Capítulo 31

321 19 0
                                    

"Todos llevamos un francotirador apuntándonos al corazón, pero el terror de verdad llega cuando esa bala no te da a ti y se lleva por delante a una persona que amas". - Tokio❤

- Bien - respondió mi tío -. Ya sabes lo que tienes que hacer, encuentra a los demás y libraros de los militares. No digo que los matéis pero... no tengas miedo a disparar.

- Nunca, Profesor.

Avancé observando todo el desastre a mi alrededor. Todo hecho pedazos, cosas tiradas por el suelo, cualquiera diría que era cosa de un terremoto. Pero no.

No tardé nada en encontrarme a los militares. Me acerqué a ellos y me presenté como cabo García.

- Me manda el coronel Tamayo - indiqué.

Ellos me miraban de arriba a abajo. Procuré estar de espaldas a Gandía; era el único que podría reconocerme.

- Coronel - dijo a su comunicador el que parecía el líder -, a la próxima que quiera mandar a alguien aquí dentro, consúltelo conmigo primero. Y espero que no vuelva a hacerlo. Cambio y corto - tras esto, se dirigió a mí -. Bienvenida al equipo, soy el comandante Sagasta.

- Hola. ¿Dónde están los atracadores?

- Parte de esos capullos están encerrados en aquella sala, en el museo. Tienen acceso a todo el resto del Banco, pero no a nosotros, que es lo importante. Otros tres están en la cocina, se cubren con una plancha de metal; no debería ser muy difícil reventarla. Ah, y ha habido una baja de su parte. Bien, aún no ha muerto, pero no creo que tarde.

Se me erizó la piel de todo el cuerpo al oír eso. ¿Una baja? ¿Quién? ¿Qué habría pasado?

- ¿Estás bien? - me preguntó Sagasta.

- Oh, sí. Solo me alegro de que estemos consiguiendo matar a todos estos cabrones. Sin duda se lo merecen - respondí, dándome asco a mí misma al decir eso.

- Había una - dijo de pronto Gandía a mis espaldas -. Era joven, 20 años a lo máximo. La llamaban Sidney. Se fue fingiendo ser rehén. Una pena que no esté aquí para ver como matamos a sus compañeros uno por uno.

- Lo verá en las noticias - contesté, tratando de mantener la calma. Gandía sabía algo y trataba de ponerme a prueba -. Le dolerá igualmente. Bueno, ¿cuál es el plan?

- ¿Plan? Ni que fuéramos el Profesor. El plan es matarlos a todos.

- De acuerdo.

Nunca fui una buena actriz. Tal vez porque nunca tuve la oportunidad de participar en una obra de teatro y mucho menos en series o películas. En cambio, mentir se me solía dar bien: no me ponía nerviosa, había aprendido a ralentizar los latidos de mi corazón a la hora de hacerlo pero... aquella vez estaba muy nerviosa. Se me trababan los pensamientos; no quería imaginar lo que pasaría al hablar.

- Vale mira, te explico - siguió Sagasta, dando a entender que en verdad sí había plan. Gandía me miraba sin apartar la vista. Él sabía que me conocía; lo sabía, y yo sabía que lo sabía, y eso me ponía tan nerviosa que mi mano empezó a temblar -. ¿Todo bien?

- Eeh... sí, por supuesto - mentí.

- Está claro que no, mi comandante, esto es muy sospechoso - habló Gandía.

- Capitán, ¿sabe lo que es sospechoso? - intervino Sagasta -. Que haya tres tipejos encerrados en una cocina usando una puta plancha y nosotros, que somos más y más experimentados, ¡no los hayamos matado ya! García, como le iba diciendo - dijo, dirigiéndose a mí -. Queremos perforar la pared y entrar por la despensa antes de que los del museo salgan y nos acribillen por la espalda.

- Es mejor atacar por el pasillo... - empezó Gandía.

- Cállese la boca. Vamos a hacer lo que yo diga.

- Gandía está cuestionando órdenes - dijo de pronto la voz del Profesor -. Tokio, ese es su punto débil. Tú lo conoces, ¿puedes hacer algo? Sidney, te quiero atenta.

Escuché la voz de Tokio del otro lado de la cocina, saludando irónicamente a Gandía. Empezó a hablarle, a echarle mierda para que reaccionase mal... y pasó. Gandía cogió una granada y, arma en mano, salió de su escondite disparando hacia la cocina. Eso creó un gran revuelo de modo que todos empezaron a disparar. Con el ruido y todo, aproveché y maté a un par. Mi primera vez matando... bueno, algunos tienen su primera vez montando en bici y yo... bueno. Ya me iban a acusar de veinte mil cosas, que importaba añadir asesinato también. No me gustaba saber que una vida se iba, pero era o matar o que te matasen: aquello era la puta guerra.

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora