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Julieta

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Julieta

Todos en la mesa me ven con pesar al escucharme estornudar como por quinta vez en lo que va de la cena.

Vuelvo a disculparme, pero sé que tampoco puedo controlarme. Me he sentido mal desde la noche anterior.

Los ojos me pesan y las piernas me duelen, y ni hablar de los escalofríos que se han hecho presentes, haciéndome llevar un suéter extra, aun cuando la calefacción está encendida.

—Voy a llamar a Loren —anuncia Harry, el Señor Moore. Deja de lado su cena y se levanta de la mesa, para tomar el celular.

Los Moore tienen la doctrina de dejar toda clase de aparatos electrónicos en otra mesa mientras comen.

—Esto es su culpa par de diablillos —sentencia Ginger entre dientes. Luce verdaderamente enfadada—. Recen para que no me contagie, tengo una campaña la próxima semana. Si mi piel no se ve intacta, voy a hacer que los castiguen sin dejarlos salir de su habitación por lo que queda del mes.

Ya me parecía extraño que estuviera preocupada por mí.

Vuelvo a estornudar y un pequeño escalofrío me envuelve. Odio estar enferma, especialmente porque la alergia provoca que mi nariz se irrite y adopte un color rojizo, sin contar los malestares, el cansancio y el pesar sin sentido.

—Estarás bien, Ginger. Estamos vacunados contra la gripe, por cierto, ¿No era el veinte? —Gretel parece confundida, a lo que los gemelos ríen, aunque se callan al ver el gesto de su hermana mayor. Yo también quiero reír, pero un nuevo estornudo impide que pueda conseguirlo—. Parece que la vacuna no te ha funcionado a ti.

Me ve con cierto gesto entre recriminatorio y otro tanto preocupada. Elevo los hombros como si no supiera que pasa, cuando en realidad no me vacuné, pese a que me lo pidieron. No me gustan las vacunas. Me asustan.

Además, ya me había colocado el resto. La de fiebre amarilla, la de influenza, la de hepatitis B, incluso la del virus del papiloma humano, y estoy al día con las obligatorias. En mi cabeza la de la gripe era la menos importante, tomando en cuenta que me enfermo muy poco durante el año, a veces ni siquiera lo hago.

Y sé que, de haberme vacunado, no estaría sufriendo ahora, pero le tengo pavor a las agujas. Había sido mucha tortura para mí.

"¿Por qué ahora, Dios? ¿Por qué?"

Justo en este momento, lo único que me apetece es adelantar el tiempo a cuando pueda volver a respirar con normalidad y mis ojos no quieran cerrarse al estar bajo la luz y llorar sin causa emocional. ¡Detesto esto!

—La próxima semana es veinte, mamá. ¡Ahí lo dice! Al lado de donde colocaste, no olvidar que al día siguiente es la exposición de Harvey.

—¡No seas grosera! Solo estoy desorientada, pero iba a recordarlo —exclama ofendida, aunque yo también dudo que fuera a hacerlo. El Señor Moore impide que Ginger le responda, la ha dejado con la boca a medio abrir.

La Voz de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora