Capítulo 31: Amor y guerra

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          La dispersión se hizo inmediatamente, amplificada por el tamaño de la casa y sus recovecos. Francine les había hecho un signo de silencio a todos antes de que salieran, retrasándose porque se detuvo a ayudar a la abuela de Olivia cuyas piernas ya no estaban para huidas. Aleksei lanzó un levicorpus y alzó a la anciana señora para ayudarla a escapar. Lo primero que pensó Francine fue en dirigirse a la terraza poco visible en la que había estado durmiendo, le hizo un gesto a su esposo para entrar en la habitación, pero al pasar frente al cuadro de Kodran éste les interrumpió la carrera.

––Tomen el pasillo del oeste, escóndanse allí.

––¿Pasillo del oeste? No hay ningún…

––Está hechizado, los habitantes de la casa están protegidos, sólo ellos pueden entrar en momentos de peligro y sólo ellos lo pueden ver. ¡Vayan! ––insistió.

           La pareja, con la anciana flotando, corrió hacia el lado opuesto, tomando el ala que llevaba al misterioso pasillo del oeste y allí, obediente, los esperaba.

Aleksei dejó a la señora en una silla que había en uno de los cuartos y regresó a la entrada del pasillo ––¡Por aquí, vengan!

        En un par de minutos, los integrantes de la casa subieron las escaleras mientras los mortífagos comenzaban a forzar las entradas.

––¡Vetustus! ––lanzó Paul haciendo que la casa se viera rota y abandonada.

––Buena idea Paul––aprobó Olivia

––Sí, bien hecho––opinó Fredrika.

          Los mortífagos ganaron la casa, ingresaron a todos los cuartos de la planta baja y, cuando se cansaron de no encontrar nada, subieron la escalera.

––¡Qué hacen en mi casa! ¡Invasores! ––tronó la voz de Kodran

          Los mortífagos se detuvieron atemorizados, pero al advertir que el que hablaba era un cuadro, se burlaron de él  y le lanzaron hechizos expeledores que no le hicieron mella. Kodran,  con actitud desafiante, alzó su hacha con una mano y levantó su varita con la otra. Los mortífagos lo insultaron , se burlaron nuevamente y para reforzar sus palabras, le lanzaron hechizos de fuego. Kodran sacó pecho y observó como las llamas rebotaban en la tela y quemaba a los que las habían lanzado y a sus acompañantes. Los mortífagos gritaron de dolor mientras Kodran se reía estrepitosamente.

          Un mortífago delgado y alto, a juzgar por su traje casi vacío y su máscara donde no sobraba nada de rostro, subió y, a traición, tajeó la tela de la pintura. Con cada tajada que hacía, se abrían manchas húmedas debajo de la tela negra del traje, pero en su locura asesina no lo advertía, hasta que las piernas se le doblaron y cayó al piso en medio  de un charco de sangre que avanzaba lentamente.

––¿Alguien más que se quiera batir conmigo? ––los desafió Kodran desde otro cuadro que estaba al fondo del pasillo––Si no están convencidos puedo llamar a mi esposa, es una gran hechicera ––, la amenaza vino ahora desde un cuadro que tenía un paisaje y se encontraba en otro pasillo. Kodran y una mujer alta, de cabello negrísimo y lacio y una mirada dura, se acercaban amenazantes apuntando sus varitas. Los mortífagos dieron por terminada su visita y se desaparecieron en cuanto sus pies tocaron el exterior de la casa.

          Ya seguros, Francine, Aleksei, familiares y jóvenes, salieron del ala oculta de la mansión. Paul quitó el conjuro avejentador a la casa y todo volvió a estar como antes. En el cuadro de Kodran no había nadie y los tajos dejaban ver el fondo de madera.

––Kodran…¿qué haremos con tu pintura? ––se lamentó Francine.

––¡Fácil! ––dijo el guerrero, entonces regresó a su cuadro por un rincón sano y los tajos comenzaron a unirse lentamente ––. Ya lo dije, mi esposa es una gran hechicera ––y sonrió con orgullo.

Una muggle en HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora