Capítulo 7

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"Vamos a llevar a cabo un plan que sería tachado de locura por cualquiera en sus cabales. Así que olvídense de sus cabales." - El Profesor❤

Durante meses, el Profesor y la banda estudiaron un plan. El plan, mi plan, nuestro plan, mio y de mi padre. Iban a atracar el Banco de España. ¿Y mi tío pretendía que yo no participara en mi propio plan? Ni de broma.

Me colaba en las clases y preguntaba a los miembros de la banda sobre cosas que no me habían quedado tan claras, tratando de parecer lo más inocente posible para que no sospecharan. Anotaba todo en una libreta vieja que guardaba al fondo de un cajón, cubierto de todas las joyas que ya dije que tenía, de manera que no se veía. Llegué a completar la libreta con todos los planes que el Profesor comentaba al resto de la banda, los cuales pretendía que yo no conociera, pero pues a mi nadie me dice que no.

El día antes del atraco, traté de convencer a mi tío por última vez. Es cierto que iba a hacer lo que yo quisiera dijese él lo que dijese, pero prefería que ambos estuviéramos de acuerdo. De todos modos, no funcionó, y erre que erre que yo me tenía que quedar en Florencia. Y nada de participar en ningún atraco.

Así que necesitaba un cómplice. Y sabía perfectamente a quien recurrir.

Por la noche, cuando cada quien estaba ya en su habitación, yo salí de la mía en silencio. Llamé con cuidado a la puerta de Tokio. Ella me abrió en seguida y sonrió al verme.

- No vas a parar hasta conseguirlo - dijo, dejándome pasar y cerrando la puerta.

- Sabes que no - respondí, sonriendo -. Necesito un cómplice.

- Has venido al lugar adecuado. ¿Qué tengo que hacer?

- Llévame a España. Lo único que necesito es acabar en Madrid, con vosotros. El cómo entrar al Banco ya será cosa mía. Pero tengo que ir hasta allí.

- Veré lo que puedo hacer.

Y así fue. Decidí no llevarme nada y dejar todo en Italia: si llevaba el móvil, podían rastrearlo o hackearlo para estar dentro del Banco sin estarlo físicamente; si llevaba la libreta con los planes, algún rehén podía encontrarla, y que un rehén conozca tus planes no es una buena idea, créeme; si llevaba un arma, no habría manera de entrar. Así que lo mejor era ir sin maleta.

Tokio me escondió durante todo el viaje, la verdad es que hizo un gran trabajo. Y, al llegar, me alejé corriendo en otra dirección sin que nadie me viera, separándome de la banda. Por poco tiempo.

Llegué al centro de Madrid. Hacía tanto tiempo que no estaba allí, que casi había olvidado lo bonita que era la capital. Pero, por suerte, recordaba como moverme por allí. 

Estaba llegando al Banco cuando de repente apareció un globo aerostático enorme, blanco, con un personaje con máscara de Dalí y mono rojo en el centro. Todo el mundo se quedó embobado mirando al cielo. Me incluyo. De pronto, el globo abrió unas compuertas y empezó a, literalmente, llover dinero.

Todo el mundo empezó a gritar y a  tratar de coger la mayor cantidad de dinero posible. Yo aproveché para irme disimuladamente. Hasta que, de un momento a otro, las pantallas que decoraban con anuncios los edificios de la ciudad se quedaron en negro, y en ellas apareció una persona vestida como los atracadores. Algo me decía que era mi tío.

- Este mensaje - empezó él -, es para todos los que sentís esta máscara como un símbolo de resistencia. Os necesitamos. El Estado nos ha declarado la guerra. Una guerra sucia. Y hemos decidido plantar cara - se retiró la capucha y se quitó la mascara. Sonreí al ver la cara de mi tío en las pantallas, pensando en que él no sabía que yo lo estaba viendo, que pensaba que yo estaba a kilómetros de allí -. La policía ha detenido en un país extranjero a uno de los nuestros: Anibal Cortés - imaginé que ese era el nombre de Río. Ya tenía ganas de conocerle -. Hace ya más de dos meses de esto. No se ha abierto un sumario judicial. No se ha solicitado su extradición. No se le ha facilitado un abogado. Lo tienen cautivo, en paradero desconocido y, con toda probabilidad, le están torturando. Así que exigimos que concluya inmediatamente esta detención ilegal, y que sea sometido a la justicia con garantías de derecho. El Estado ha iniciado esta guerra. Y no nos vamos a esconder. Vamos a pelear, golpe por golpe. Y esta vez... vamos a robar a lo grande.

Una vez dado el mensaje, se levantó y apagó la cámara, cerrando la transmisión. Todo el mundo hablaba por lo bajo, sin atreverse a elevar la voz. Yo, por mi parte, salí corriendo de allí para entrar al Banco. Entré asegurando necesitar ir al baño, sonriendo inocentemente. No debieron ver peligro en mi, pues me dejaron pasar.

Corrí al baño, cerré la puerta y me colé en los conductos de ventilación. Debía impedir que me viera nadie hasta que el atraco hubiera comenzado oficialmente. Me tocaba esperar.

Tras unos minutos, empecé a escuchar ruidos en el interior del edificio, gente gritando y corriendo. Los demás ya habían llegado. Un rato más tarde, oí la explosión.

Decidí esperar unos minutos más, dejar que la cosa se calmara un poco. Pensé que iba a ser más rápido. Hasta que escuché un tiro. Y poco después, varios más.

Eso no estaba previsto. Soy plenamente consciente de que había faltado a alguna que otra clase, pero sabía que me había informado bien. Y el plan no decía nada de disparar a nadie. Algo había salido mal.

Salí corriendo del conducto de ventilación y corrí por los pasillos del Banco. Llegué a una sala en la que cinco personas armadas apuntaban a Tokio y a Nairobi. Ellas fácilmente podrían cargarse a cuatro. Pero el último les metería una bala en la cabeza.

Iba a acercarme corriendo, pero me di cuenta de que la fastidiaría más así que me contuve y me escondí en una esquina.

No pasó mucho tiempo hasta que más de los nuestros llegaran a ayudar.

- ¡Tirad las armas, ratas! - gritó Martín -. Señores, me presento: mi nombre es Palermo, y soy el atracador al mando. Así que les ruego, por favor, apunten a mi pecho. Soy el blanco más valioso.

- ¡A ella! - exclamó otro hombre, como dando una orden -. A ella.

Me giré como pude para ver bien la escena. Joder, era el jefe de seguridad. Gandía.

- Bien - dijo Palermo -. Veo que tenemos unos segundos antes de empezar, así que vamos a hablar de anatomía, ¿qué les parece?

- Joder Martín, ahora qué - susurré, sacudiendo la cabeza. ¿Anatomía? ¿Es enserio?

- El ser humano tiene dos ojos - empezó -, y a diferencia del camaleón, los presenta fijos y en la parte frontal del rostro. Esto los deja en franca desventaja antes de empezar un tiroteo, ¿no les parece?

- Dispara y tendrás dos tías muertas - amenazó Gandía.

- Y te hablo puntualmente a vos, Gandía - exclamó Palermo -. Que vas todos los domingos al estand de tiro, que comprás revistitas de armamento. Que llevás toda tu puta vida esperando este instante para convertirte en un héroe. Yo te recomiendo que pienses mucho en Marisa, que visualices el angelical rostro de tu hijo Juanito, y que bajes el arma muy lento, hijo de puta.

- Vale - dijo Gandía tras un rato de silencio -. Vale.

Y por un instante de verdad parecía que iba a hacer caso. Pero no, claro que no. Empezó a disparar cuando menos nos lo esperábamos, rompió un cristal que cayó sobre Palermo y disparó a Tokio y Nairobi, que al tener chalecos pudieron responder a los disparos con más disparos.

Salí corriendo de mi escondite. Me acerqué primero a Tokio y Nairobi.

- ¿Sidney? ¿Qué haces aquí? - me preguntó Nairobi.

- No hay tiempo - respondí -. Vosotras estáis bien, voy a por Palermo.

Corrí hacia donde estaba él, tumbado en el suelo, con la cara llena de sangre. Helsinki y Estocolmo estaban con él.

- ¡Joder, joder! - mascullé. 

Tokio llegó justo detrás de mí.

- Hay que sacarlo de aquí. ¡Busca camilla! - le dijo Helsinki, que salió corriendo supongo que a buscar una camilla.

- ¡Todo a la mierda! ¡Todo a la mierda! ¡Tiene los ojos llenos de cristales! - gritó Estocolmo, estresada, en cuanto llegamos a su altura -. ¿Sidney? ¿Y tú qué...?

- Luego lo explico, luego lo explico - aseguré, arrodillándome junto a Palermo. Tenía muy mala pinta.

- Dios... ¡Ayúdadme! - exclamó Tokio, tras echarle un vistazo rápido.

Lo pusimos en una camilla y lo llevamos hasta la biblioteca pasando por un pasillo lleno de rehenes a los que Denver iba apartando de nuestro camino.

Desde luego, este atraco iba a ser movidito.

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora