Consecuencias

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Advertencia: continuación de "Salida con amigos".

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—Uno, dos, tres..., cuatro..., c-cinco.

Esa fue la cantidad de azotes que pudo contar antes de pasar saliva al sentir su boca reseca y su garganta algo irritada por los gritos, ya sea por los de ayer en la fiesta o los que había vociferado a los minutos de haber entrado en aquella habitación.

—Seis..., siete..., o-cho, nueve... y d-diez.

Debía contarlos, todos y cada uno de ellos, fuerte y claro, para que el azabache sea capaz de escucharlos. Gustabo debía llevar la cuenta sin detenerse si no quería que aquellas tiras de cuero siguieran en contacto contra su piel.

Gruñó dando un tirón intentando zafarse de las ataduras en sus muñecas que lo mantenían inmóvil en la cama.

Sus rodillas dolían y sus brazos habían comenzado a entumecerse. Se encontraba arrodillado en la cama de frente a la cabecera, dándole la espalda al mayor, inclinado levemente hacia delante ya que sus manos se encontraban en cada extremo, por lo que su cuerpo desnudo estaba totalmente expuesto.

Un azote entre sus muslos lo hizo estremecer, y otro más cerca de su entrada provocó una palpitación en su miembro semierecto.

Había perdido la noción del tiempo allí, no sabía si llevaba horas, ¡Quizá días!, no tenía idea, estaba más concentrado en evitar que algún sonido escapase de su boca, tenía prohibido siquiera hacer ruido hasta para respirar.

Aunque con cada golpe contra su piel se le hacía cada vez más difícil.

¿Sabía que había actuado mal en provocar al mayor y luego dejarlo atado para irse toda una noche a un club y emborracharse hasta no poder más? Pues sí.

¿Se arrepentía? Por supuesto que no.

Otro azote más resonó haciéndolo brincar.

Bueno, quizás se arrepentía, pero ¡Sólo un poco!

Aguantó la respiración cuando lo escuchó apartarse y caminar hacia una cajonera que había en el lugar, tenía los ojos vendados pero no era la primera vez que estaba allí así que conocía bastante bien el espacio.

Lo oyó resoplar, sintió que alargaba un poco las cuerdas de sus muñecas dándole un poco más de libertad.

—En cuatro— exigió con su voz más grave de lo normal.

Un escalofrío recorrió toda su espina dorsal y acató rápidamente la orden, sabía que sería peor si no lo hacía.

Estando en posición, sintió al Superintendente situarse detrás suya nuevamente y pasar algo en su miembro y testículos, ajustando el tamaño hasta sentir una leve presión en la base ambos. Conocía aquello, era el collar que solía utilizar en algunas ocasiones, aunque siempre lo había usado alrededor de su cuello.

Cuando se aseguró que el agarre era firme, enganchó una cadena que iba a juego con el collar y dió leves tirones hacia atrás, dejando la intimidad del joven más expuesta aún.

Sonrió satisfecho al verlo temblar por las pequeñas estimulaciones que recibía, notando como el líquido preseminal comenzaba a gotear.

—Te veo muy contento, Gustabin— afirmó mientras daba un jalón más fuerte. —Pero no queremos eso, ¿O sí?

Sabiendo que no iba a responder, tomó otra vez el látigo con tiras de cuero en un extremo y comenzó a acariciar de forma lenta sus genitales.

Contó hasta diez mentalmente haciendo que el contrario se desesperara, le encantaba hacerlo, quería llevarlo hasta su límite, pero había comenzado a aburrirse y el enojo aún presente no le permitió continuar.

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora