Ahí estaba el chico, le habían prometido su libertad pero continuaba encerrado en aquel lugar frío y polvoriento.
Aún tenía en su poder aquel cuchillo que encontró en la arena, y cual prisionero marcaba sobre una columna de madera las horas que llevaba ahí encerrado tras revisar el reloj de su celular cada cierto tiempo. Su pecho le dolía pero no parecía tener fracturas, al igual que su cara, aunque al tacto podía sentir su pómulo derecho hinchado.
La puerta fue golpeada desde afuera con fuerza, y fue señal para que este escondiera rápido el cuchillo tras un montón de cajas, una rejilla se abrió en esta y los ojos de la misma chica de hace rato le estarían viendo con compasión, Allen instintivamente se levantó para poder hablar con ella.
-Muévete hacia atrás, voy a entrar-dijo la sacerdotisa al otro lado. Allen obedeció retrocediendo unos cuantos pasos, y la puerta se abrió. Pronto entró la sacerdotisa a la par de otra chica que traía consigo un maletín de cuero-no te debes preocupar, vengo a tratar tus heridas y a sacarte de este lugar-se acercó a él para acariciar su mejilla.
La otra chica tenía piel blanca distintivamente cuidada y sin marcas, contrastando con la mayoría del pueblo y pareciéndose más a la chica rubia, y cabello negro liso ordenado en un estilo de hongo, tambien tendria puesto un vestido de color blanco mas ligero con un estampado de rosas, y encima de este tendria puesto un mandil del tipo que utilizan las enfermeras, pero también se podia notar la melancolía y tristeza en sus ojos. Esta acompañante hizo que Allen se sentara en el suelo e inmediatamente puso un pedazo de algodón en el área herida: un ardor en su cara provocó una mueca de su parte, pero al menos podría estar aliviado un par de minutos después de que su rostro fuese limpiado.
-También debo ver cómo tienes el cuerpo-susurro la sacerdotisa con sus dos rodillas en el suelo, sus manos sujetaron la playera del chico y este último detuvo sus manos.
-Estoy bien...-soltó un leve suspiro, él era necio cuando se trataba de heridas; si aún podía caminar prefería no ponerle tanta importancia a su condición y cuando menos se diera cuenta volvería a estar como nuevo.
De pronto un puño chocó con su pectoral derecho, seguido de otro dolor punzante que cruzó su caja torácica e instintivamente solo frotó su pecho en un intento de aliviarse. Vio con algo de molestia a la sacerdotisa, la cual le regresó una mirada seria.
-Te intento ayudar, debes estar sano para cuando tus compañeros vengan.
Allen volteo hacia atrás. La otra chica solo se mantenía en silencio ante la plática de ambos. Él mismo se quitó la playera, pudo ver su propio cuerpo marcado con moretones y raspones sucios de polvo y sudor. Se dio cuenta de su estado.
-¿Acaso no sabes en cuánto tiempo estarán aquí?-preguntó el chico antes de hacer una mueca causada por el agua fría que le aplicó la acompañante de la sacerdotisa con una esponja.
-Desafortunadamente aún no, solo sé que vienen una carta que me entregó un enmascarado de plata esta mañana.
-¿Máscara plateada?-preguntó Allen tras abrir los ojos- ¿Y exactamente cómo era ese sujeto?
-Vestia de negro y tenía cabello rojo, era solo el-contesto la sacerdotisa con una pequeña sonrisa mientras peinaba su cabello rubio entre sus dedos- ah, también tenía una espada en el cinturón, estoy pensando que podría ser algun caballero de la hermandad de Galileo.
-Cabello rojo y ropa negra-los ojos de Allen prestaron completa atención al rostro de la chica-no lo sé suena, a unos rasgos muy comunes.
-¿No deberías reconocerlo?- le preguntó la sacerdotisa- ¿O acaso eres un miembro nuevo y aún no te aprendes los nombres?- hizo un puchero al pensar que le asignaron la labor de sacarla de aquel pueblo a un novato.
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Leyendas De Gaia 1: El Caballero Soñador
RandomLibro 1 de Leyendas de Gaia: El Caballero Soñador Allen Park es un chico con el sueño de convertirse en un héroe, y parece que finalmente podrá avanzar al embarcarse en su primera misión cómo cazarrecompensas. Pero en el mundo lleno de magia, suspe...