Días libres

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Desde que llegó a la ciudad y obtuvo su puesto de Superintendente, Jack Conway podia darse un respiro, durante la guerra no se podía permitir ni siquiera cerrar los ojos por más de 5 segundos.

Ahora, siendo el jefe de la ciudad, se sentía más a gusto, aunque muchas veces llegaban a sacarle varias canas verdes. El trabajo había disminuido un poco en comparación a cuando era militar, pero aún así debía esforzarse mucho más de lo que quisiera para poder proteger a toda su malla.

Cuando trabajaba daba todo de sí mismo, no se podía permitir fallar, pero desde que decidió rehacer su vida amorosa se tomaba varios días libres cada mes, sin excepción.

En esos días no hacía nada especial, no le apetecía esforzarse ni en lo más mínimo, dormía hasta tan tarde como se le permitía porque, siendo sinceros, él pasaría de largo como si nada, pero el piqueteo suave en su mejilla y el rugido de un estómago hambriento cuando llegaba el mediodía le obligaba a abrir los ojos.

Como era costumbre en esa época del mes, luego de tomar una relajante ducha, se dirigía a su preciada cocina a preparar un buen desayuno americano. Solía colocar música clásica para hacer más relajante el ambiente, movía sus caderas suavemente mientras freía unos huevos. Cuando la canción llegaba a su fin, servía el café y colocaba la comida en la isla.

Unos firmes brazos rodeaban su abdomen y una cabellera rubia apenas se asomaba por encima de su hombro, hasta que no depositaba un suave beso en ella se rehusaba a retirarse. Una vez hecho, tanto Jack como Gustabo se disponían a disfrutar el desayuno, generalmente era el menor quien se encargaba de la alimentación de ambos ya que se aseguraba de preparar una comida sana, pero en los días que se tomaban para descansar era el azabache quien lo hacía preparando platillos característicos de su país natal, después de todo se lo debía.

El resto del día se la pasaban jugando algún que otro juego de mesa, Conway intentando enseñarle un poco de cultura general al ojiazul ya que sabía que no había podido completar sus estudios, luego decidían echarse al sofá y acostarse uno encima del otro para ver películas de acción o incluso de terror. Entrada la noche, cuando el bullicio en el exterior disminuía y la luna se encontraba en su punto más alto dejando iluminar con su destello el salón de la casa, apagaban las luces y colocaban música lenta de unos vinilos que aún conservaba el americano.

Era algo así como un pequeño ritual que tenían, solamente de ellos dos. Jack tomaba suavemente la mano de Gustabo y lo guiaba justo al medio de la habitación, sus miradas se conectaban logrando apreciar un brillo único en sus ojos. Con una dulce sonrisa, el moreno elevaba la mano que se encontraba entrelazada con la contraria mientras que la otra la posaba suavemente en la cintura del más bajo, el de cabellos rubios copiaba su acción depositando su mano en el fuerte hombro del más alto, una vez allí, se dedicaba a posar su cabeza en su pecho juntando sus cuerpos lo mas que podía.

Cuando terminaban de posicionarse, como si se tratara de una función básica en sus cuerpos, lograban coordinarse a la perfección. Al ritmo de la música, comenzaban a mover sus cuerpos de forma lenta, suave e íntima. Lograban crear una atmósfera donde sólo ellos existían, no había nadie más, no importaba nadie más.

Y así seguían con su pequeño baile, disfrutando de la cercanía y el calor del otro, de vez en cuando, entre vueltas, se dedicaban sonrisas sinceras, risas contagiosas y palabras dulces.

Esa era la única razón por la que esperaba con ansias cada mes a que llegaran sus días libres, se desconectaban por completo del exterior y se concentraban en ellos, dándose el amor que por muchos años les hizo falta y que ahora merecían tener.

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora