Superior

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"Superintendente", esa palabra que resonaba con fuerza en cualquier lugar, palabra que hacía temblar a más de uno por temor. Para muchos su significado equivalía a "Dios" y para otros "Diablo", sea cuál sea el sentido que quieran darle, una cosa era segura, tu vida era suya.

Jack Conway, el Superintendente de los Santos, era el jefe supremo de aquella ciudad, sobrenombre que se había autoimpuesto debido a su rango, todos debían tener el máximo respeto hacia su persona y si no lo hacían, los obligaría a dárselo.

Todo allí era suyo, cada calle, cada casa, parques, establecimientos, hasta los pájaros o siquiera las sombras, cada ser vivo o inerte en aquella ciudad le pertenecía, absolutamente todo era suyo.

Él estaba por sobre todos y nadie tenía el valor de contradecirlo, nadie, excepto Gustabo García.

Así es, un jerarca como lo es Conway, también tiene a alguien por encima. No hay acción alguna que anteriormente no haya sido aprobada o rechazada por el rubio.

Ahí donde se lo ve, con su fachada de hombre intachable, siempre serio y con su traje impecable, detrás de esa máscara que luce cada día sin falta, se encuentra un Jack Conway sumiso, débil, con el morbo de ser maltratado, insultado, que lo traten como la mismísima mierda, todo el poder y dominancia que se esfuerza en ejercer ante los demás, en la intimidad desaparece, se esfuma como el humo en el aire.

En aquella relación que nadie más es conocedor, donde puede ser quién es realmente, en la que deja que alguien más ejerza el control y le diera de probar de su propia cucharada, donde muchas noches, en la oscuridad de su habitación, se encuentre arrodillado ante aquella mirada penetrante de color zafiro suplicando entre sollozos y balbuceando debatiéndose entre el placer y el dolor. Es ahí donde el gran Superintendente deja de ser superior.

Como un mar de sensaciones diferentes, en el excitante contraste entre lo dulce y lo agrio, Jack Conway se deja hacer ante Gustabo García. Donde nadie puede verlos, ambos dejan de lado aquella máscara que usan contra el mundo, y se permiten disfrutar de aquellos prohibidos deseos.

Los dos habían hecho un pacto, si bien hacia el exterior, el público, actuaban de cierta forma, y en la intimidad de otra muy diferente, donde Gustabo era quien tenía el control de su vida entera, habían veces que Jack se olvidaba de aquello, porque sí, es verdad, el Superintendente debía desprender de cada poro de su ser aquella autoridad que lo caracterizaba, rebajando a todo aquél que se le atravesara, pero aquello no significan que, aún así, deba intentar rebajar también a su Dios.

Sí, el rubio ya se lo había dejado muy en claro desde un principio. El de corbata podía gobernar todo lo que quisiera en aquella ciudad, podía fingir como los antiguos reyes romanos ser dioses, pero la realidad era otra, haga lo que haga seguiría siendo un simple rey, y él, su Dios.

Y como su Dios, debía respetarlo, honrarlo, alabarlo y, sobre todo, obedecerlo.

Cosa que Jack había olvidado.

—¡¿Así que se hacen las graciositas, supernenas?!— gritó con ironía y furia mientras pasaba su mirada en aquella hilera que habían formado sus subordinados en mitad de recepción.

—No fue así...— dijo apenas audible Dan mientras desviaba la mirada para que el mayor no lo tomara como amenaza.

—¿No lo fue?— se acercó lo suficiente logrando que el otro se encogiera en su lugar.

—Súper, sólo seguíamos órdenes— trató de explicar ahora Yuu al ver a su compañero en aquella situación.

—¿Se puede saber de quién coño fueron las órdenes? Porque hasta donde sé, ¡Yo soy el único que las doy!— gritó señalando su pecho.

•Intenabo• One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora