1. "Angelbaby"

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Las sinuosas sombras de la noche cubrían hacía horas a la sobrepoblada Seoul. El chirrido de las llantas de los automóviles en la autopista a lo lejos, alteraba cada tanto el crispado silencio reinante.

Donghae permanecía rígido y concentrado, sentado en el asiento del conductor de su vehículo. El ceño fruncido no llegaba a estropear sus rasgos atractivos, pero le confería un aire de severidad muy superior a sus veintiocho años. 

Mantenía una mano agarrada fuertemente al volante y la otra sobre el respaldo del asiento. Sus pupilas castañas escrutaban inquietas la densa negrura exterior. Donghae intentaba percibir los movimientos furtivos de sus colegas policías, quienes, pesadamente armados y en completo silencio, se apostaban sigilosos en sus posiciones, alrededor de un iluminado edificio de tres plantas en la calle Yongsan-gu, en el distrito de bares en Itaewon. En la marquesina del lugar, que allanarían en cuestión de minutos, brillaba la palabra "Angelbaby". 

Donghae estaba allí porque aguardaba el momento exacto en que serían requeridos sus servicios como trabajador social del Departamento de Policía de la ciudad, después de que sus colegas del equipo SWAT cumplieran su parte, esa que incluía todos los puñetazos y balas. 

Donghae estaba más que cómodo con no intervenir hasta que la batahola terminase. Nunca se consideró un hombre con inclinaciones por la acción y el peligro, y sin embargo - ¡bravo por las ironías de la vida! - terminó trabajando con la policía. Vale, que él no participaba de toda la violencia, pero estaba lo suficientemente cerca de ella a diario como para que debiera asumirla como parte del paquete que venía con su empleo.

Con varios años de trabajo en el cuerpo desde su egreso - seis para ser precisos - Donghae estaba habituado al intenso traqueteo propio de las redadas policiales y a la familiar pero no menos incómoda tirantez que inevitablemente reptaba por sus extremidades en tales ocasiones. Los minutos u horas de espera previo a un operativo poseían una cualidad inquietante para Donghae. Al principio, creyó que era un cobarde por sentirse así, a pesar de que nunca se consideró como uno. O que tal vez se debía a su escasa predisposición a la violencia. 

Luego comprendió que no, que había algo más profundo allí: los operativos policiales, por muy bien planificados que fuesen, siempre implicaban una cuota de incertidumbre, dejaban un espacio a lo inesperado. Bastaba un evento imprevisto y cualquier cosa podía suceder. Entendió que su malestar se debía a la sensación de incerteza, a no tener el control. Y éstas nunca fueron emociones que Donghae disfrutara ni manejara cómodamente. ¿Porqué? Podía aventurar unas cuantas explicaciones...

Los minutos pasaron y ensimismado en tales disquisiciones, Donghae casi acabó trepado al volante cuando, con brusquedad y un ágil movimiento fluido, alguien ocupó el asiento contiguo al suyo dentro del coche policial.

- ¿Qué me cuentas, Lee? ¿Nerviosillo como siempre, eh, cabrón? - susurró burlonamente una voz gruesa y potente.

Donghae acompasó su respiración y lanzó una mueca airada al policía. Se reacomodó en su asiento para devolvérsela como era esperado:

- ¡Shindong! hijo de tu puta madre... casi me infartas! - siseó. 

Desde que entró a laborar como trabajador social de la División de Menores del Departamento de Policía de Seoul, Donghae había aprendido mucho. Principalmente había adquirido experiencia, "calle" como decían en la jerga policial. Situaciones que sintió imposiblemente chocantes en sus primeros meses allí, ahora le parecían tristemente comunes: tráfico de menores, prostitución infantil, maltrato, negligencia parental... Tú nómbralo y Lee Donghae había trabajado en algún caso similar. 

Dada la gravedad de los delitos que veía a diario, y que hubiese niños y niñas involucrados en ellos, no fue una elección si no más bien una necesidad endurecer sus sensibilidades en el proceso. No diría que llegó a endurecer su corazón, pero prontamente comprendió que, si quería mantener algo de sanidad mental entre tanta desgracia y sufrimiento a su alrededor, debía aprender a tomar distancia o podría enloquecer. 

No Angel: Boy, this is your last chance IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora