Capítulo 6: Huesos y Ceniza

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En la actualidad 

El paisaje mostraba que ya era de tarde, con Helios en su máximo esplendor sobre el cielo. Los árboles, cubriendo mayor parte de todos los rayos de sol, darían al bosque una frescura sin igual bajo su sombra, haciendo la tarde digna de cualquier estación, menos de verano, con más y más kilómetros de espeso bosque hasta por donde alcanzara la vista. Los estómagos de ambos jóvenes comenzarían a rugir a causa del hambre, aunque la mente del chico se ocupaba más con el pensamiento de salir del bosque y buscar ayuda. Tomó una caminata de dos horas para llegar al primer rastro de civilización, un camino de piedra que llevaba directamente a un par de pilares de piedra blanca, ambos oscurecidos por llamas de hace no muchas horas. 

—¿A dónde me trajiste? —preguntó Allen, confundido y a la vez un tanto molesto por haber sido obligado a caminar tanto solo para llegar a este lugar. 

Se trataba de el pueblo de La Asunción, o lo que quedaba de él tras el ataque de la noche anterior. Gabrielle caminó dentro tomando con timidez la mano del chico, aún sin saber que se trataba de un humano en lugar de un humano-máquina como ella pensaba. Ahora todo estaba claro, siendo el mismo caso de las paredes de roca blanca con rastros de hollín y techos colapsados. Había cadáveres yaciendo en las calles con apariencia muy detallada, cómo si sólo hubieran sido asesinados y luego cubiertos con una fina capa de ceniza. Era algo aterradoramente parecido a las estatuas de Pompeya.

Allen tuvo una reacción como la que se haría esperar, sorprendido e impactado al ver como cuerpos de niños y demás personas estaban allí tirados con expresiones de dolor y miedo en sus rostros, posiblemente gracias al sufrimiento recibido antes de morir de esta manera tan cruel e inhumana. No podía dejar de preguntarse quién o quiénes pudieron ser capaces de tal atrocidad que arremetía contra los ideales universales de piedad y decencia.

Caminando entre los cadáveres llegarían a donde se suponía que había un puente de madera. El chico lo dedujo gracias a unos pilares que estaban a cada lado del río que no llevaba agua, sino fuego que corría como si fuera un líquido natural. 

—Esto es sorprendente— diría Allen al asomarse a una distancia prudente del río de fuego, con el calor a solo unos pocos centímetros siendo demasiado intenso y llegando a un punto que la arena a la orilla del río yacía como vidrio fundido. Sabía que el problema era algo serio para que el agua estuviera en llamas.

Volteó a ver a la pequeña elfa, quien solo veía al otro lado callada y con nostalgia en su mirar mientras unas lágrimas salían de sus ojos y resbalaban por sus mejillas. 

—¿Por qué me trajiste aquí?— preguntaría otra vez, sintiendo que necesitaba sacar una respuesta por parte de ella— No puedo hacer mucho estando aquí solo; debo buscar a mis amigos. Ellos saben más sobre estas situaciones. 

—Solo...ayúdame a cruzar al otro lado, por favor— respondería cabizbaja y con un tono de voz que sonaba  cómo si en cualquier momento pudiera quebrarse en llanto.

¿Cómo podrían pasar? No había rocas para saltar, y poner un tronco sobre el “flujo” de fuego no era la mejor opción por razones obvias. Sabía que no sería un simple favor el ayudarla a cruzar. Entonces pensó que esta anomalía debía tener un punto de origen en algún lugar corriente arriba. No podía dejarla sola en ningún momento, por lo que sin dudarlo tomaría la mano suave de la elfa, siguiendo el río corriente arriba dentro del pueblo. Se toparon con una reja alta cubierta por enredaderas quemadas, saliendo desde adentro el río. La misma estaba goteando su metal derretido por lo que no era buena idea pasar por debajo. Un presentimiento le decía que el origen de las llamas estaba cerca.

—¿Qué hay tras esta cosa?— preguntó Allen refiriéndose a la reja donde apenas se podía ver hacia adentro. Gabrielle respondió:

—Es...la academia de artes mágicas. Ese lugar es el jardín de rosas. 

Leyendas De Gaia 1: El Caballero Soñador  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora