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Julieta

—Si no me dices que sucedió, no puedo ayudarte, Julieta.

La psicóloga con la que me ha traído mamá me toma de la mano y yo huyo de su toque de inmediato. No me gusta que sienta pena ajena por mí, ni siquiera porque lo único que quiera es hundirme en la miseria.

—No tengo nada más que decir —miento, sin levantar la vista de la orilla del escritorio de madera. Inhalo con fuerza el aroma a incienso y me convenzo poco a poco de que es verdad, que mi única razón para estar sentada en este asiento acolchado frente a la profesional de aspecto pulcro es porque el amor que siento por Román es demasiado grande para asimilar la decepción que me llevó saber que me engañaba con Virginia, mi mejor amiga.

La mujer asiente y me pide que le cuente una vez más, como me he sentido esta semana. Le relato todo lo que puedo, sin entrar en detalles, me asusta creer lo que puede pensar de mí si se entera que aun por las madrugadas lloro hasta que amanece.

Sé bien que no voy a llegar a nada si no le digo la verdad, pero me asusta ponerme al desnudo frente a ella.

—La única con el poder para cambiarte, eres tú. No yo, no tus padres o tus amigos, solo tú.

Asiento y tomo mis cosas para marcharme, cuidando bien que no se noten las marcas aun sobre mi cuello que he cubierto con maquillaje.

Cuando llego a casa y decido subir a ducharme, la imagen frente al espejo de cuerpo completo en mi pared me asusta. Mi piel está opaca, las ojeras bajo mis ojos no consiguen ocultarse ni con diez capas de corrector, mi cabello es un desastre y las marcas moradas-verdosas en mi cuello y mis brazos, no hacen más que burlarse de mí.

(...)

Ha pasado casi un año desde aquel recuerdo, pero duele como si hubiera sido la noche anterior. La herida nunca sanó del todo, solo aprendí a vivir con ella. La psicóloga después de siete sesiones logró que me deshiciera frente a ella y le dijera lo que mi corazón gritaba desde la primera vez que visité su oficina, pero nunca pude ser del todo sincera.

A veces aun me lo recrimino, porque no tendría que ocultar los abusos de Román contra mí. No tengo motivos para defenderlo, pero la culpa de la víctima con la que nos educa la sociedad aún tiene peso contra mí.

Hice una denuncia contra él por maltrato, pero las marcas en mi cuerpo no fueron suficiente para el juzgado. Román nunca tuvo su merecido, solamente una orden de alejamiento con la que yo no puedo defenderme.

A veces aun aparece en mis pesadillas, a veces creo que sigo viviendo en ese infierno. A veces no me creo sanada del todo, aunque ya no sienta nada por él, ni siquiera odio o asco.

Ni mamá, ni Violeta saben la verdadera razón por la que sufrí tanto. Ni siquiera yo lo entendía hasta hace unos meses. Me dolían los recuerdos, pero no fue hasta que escuché la historia de otras víctimas, que caí en cuenta de porque me sentía tan mal conmigo misma.

Entonces entendí que no existe el sexo sin consentimiento, que un no siempre será válido, aun cuando se trate de tu pareja, de lo contrario, es violación.

Ver a Carter a mi lado cuando desperté, desorientada y sin recordar como llegué a la cama, me hizo revivir aquel infierno. Me hizo recordar todas las veces que Román se aprovechó de mi estado para acostarse conmigo y me hizo creer que yo estaba de acuerdo, cuando por suerte sabía cuál era mi nombre.

El despertar siempre era doloroso, porque no sabes cómo terminaste sin ropa, no estás segura de cómo se dieron las cosas y esta vez, aun cuando las pruebas estaban allí, con Carter mirándome con temor, la herida no hizo más que volver a sangrar.

La Voz de JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora