El Desfile

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No me pregunten porque termine aquí, con esta gente, haciendo esto. No me juzguen por hacerlo, al menos sin conocer mi historia. No es algo que decidí... al menos plenamente. Pero dejen contarme cómo termine acá.

Todo comenzó una fría mañana de julio, en la que, por algún extraño motivo, se organizó un desfile cerca de mí casa. Y al que por algún aún más extraño motivo, decidí ir. Era un desfile cívico, de los más comunes del universo. Lo que no era común era encontrarme con quiénes me encontré.

Bueno, sabía que vería a Soledad, habíamos quedado en encontrarnos allí. Pero a París y Eduardo no los esperaba ver... nunca. Realmente todo terminó mal con ellos, y ahora soy amigo de sus enemigos. Vienen los tres juntos, caminando hacia mí, y Eduardo me saluda con un abrazo. ¿Se olvidó de que estamos en una tregua social? ¿Y que tenemos todo para odiarnos? Es idiota, al parecer... más de lo que creía. París también me saluda afectuosamente, pero con él están mucho mejor las cosas... aunque tampoco es que seamos amigos. Lo más extraño es como Solé me rehúye al saludo afectuoso, y me mira como si le hubiera insultado cuando la intento abrazar.

– Bueno, vengo un ratito porque ya me buscan mis padres – dice Solé, y yo me empiezo a reír. ¿Por qué la vendría a buscar la familia?

– ¿Por qué no viene tu novio? – le pregunto.

– ¿¡Que novio?! – me responde automáticamente París –. ¿Vos te crees que esto va a durar de novio?

Ella ríe, y yo me siento más descolocado que de costumbre. No haré más preguntas, quizás él no lo sabe o quizás se han peleado, así que no avivaré giles.

Minutos más tarde, la pasan a buscar a Solé y me quedo a solas con los otros dos. El resto de personas que vendrían, o no han llegado, o vendrán más tarde. El « ¿qué hacemos aparece tan pronto como eso sucede?» y París arriesga a ver si los recibiría en mi casa, ya que está cerca. Conforme a medias, pero quizás con la secreta esperanza de que alguien más pueda venir, le digo que sí, y empezamos a caminar.

Metros más allá del desfile, en una mesa rodeada de globos amarillos, dos sujetos que me parecen conocidos se encuentran repartiendo panfletos. La mujer del grupo, una adolescente de pelo rubio largo y lacio se nos acercan y nos entrega un par de panfletos, para las próximas elecciones. Nos comenta sobre la necesidad urgente de cambio en la sociedad, y yo respondo entre dientes «eso no salió tan bien la última vez que lo escuche».

Una joven de mí altura sale de una galería cercana, y tras escuchar a París gritar su nombre y verla girar, en mi mente las memorias del último tiempo llegan en un instante, y corro hacia ella.

Sofía, anonadada, me sonríe con modestia y me saluda.

– ¡Hola! Un gusto verte.

Es ahí cuando caigo en cuenta de todo.

– No me conoces – digo en voz baja, derrotado.

– Si, sos el chico de los modelos, te egresas este año, ¿verdad? Martin me hablo de vos.

– No... es que no lo entiendes. Somos amigos. Muy amigos. Te odio, bueno te odiaba, pero ya no – ella pone cara de compadecerse de mí, mientras le comento una fracción de toda la información que se de ella. No demuestra el miedo que sé que debe tener, y no me sorprende. Y mientras el peso de todas las verdades que conozco y que sé que ocurrirán; y el sufrimiento particular que cada persona con la que he hablado tiene a la puerta, me desplomo en el suelo, sobre mis propias rodillas, sabiendo que nada podré hacer. Que esta reunión nunca ocurrió. Y que todo lo que sucedió ya está hecho.

Divagares y Devanares del SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora