vivía.

Sin responderle, me levanté de la mesa y corrí escaleras arriba hasta mi cuarto. Me quité la pijama y me vestí con unos vaqueros, una simple blusa y una sudadera, junto con mis Converse negros. Me cepillé los dientes y me recogí el cabello en una coleta alta. Hoy, obviamente, no asistiría a la escuela. Nunca iba a la escuela en el aniversario de la muerte de mis padres.

Bajé las escaleras con tanta rapidez como las subí, y salí de la casa con llaves, cartera y celular en mano. Guardé todo en los bolsillos de la chamarra antes de agarrar la bicicleta amarilla que tenía recargada junto a la puerta de la casa, y pedaleé con todas mis fuerzas hacia el cementerio de Forks, que estaba ubicado atrás de la Iglesia. Apenas aseguré la bicicleta con una cadena al bicicletero, le compré dos rosas rojas al señor que las estaba vendiendo en la entrada de la Iglesia, y caminé hasta la lápida rectangular que mis padres compartían.

Era demasiado doloroso venir aquí, por lo que sólo lo hacía una vez al año, cuando me permitía volver a sentir el dolor de su pérdida y llorar libremente: en su aniversario de muerte.

Hace diez años en Forks, hubo un día muy soleado y despejado. Un día increíblemente luminoso y cálido que muchas familias aprovecharon para hacer un picnic en sus jardines, o en la playa de la Push. Una de esas familias, fue la mía. En 1995, cuando yo tenía ocho años, experminenté la sensación de la arena caliente entre mis dedos y bajo mis pies, y el brillo del sol calentando mi piel. Toda esa felicidad, el último recuerdo alegre con mis padres, más tarde fue eclipsado por el camino de regreso a casa.

nightfall | jasper haleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora