Capítulo 12

587 25 1
                                    

"Siempre hay días felices que recordar y, cuanto más jodido estás, más recuerdas esos días." - Tokio❤

Cuando ya me estaba empezando a quedar dormida, decidí mover el culo del suelo y hacer algo con mi vida. Como se suponía que yo no tendría que estar ahí, era la única que no tenía nada que hacer.

Decidí bajar a ver como iban con el oro. Hacía un calor de la hostia allí abajo.

- Hola - saludé.

- Sidney... siento mucho lo de antes - se disculpó Nairobi.

- No pasa nada, no es tu culpa. Ni siquiera me hablabas a mi.

- Ya, pero... me pasé.

- No, no. Tranquila. Es la verdad, Berlín está muerto. Aunque esperaba poder vivir más años junto a él.

- Oh, no lo sabías.

- ¿Qué no sabía?

¿Mi padre me había ocultado algo? Y, si eso fuera cierto, ¿por qué una desconocida lo sabía y yo no?

- Sidney, será mejor que te lo diga ya y sin rodeos. Tu padre tenía una enfermedad. Estaba muy grave. No habría durado mucho más de un año después del atraco.

- ¿Qué? Nunca me había dicho nada...

Me sentía estafada. Pues claro que sí, no estaba triste, estaba enfadada. ¿Por qué no me había contado algo así? Ahora todo me tenía más sentido: las frases motivadoras de los últimos años asegurándome que yo valía para mucho, todo lo que me había dado, lo que me había cuidado. Todo cobraba sentido en ese instante.

Pero no tuve tiempo de pensar en nada más, porque Palermo bajó interrumpiendo todo.

- Reunión en la biblioteca, ya - ordenó, y Bogotá, Nairobi y yo lo acompañamos al ascensor.

Ya en la biblioteca, nos colocamos todos en fila, en frente de Palermo, como unos niños a los que les están dando una clase.

- Señoras y señores, van a entrar - indicó -. Y todos sabemos muy bien lo que eso significa. Me encantaría tener más información, pero, lamentablemente, no la tenemos. Así que nos queda un solo camino: utilizar la violencia como método disuasorio.

- ¿Cómo? - preguntó Tokio.

- Que ni bien veamos aparecer el primer blindado, lo vamos a cagar a tiros, y lo vamos a hacer recular - explicó, quitando las mantas que cubrían unas cajas llenas de armas.

- ¿Eso te lo ha dicho el Profesor? - siguió Tokio.

- Perdimos contacto con el Profesor. Y no sé si fue un problema técnico o si es algo más grave. El asunto es que estamos solos. Y que yo estoy a cargo ahora.

- A ver, a ver, a ver, un momento - Tokio se acercó a Palermo -. ¿Mm? No sabemos por dónde van a entrar, ni si lo van a hacer con blindados, descolgándose por las ventanas o por las putas alcantarillas. Dime. ¿Dónde coño vas a lanzar esos misiles? ¿Nos hemos vuelto locos o qué?

Se giró a vernos. Todos parecían estar de acuerdo con Palermo. Yo no sabía que pensar; en aquel asunto, no debería tener ni voz ni voto, en realidad. Así que solo la miré con cara triste y ojos apagados.

- Chicos, no me jodáis, ¿eh? - nos dijo ella -. Ahí afuera está nuestra gente. Hemos entrado aquí lanzando dinero. No bombas. Esa nunca sería una estrategia del Profesor.

- Estoy contigo - dije, acercándome. Palermo me miró con desaprobación -. El Profesor intentaría ganar tiempo.

- Así que ahora la que disparó a un rehén y la que se lía a tiros con todo el mundo proponen ganar tiempo, qué curioso, ¿no? - se burló Palermo -. ¿Sabéis que creo? Que Tokio tiene muy claro que si sacamos los antitanques, no le van a dar a Río.

- Palermo, dudo que sea eso... - empecé, pero él me interrumpió.

- ¡Que nos van a quemar con napalm! - me gritó -. ¡Qué carajo les pasa! ¡Vamos, despiértense, mierda!

Todos se acercaron a coger armas.

- Cariño, yo lo siento por tu historia de amor... pero ahora toca defenderse - le dijo Nairobi a Tokio.

- ¿En serio le vais a hacer caso? - pregunté.

- Sidney - dijo él -. Te conozco desde hace mucho. Te alterás en seguida, querida, con cualquier cosilla. Vete a tu cuarto, ¿sí? Te llamaremos cuando puedas salir.

No respondí nada. Me di la vuelta y regresé a la habitación, enfadada. Pues ya qué, no iba a discutir más. Él siempre acababa ganando.

Pasaron menos de dos minutos antes de que Estocolmo llamase a la puerta.

- Sí que habéis tardado poco - dije.

- Ni siquiera hemos empezado - indicó -. El Profesor ha llamado.

Salí corriendo y regresé a la biblioteca seguida de Estocolmo. Todos estaban ya allí.

- Nos están inyectando gas narcótico - informó Tokio -. Necesitaremos esto.

Nos tendió unas máscaras anti-gas.

- Profesor, todas las entradas están cubiertas - aseguró Helsinki.

- Hay que estar seguros de su ruta de entrada - dijo el Profesor -. Van a esperar a que el edificio se llene de gas. Tenemos diez minutos. Cambio de planes.

Ahora sí que todos, incluida Tokio, cogieron armas. Iba a coger la mía, pero la voz del Profesor del otro lado me frenó.

- Sidney, tú no.

- ¿No esperarás que me esconda?

- No. Necesito que te acerques a una ventana en un lugar más o menos escondido y mires lo que pasa fuera. Llévate un walki. Si pasa algo, avisas.

- Sí, Profesor.

Sonreí y corrí a buscar una ventana. Resultó que mi propia habitación tenía una ventana que daba a la parte delantera del Banco. Cerré la puerta con muebles: un armario, una mesa que me dio la sensación de que pesaba quinientos kilos, una silla... Me apoyé en la pared que estaba al lado de la ventana, me puse la máscara que Tokio me había dado y me asomé un poco, apartando la cortina con dos dedos unos milímetros. 

- Van a entrar - les dije, en cuanto vi movimiento.

Y ya está. El plan salió muy bien y no hizo falta nada extraordinario para completarlo. En poco menos de media hora, me vinieron a buscar. Aseguraron que podía quitarme la máscara anti-gas y fue lo primero que hice.

- Ven, tienes que ver esto, te vas a cagar de risa - me dijo Tokio, que me agarró de la mano y me llevó corriendo a la sala en la que cinco policías en calzoncillos estaban atados a una silla cada uno.

Palermo agarró una cámara de vídeo y empezó a grabar tras avisarnos de que esto lo vería la policía.

Tokio estaba que no podía con su vida. Pero la mejor parte vino cuando les obligaron a cantar "Bella Ciao". Tuve que ponerme una mano en la boca para no estallar en carcajadas.

Más tarde, algunos rehenes fueron seleccionados para hacer un intercambio. Ellos salían y, a cambio, la policía nos daba a Río.

Denver y Helsinki controlaban que todos los rehenes salieran y que Río entrase sin ningún problema. Yo estaba sentada en las escaleras, viendo todo desde una distancia prudencial.

Al rato, los rehenes empezaron a salir en orden. Y Río entró. Tokio se lanzó a sus brazos, llorando de felicidad. Yo los miré con una sonrisa.

- Cierren puertas - ordenó Denver.

Y justo cuando se estaban cerrando, alguien se lanzó al interior del Banco. Helsinki y Denver le apuntaron con sus armas. Yo me acerqué corriendo.

- ¡No disparen, no disparen! Voy desarmado - dijo él -. Soy Arturo Román.

Desde luego no era policía. Pero ni de lejos. Aunque Denver parecía más sorprendido que si hubiera sido poli.

- ¿Arturito?

Holaa
Subo el cap ahora porque después no voy a tener tiempo y al final nunca los subo el día que toca jajaja
Muchísimas gracias por leer, os amo❤❤
Hasta el próximo capítulo!

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora