Pista

0 0 0
                                    

Llega la hora, y empieza a descontar el reloj que marca el tiempo para el ingreso al lugar. En nuestros lugares vemos el momento de apertura de la puerta, mientras en mi mente pienso que no duraremos ni un segundo, en miras a quienes componen mi equipo. Gente con la que no hay comunicación, y gente con la que nunca hubo feeling lo componen. Y por ello no es nada sorpresivo que nos eliminen tan pronto como el timbre suena y entramos al lugar. A la salida, nos espera el instructor, que nos dice sobre la necesidad de cambiar equipos... y soy yo el que termina del otro lado. No será mucho lo que debo hacer para cambiar el resultado.

Nueva cuenta regresiva, nuevo equipo. Aquí al menos hablamos mientras esperamos salir. Y cuando se abren las puertas y avanzamos al interior, las órdenes nos mantienen en el juego por mucho más tiempo. Avanzamos sin miedo, pero conscientes de los riesgos... paso a paso, hasta llegar a aquellos reductos que nos pueden dar alguna posibilidad. Mientras la mayoría apunta contra el desquiciado que avanza a ciegas, mis compañeros por detrás se encargan del resto. Quedan solo dos de ellos cuando empiezan a caer mis compañeros, uno a uno, sorprendidos por la espalda por la más subestimada del equipo contrario. Quedo a solas con ella, y cierro los ojos esperando el final de la ronda, pero no suena la corneta anunciando. Abro los ojos para verla, con su arma temblando en sus manos, y su rostro esquivando mi mirada. Tengo tiempo de vocalizar una pregunta antes de que mi compañero de equipo termine la ronda.

Divagares y Devanares del SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora