El Paseo

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Era tarde ya, y la reunión estaba dando sus últimas notas. Economizaba energías mientras me intentaba mantener despierto, el cansancio me estaba ganando de a poco, mientras cedía terreno a voluntad. Me pare de la mesa para fumar un cigarro, esperando que el aire nocturno me pudiera despertar un poco y revitalizarme algo.

Me siguió; sentí su mirada penetrante aún de espaldas y retirándome del lugar. No sabía explicar cómo sabía que lo había hecho, solo se que lo hizo. Unos segundos más tarde hizo lo propio, no había alcanzado a prenderlo, y cuando empezamos a hablar me olvidé de por qué hacerlo. Había sido la excusa perfecta para que ambos cruzáramos palabras con el otro, iniciando una profunda conversación que en minutos consumía horas, denotando conexiones eternas e invisibles. Ambos conocían al otro, ambos apenas habían hablado con el otro; sin embargo ambos sabían precisamente que quería el otro. Ambos podían decirse y describirse el uno al otro con muy pocas palabras, teniendo una conversación que habían tenido miles de veces con sí mismo en el reflejo de un espejo.

El cansancio, despejado en mí mente dio origen a las ideas. Y tras señalar a la persona para que me hiciera compañía en el viaje, subí al auto y empecé a conducir. La ruta se trazaba sola en el mapa mientras la conversación no paraba. No mire hacia delante, sabía a ciencia cierta dónde estaba y que pasaba. Solo miraba a la persona que me acompañaba, confiando en su criterio para no terminar estrellado.

Al llegar ahí, aún era temprano, y el sol no se había manifestado claramente en cielo. Las estrellas seguían presentes en el firmamento. Y dejando que mi agotada mente tomará un descanso, ambos subimos al baúl del auto, y recostados sobre este empezamos, una a una, a rebautizar las estrellas.

Y cuando la más grande de ellas apareció sobre nosotros, le devolvimos el saludo; nombrándola a esta con nuestros propios nombres.  

Divagares y Devanares del SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora