Peligrosa Tentación

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—Llegamos— aclaró aparcando a un lado de la cera.

—¿Seguro que no vienes? Puedo hacer palomitas y ver alguna película que te guste— dijo el de crestas haciendo un tierno puchero.

—Lo lamento, bebé— el rubio acarició la mejilla del contrario —Pero necesito despejarme un poco, daré un par de vueltas por la ciudad, prometo no llegar tan tarde.

—Está bien, perla— bajó la mirada un tanto desanimado. —Si estás en peligro llámame, ¿está bien?

—Por supuesto, hombre— le sonrió mientras lo veía bajarse del auto.

Sonrisa que desapareció rápidamente cuando el de crestas ingresó a su hogar. Era cierto que necesitaba despejarse, el trabajo lo estaba estresando tanto que llegó a su límite, y cuando eso sucedía no resultaba nada bueno.

Condujo rápidamente hasta un callejón un tanto oscuro, apagó el automóvil y cerró sus ojos. Estaba harto, estaba cansado tanto física como mentalmente, no podía soportarlo más, necesitaba descansar y recuperar energías, era el momento perfecto para que alguien aprovechara y tomara el control.

{...}

Hacía mucho tiempo que no sentía la fría brisa chocar contra su rostro, iba a una gran velocidad por la carretera, amaba sentir la adrenalina recorrer sus venas. La música sonaba fuerte dentro del auto por lo que no lograba escuchar los bocinazos.

No pasó mucho tiempo para que divisara las luces de un patrulla detrás suyo, frunció el ceño y aumentó aún más, si es que era posible, la velocidad a la que iba. Debía perderlo si no quería meterse en problemas, habían todo tipo de sustancias en el maletero, un par de armas y dos cadáveres.

—¡Detenga el vehículo!— escuchó la voz del policía a través del megáfono.

Hizo caso omiso a la advertencia, intentó dar un giro rápido por una calle estrecha pero la basura que había en el suelo pinchó uno de los neumáticos.

—¡No puede ser cierto!— gritó mientras golpeaba violentamente el volante.

—¡Baje del vehículo con las manos donde pueda verla!— volvió a escuchar al oficial quien ya se había acercado con su arma reglamentaria en mano.

Sin más opciones, bajó lentamente y con las manos alzadas para no crear ningún inconveniente. Cuando se acostumbró a la luz del patrulla que le daba de lleno pudo reconocer a quien lo estaba deteniendo. El comisario Greco Rodríguez.

—¿Gustabo?— preguntó al ver al rubio bajar.

—Tu debes ser Greco— sonrió malicioso. —P... Gustabo reconocerte.

—Claro, hombre, si somos compañeros— habló más relajado acercándose al contrario. —¿Por qué no paraste cuando di la advertencia?

—Tener la música muy alta— bajó las manos y se apoyó levemente en su auto. —Gustabo lamentarlo.

—No te preocupes, de todas formas debo cachearte, es por protocolo— se disculpó —¿Me abres tu maletero?

Pogo dudó por un momento, pero no había más opción. Se maldijo por llamar tanto la atención. Abrió el maletero tardandose lo más que podía, una vez que lo hizo se posicionó detrás del de barba.

—Será rápido, Gustabo. Lo prometo— dijo para comenzar a revisar lo que había dentro —Pero... ¿Qué es esto?— preguntó asombrado por la desagradable imagen delante de sus ojos.

—No deberías entrometerte tanto en lo que no te incumbe, Greco— susurró en el oído del nombrado.

De un rápido movimiento sacó una navaja que se encontraba en su bolsillo, sujetó fuertemente al comisario y de forma lenta la deslizó por su cuello. La herida no fue tan profunda como para matarlo de inmediato, pero sí lo suficiente para que Rodríguez comenzara a ahogarse con su propia sangre.

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora