Secreto

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Sus labios húmedos se movían sobre los ajenos, introdujo una de sus manos dentro de la camisa y comenzó a acariciar su abdomen plano. Bajó sus besos a su cuello mientras comenzaba a pellizquear sus pezones.

Leves jadeos se escuchaban en la habitación, el calor de sus cuerpos iba en aumento, el roce de sus miembros se les hacía una tortura. Cuando sintió que la ropa estorbaba, intentó quitarle aquella molesta, aunque en muchas ocasiones excitante, camisa.

—Gustabo...— jadeó. —E-espera, aquí no— detuvo sus inquietas manos.

—¿Y por qué no?— gruñó mientras daba leve mordidas en su cuello y clavículas.

—Cualquiera puede entrar, sabes lo anormales que son— suspiró cuando sintió al rubio separarse y mirarlo fijamente. —Pueden descubrirnos.

—No le veo el problema, la verdad— habló molesto mientras tomaba su chaleco antibalas y se lo colocaba nuevamente.

—Luego continuamos con esto, lo prometo— intentó convencerlo.

—Sí, como sea. Tenga buen servicio, super — saludó antes de salir dando un portazo.

El azabache se desplomó en su silla con pesadez, hace unos días se cumplieron dos meses desde que empezaron ese tipo de "relación". La tensión sexual entre ambos siempre fue más que obvia y ellos lo sabían, una noche con mucho alcohol de por medio fueron más allá y terminaron teniendo sexo, acordaron que quedaría en un simple recuerdo de una noche alocada, cosa que no pasó.

Los siguientes días después de eso fueron bastantes extraños, sentían la mirada del contrario a la distancia, los simples roces cuando estaban uno al lado del otro, se sentía como una bomba de tiempo. Tiempo que pronto acabó.

Sólo bastó quedarse solos en la sala de reuniones para explotar, sus miradas llenas de lujuria lo decían y esa habitación fue el único testigo de su deseo.

A partir de ahí, los encuentros casuales se volvieron continuos, aprovechaban cualquier oportunidad para tener relaciones: el patrulla, las duchas, los baños, el despacho, a veces hasta en los callejones mientras los demás hacían las negociaciones.

Conway sabía que debían parar, el destino les dió varias advertencias ya y una de esas fue cuando casi los atrapa Greco, pero por suerte pudieron disimular. Sin contar que estaba prohibido relacionarse entre compañeros de la policía, menudo problema en el que estaban metidos.

El resto del día se la pasó en su despacho, tenía la excusa de todo el trabajo pendiente que había dejado pasar durante la semana, pero fue cuestión de tiempo para que solicitaran su presencia en recepción.

—¿Qué sucede ahora?— preguntó molesto mientras acomodaba sus gafas oscuras.

—Sucede que hoy es día de entrenamiento— dijo Gustabo mientras se cruzaba de brazos.

—Eso, papu— se quejó molesto Horacio. —Usted nos prometió que nos iba a enseñar a cómo conducir un patrulla durante una persecución.

—¿Y cuándo fue que prometí eso?— arqueó una ceja.

—El día que nos aporreó por dejar escapar a los atracadores— explicó molesto el rubio.

—Me cago en la puta— suspiró mientras masajeaba el puente de su nariz. —¡Volkov!— lo llamó. —Ve en tu patrulla y enséñale al anormal de Horacio a conducir de verdad.

—10-4— afirmó mientras era tomado del brazo por el de cresta y ser guiado a gran velocidad hacia el parking.

—Tú vienes conmigo, muñeca— se dirigió al ojiazul que lo miraba de forma intensa.

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora