Sin importar el qué dirán

1.1K 91 16
                                    

—¡Por culpa de ustedes la misión casi se fue al demonio!— gritó furiosa Michelle.

—Jefa, si puedo decir algo...

—No, no puedes, Jack. Ya tengo suficiente con la que liaste allí afuera— masajeó frustrada el puente de su nariz.

—Conway no tuvo la culpa, fue mía. Si quiere...

—Sí, sí quiero, Gustabo. Es más ahora que estás aquí... —fue interrumpida por un golpeteo en la puerta, al parecer los altos mandos habían llegado. —Esto no ha terminado, esperen aquí hasta que termine.

Y, sin más, se marchó cerrando la puerta con fuerza, dejando bien en claro su enojo.

Ambos sentían como el silencio en aquella oficina del CNI se los iba tragando poco a poco, sin mencionar ese cómodo sillón al que ellos le atribuían el porqué se sentían tan avergonzados al estar sentados a la par.

—No hacía falta que te echaras la culpa— murmuró apenas audible.

—Lo sé, pero es más divertido así. — se miraron y el rubio sonrió suavemente. —Además, sabe que a ella no le dura mucho tiempo la bronca conmigo.

Ambos rieron, era cierto, por más que lo negara, la pelirroja tenía cierto instinto maternal hacia el rubio así que lo más seguro era que todo el enojo se fuera después de una buena hostia y un largo sermón.

De un momento para otro, sus mejillas se sonrojaron, no querían admitirlo, pero sus nervios estaban a flor de pie. Se sentían como unos jovencitos, la adrenalina del momento les estaba jugando en contra.
Desviaron sus miradas, aunque, a ciegas, sus manos se encontraron y se enlazaron. Sus respiraciones se escuchaban cada vez más agitadas y sus corazones latiendo como locos.

Reuniendo valor, el ojiazul guió su mano libre a la mejilla del contrario y lo obligó a mirarlo.

—¿Qué haces, Gustabo?

—Lo que creo que usted quiere tanto como yo.

Con lentitud, pero dejando en claro que no estaba dispuesto a esperar más, acercó sus rostros y besó sus labios. Al principio fue al torpe, normal al ser la primera vez que se besaban.

Pero los segundos pasaban y los besos aumentaban el ritmo, sus cabellos comenzaron a alborotarse debido a las caricias. El rubio se atrevió a bajar su mano, de forma lenta, y como si el torso del moreno quemase, guió su mano hasta chocar con el cinturón del pantalón, pero rápidamente la mano del contrario lo detuvo.

—Espera... —se separó con la respiración agitada. —Esto está mal, Gustabin.

Sí, tal vez lo estaba. Tal vez lo hacían por los nervios, tal vez porque habían estado a punto de morir, o tal vez porque hace bastante tiempo se gustaban el uno al otro y por fin se habían dado cuenta. Aunque no era el mejor momento, ni los más indicados, no cuando se encontraban tan rotos.

—Todo lo que hacemos siempre estará mal a los ojos de los demás —sonrió, aunque parecía que en realidad lloraba. —¿Qué más da si hacemos esto?, ¿No crees que es momento de hacer lo que queramos sin importar las consecuencias?

Y volvieron a besarse, se besaban como si se estuviese por acabar el mundo. ¿A quién más le debería importar si no les importaba a ellos? A la mierda Michelle y sus reglas de no relacionarse con compañeros. A la mierda sus tantos años de amistad. A la mierda todo, menos ellos.

Pronto los jadeos de ambos llenaron la habitación, ambos luchaban por quién tocaba más partes del cuerpo del otro, se estaba volviendo adictivo. El moreno llevó su boca al pálido cuello del contrario, pero por alguna razón se detuvo de repente.

—¿Qué pasa?— preguntó con un tinte de preocupación en su voz. —¿Se arrepiente?

—No. —respondió de inmediato mientras lo miraba de pies a cabeza, cosa que hizo sonrojar al otro. —Jamás lo haría.

De un rápido movimiento, se acomodó en el regazo del más joven quedando frente a frente y volvió a atacar su cuello. Gustabo aprovechó para tomarlo por las caderas y acercarlo más a él, lo que provocó que ambas erecciones se rozaran y jadearan en la boca del otro.

Las manos inquietas del de corbata no pudieron contenerse y de un jalón le quitó la camiseta que traía, lo había visto varias veces desnudo en las duchas de comisaría pero nada se comparaba al tocar esa tersa y lechosa piel con sus propios dedos. Y mientras el mayor se entretenía con eso, Gustabo aprovechaba para tomar las caderas del otro a su gusto y frotar su hombría que se encontraba bastante despierta, arrancándole varios jadeos al moreno en el proceso.

—La camisa...— indicó entre suspiros —¿N-no me la quieres quitar, Gustabin?

Y es que no hacía falta preguntar dos veces, de un solo jalón abrió aquella costosa camisa blanca que tanto lo volvía loco, luego podría comprarse otra. Toqueteó, jugó y lamió todo a su paso, había algo en Jack Conway que lo volvía adictivo, no sabía si era su costosa colonia o el dulce sabor de su piel o quizá los tortuosos movimientos de su trasero que hacía sentir su pantalón como una prisión.

—¿Está seguro de esto?— aprovechó en preguntar al verlo comenzar a deshacerse de su pantalón, —Porque una vez que empiece no seré capaz de parar.

—Nunca había estado tan seguro de algo, nena— aclaró mientras se apartaba del menor para quitarse el resto de su ropa y quedar completamente desnudo ante él. —Haz lo que quieras conmigo.

Y como si una orden fuese dada a un perro, lo jaló nuevamente hacia el sofá dejándolo recostado y él arriba mientras atacaba ferozmente sus labios. Labios sabor café a los que se haría totalmente dependiente de ahora en adelante.

Sus frías manos no tardaron en recorrer ese cuerpo que durante años fue trabajado, acarició cada herida y cicatriz, cada una lo hacía ver más ardiente que la anterior; y esas piernas morenas que se envolvían al rededor de su cintura y lo incitaban a simular embestidas.

Una más fuerte que la otra, refregándose contra el cuerpo del otro, y que lo único que los separaba era aquella estúpida prenda. Prenda que no duró mucho tampoco, Conway no era conocido por ser un hombre paciente, y lo demostró una vez más cuando, con más fuerza de la necesaria, bajó tanto el pantalón como la ropa interior del rubio hasta la altura de sus rodillas.

Ambos se miraron fijamente, hambrientos y agitados demostrando que se deseaban. Sin titubear, García llevó tres de sus dedos a su boca y comenzó a chuparlos, lo hacía lento, como si en su boca estuviese algo más, haciendo que quien se encontraba debajo suyo se pusiera cada vez más ansioso.

—Hazlo... Hazlo de una maldita vez— rogó, porque ni él como el contrario podían aguantar más.

Y así lo hizo, dos dedos entraron directo a su entrada. Se iba a lamentar más tarde, pero fue él quien comenzó a mover sus caderas dando una clara señal al otro que continuara y fuese a más. Gustabo estaba igual de impaciente, pero no iba a lastimarlo. Dilató la entrada tanto como pudo y tanto como se lo permitieron.

Después de unos cuantos minutos, entró. Un sonoro jadeo combinado por dos voces distintas llenó por completo la oficina. Quería esperar un poco, pero el firme agarre de las manos de Conway en su culo lo incitaba a entrar y salir. Cada embestida más profunda que la otra, demostrando cuánto tiempo habían estado conteniéndose.

Gustabo era igual o menos cariñoso que Jack, cada vez que tenía sexo evitaba tener el mayor contacto innecesario con la otra persona, pero con él era diferente. Con él necesitaba besarlo, necesitaba sentir sus gemidos en su oreja, necesitaba saber que lo deseaba tanto como él y, sobre todo, necesitaba ver esos ojos lagrimosos, esos oscuros ojos como la noche pero tan claros como ellos solos al momento de expresar lo que sentían.

Una, dos embestidas más fueron necesarias para terminar a la vez. Jadeantes se dejaron caer sobre el sofá café que tanto adoraba su jefa, sabían que estarían en más problemas de los que ya estaban, esas malditas cámaras que lo veían todo los terminaría delatando, pero no importaba, ya nada lo hacía, no cuando escuchaban avergonzados "te amo" siendo susurrados en sus oídos.


























Auto-regalo de cumpleaños :p

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora