Capítulo 40

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"Cuando tocas fondo, todavía tienes un camino que recorrer hasta el abismo" - Tokio❤️

- Me pica la espalda - me quejé tras unos minutos de silencio que se me hicieron eternos, y que en mi mente bien podrían haber sido tanto 5 como 50.

- ¿Esa es tú única preocupación ahora? - preguntó mi tío, medio en broma medio en serio.

Abrí la boca para responder, pero el sonido amortiguado de unos disparos me interrumpieron.

- ¿Esos son disparos? - preguntó Lisboa, alerta.

- El plan está funcionando. Intentan hacer creer a la gente que el oro sigue aquí dentro - explicó él.

- ¿Y piensan conseguirlo así? - pregunté -.Porque a mi me acaba de sonar más como que los han matado a todos.

Lisboa masculló algo por lo bajo y nos quedamos los tres de nuevo en silencio.

- El plan Pulgarcito está llegando a su fin - aseguró el Profesor -. Pronto recibiremos otra visita de un Tamayo todavía más cabreado que antes.

Y así fue que, en cuestión de minutos, unos guardias vinieron a sacarnos de allí y llevarnos al despacho, en el que Tamayo esperaba sentado al otro lado de la mesa.

Se puso de pie en cuanto nos vio entrar. Los guardias que nos escoltaban prácticamente nos obligaron a sentarnos, y a continuación nos dejaron a los cuatro a solas.

- Muy bien. Nadie nos oye - dijo Tamayo, volviéndose a sentar, casi como si me hubiera leído el pensamiento -. Supongo que tiene un plan.

- Va a dar usted una rueda de prensa - respondió el Profesor -, y va a decir que la investigación oficial ha encontrado el oro.

- Si hago eso, usted me deja con el culo al aire - rebatió.

- Si yo le dejo con el culo al aire, usted deja de confiar en mí. Y eso no nos conviene.

- Pues que no sea un problema de confianza. Que sea una cuestión de vida o muerte - cogió su walkie y habló por él sin dejar de mirarnos a los tres -. Suárez, Cañizo, ¡adelante!

Instantes después nos mostró su móvil. En la pantalla podía verse al resto de la banda, de pie y encañonados, poniendo nuestra situación en una "cuestión de vida o muerte".

- Al mínimo engaño, ordeno que los ejecuten - se interrumpió un momento para hablar con sus hombres y volvió a dirigirse a nosotros -. Ahora que sabéis a lo que estamos jugando, ¿de verdad quiere que salga ahí a hablar con la prensa?

- ¡Está loco! - exclamé -. ¡Ellos no han... lo único que han hecho ha sido seguirnos hasta aquí! No los mate.

- Tal vez quieres confesar algo.

- ¿Quiere recuperar el oro? Seguro que sí, ¿verdad? Pues cállese y escuche.

- Adelante.

Suspiré sonoramente y miré a mi tío, dándole la palabra.

- Le dije que o ganábamos los dos... o perdíamos los dos. Así que no sólo va a salir ahí a decir que encontraron el oro. También va a decir algo más: que yo entré al Banco para negociar la rendición de mi banda y así evitar males mayores. Y terminará dando un mensaje de confianza y transparencia. En cuanto usted salga por televisión, los camiones con el oro se pondrán en marcha. Podrán escoltarlos desde la autopista del Norte.

- ¿Y exactamente cómo va a dar esa orden detenido y esposado?

Sonreí y moví la cabeza de lado a lado en un gesto burlesco de negación.

- La orden ya está dada - respondí -. Sólo falta que usted salga por televisión dando ese comunicado. Usted habrá ganado y todo el mundo podrá verlo.

Tamayo salió de allí, tal vez convencido, tal vez no, pero sin decir una sola palabra más. Los guardias que nos habían traído entraron para tenernos vigilados.

El tiempo pasaba y no se oía nada extraño en el Banco. Ni disparos, ni explosiones, ni gritos... nada. Eso era bueno. Quería decir que el Coronel había decidido hacernos caso y hablar con la prensa.

- ¿Puedo mirar por la ventana? - pedí.

Uno de nuestros vigilantes hizo un gesto con la cabeza que podría haber sido tanto una afirmación como una amenaza de muerte. Decidí pensar que se trataba de la primera opción, así que me levanté y me acerqué. Nada pasó a mi espalda, así que me dije a mi misma que había interpretado bien el gesto del hombre.

Justo en ese momento, llegaron unos camiones negros, llenos, supuestamente, de oro. En realidad, eran lingotes de latón. Total, a nadie le importaba si eran de oro o no, pues realmente no se usaba para nada. Solo era un pequeño "respaldo psicológico", como había dicho mi tío aquella noche. Así que, si ellos creían que lo tenían, ¿qué importaba cuál fuera la verdad?

Esta era la parte del plan que nadie conocía. O casi nadie. Excepto el Profesor, claro está, Palermo y, por supuesto, yo. El cómo me había enterado yo había sido cortesía de haber estado con ellos durante su conversación, cuando ellos pensaban que, a causa de la fiebre que en aquel momento me mantenía acostada en la cama, me había quedado dormida, demasiado agotada como para mantenerme despierta y escuchar su conversación. Cosa que sí hice.

La puerta se abrió de golpe mientras yo estaba sumida en mis recuerdos. Tamayo entró hecho un basilisco y mandó a los guardias fuera. Dejó un lingote encima de la mesa con gesto enfadado.

- Los lingotes que vienen en esos camiones son de latón con un baño de oro - informó.

Me mordí el labio, aguántandome las ganas de sonreír, y, a la vez, en un gesto reflejo para calmar mi nerviosismo.

- Os lo advertí - continuó. Agarró el walkie con fuerza y dijo: -. Suárez, Cañizo, apunten.

- ¡No! - grité. Él me miró. Empecé a hablar mientras me acercaba -. Espere... espere un momento. Esos lingotes han frenado... como se llamaba esto...

- La crisis de deuda - me ayudó mi tío.

- Eso mismo. Nunca fui buena en economía. Algo malo para una ladrona, supongo - respiré hondo para reconfortarme. Siempre que estaba nerviosa empezaba a hablar de cosas sin sentido y que no venían a cuento, así que me contuve -. Pero ese no es el caso.

Tamayo bajó un poco el walkie, lentamente

- Ustedes iban de Robin Hood... ¿Y le quieren quitar todo su oro al país?

- Soy un ladrón - respondió mi tío -. Hijo de ladrón. Hermano de ladrón. Tío de ladrona. Y espero algún día ser padre de ladrón. Nadie puede renunciar a su naturaleza, Tamayo. Le estoy dejando una salida digna.

- Piénselo bien, Coronel - habló Lisboa -. Si hasta tiene su gracia. No me diga que no encaja con la tradición española. ¿Que otro país podría tener una reserva nacional de latón y seguir funcionando como una de las principales economías del mundo? La picaresca española. El "Lazarillo de Tormes" no lo escribieron los ingleses, ¿a que no?

- Tamayo, va a ser usted un héroe - lo alentó mi tío -. Un héroe. Esa pequeña diferencia de metal solo será un secreto de Estado más. Pasará de presidente a presidente durante los próximos... 50... 60... 70 años. Y, en el fondo, no pasará nada.

Para nuestra sorpresa, Tamayo se acercó a la mesa en la que yo estaba apoyada y dejó el walkie junto al "oro". Parecía que iba a calmarse, pero levantó una pistola y la pegó a mi frente sin darnos siquiera tiempo a reaccionar.

No me matéis, por favor. Sé perfectamente que he tardado más de medio año en volver a publicar. Pero tengo buenas noticias. El siguiente capítulo, que será algo más corto, es el final de todo. Sí, por fin, esta historia se acaba, y con ella mi deuda con mis lectores.
No os preocupéis, sé que en este penúltimo capítulo he dejado un final un poco fuerte, pero esta vez no desapareceré por mucho tiempo, porque el otro capítulo está escrito y listo para publicar en cualquier momento.
Ahora sí, me despido, hasta pronto. Feliz año 2023 a todos.

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora