Capítulo 39

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"Como en el ajedrez, hay veces que para ganar es necesario sacrificar una pieza" - Tokio❤

No recuerdo el tiempo que pasamos allí: minutos, horas, daba igual. Para cuando Tamayo entró, de nuevo muy cabreado, a mí ya se me habían dormido los brazos.

- Vosotros fuera de aquí - les dijo a los policías que nos vigilaban.

Se acercó a mi tío y le pegó tremenda bofetada que hasta le tiró las gafas.

- ¡Hijo de puta! - dijo Lisboa.

Tamayo siguió. Le pegó un puñetazo en la barriga y mi tío se encogió de dolor.

Yo, por mi parte, me balanceé un poco para pegarle a Tamayo una patada en el costado, consiguiendo que se llevase la mano al lugar del golpe.

- Le das otra vez, y a la próxima la patada no será tan suave - amenacé.

Tamayo se acercó a mí.

- No me gusta pegar a las mujeres pero creo que esta va a ser una excepción - dijo, justo antes de pegarme la bofetada de mi vida.

- ¡Tamayo! - exclamó Lisboa -. Si cruzas esa línea roja ya no hay vuelta atrás.

- ¿Y me lo dices tú? - dijo este, agarrando a Lisboa y, no lo digo yo lo dice la ciencia, haciéndole daño.

Fue una pena que mis piernas no llegasen tan lejos. Tamayo se acercó nuevamente al Profesor.

- Te reviento la cara para que se te meta aquí - le dio un golpecito en la cabeza - una sola cosa: no vas a tener autopsia. Te voy a destrozar golpe a golpe delante de tu novia y tu sobrina. Y no voy a para hasta que me digáis dónde está el oro o hasta que fallezcas. Porque aquí o gano yo o no gana nadie.

Volvió a pegarle. Lisboa y yo gritamos, y tuve que morderme el labio para no lanzar otra patada.

- ¿Y si fuera usted el que está equivocado con lo que es ganar? - dijo el Profesor -. Imagínese, dentro de unos meses, en su casa, escuchando los datos del paro, los vencimientos de deuda... El país entero sumido en una rotunda quiebra, en una crisis sin precedentes, en un caos absoluto. ¿Qué Tamayo es el que ganaría más? ¿El que nos encarceló? ¿El que nos mató pero perdió el oro? ¿O el que lo recuperó y frenó la crisis financiera más grande de toda la historia? Escúcheme, Tamayo. Yo sé que le va a costar mucho asumir esto, lo sé de verdad, pero en este momento usted y yo solo tenemos una opción. Solo una: o ganamos los dos... o perdemos los dos.

Hubo un silencio. Por un momento pareció que Tamayo pensaba en donde darle el siguiente golpe. Al final, lo agarró por el cuello de la camisa muy bruscamente.

- No sé dónde está el oro. No lo sé - soltó el Profesor -. No lo sé yo, ni Lisboa, ni Sidney, no lo sabe nadie de la banda. ¿Qué esperaba? ¿Cómo iba a entrar aquí con esa información? No lo hubiera hecho jamás. Tamayo, usted entierra gente en el desierto. Más tarde o más temprano, nos podía haber sacado a cualquiera de nosotros. No podía permitir que nadie entrara al Banco con esa información, ni siquiera yo. Ese es el cortafuegos. El oro está fuera. En movimiento.

Tamayo esbozó una sonrisa.

- Así que este es su último número de birlibirloque - dijo -. Noventa toneladas de oro por ahí... danzando grácilmente... Pero tiene razón en una cosa - recogió las gafas de mi tío del suelo -: yo ya no sé cómo gano en todo esto - hizo una pausa y le puso las gafas con mucha delicadeza -. A lo mejor tenemos que perder los dos.

- Tamayo, usted y yo somos insignificantes comparados con el tsunami económico que está llegando, absolutamente insignificantes. Tamayo, usted sabe que solo hay una salida. Lo sabe bien.

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora