Capítulo 8

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Aradia se encontraba en el centro de lo que parecía ser un gimnasio con gradas incluidas a un costado. Ella sentía que era una fosa para reclusos, de hecho sentía la mirada de su carcelero fija en la nuca. El piso era de cemento gris. Jadeaba de manera estrepitosa: hacía horas que se encontraba entrenando con Mateo. Un poco más adelante, sus hermanos entrenaban bajo la supervisión de Akemi. Lara, para su gran pesar (y alegría de Aradia), entrenaba con los niños: un grupo de doce jóvenes entre los trece y dieciocho que despertaron durante el primer impacto. Para desgracia de Lara, era la mayor ampliamente, por lo que se aburría monumentalmente en sus entrenamientos. El turno de los pequeños (como ellos les decían) dentro de la fosa, mal llamado gimnasio, concluyó hace un tiempo. Ahora estaban en la biblioteca en sesiones de estudio.

Hace una semana que se encontraban viviendo en el CED. Por las mañanas, cada día, habían entrenado allí sin descanso. Por las tardes, entrenaban fuera. No habían acudido aún a la biblioteca, Blackwood priorizó en su esquema de entrenamiento el desempeño físico, alegando que ellos son mayores y ya habían perdido demasiado tiempo. Levantó la vista y observó hacía la especie de balcón pequeño que había arriba a su derecha. Se suponía que era un depósito de materiales pero también era el punto estratégico del Cuervo para espiarlos. Así lo llamaban todos a sus espaldas y él lo sabía. Después de todo, su nombre, su familiar y su horrible personalidad gritaban cuervo a mil leguas.

Un escalofrío de rabia recorrió su cuerpo. Se sintió arder por dentro y casi en piloto automático, las llamas aparecieron en sus manos.

―Excelente, gradúa la intensidad ahora. Haz crecer y achicar la llama de manera progresiva ―dijo Mateo frente a ella de brazos cruzados.

Se esforzaba por él. Sabía que Blackwood los vigilaba a ellos tres, pero por sobre todo, a él.

―Allá te van más rocas hermanito ―dijo a la distancia Facu.

Observó como este quebraba con facilidad el suelo y empezaba a hacer surgir tierra y piedras del mismo. Sus manos se movían con sumo cuidado, como si acariciara el aire. Una gota de sudor surcó su frente. Piedras de todos los tamaños posibles empezaron a cruzar el aire en dirección hacia Máximo. Cuando estaban apunto de impactar contra él, una cortina de luz verde claro les impidió el paso.

―Perfecto Max. Quiero que le des forma, estás gastando demasiada energía y creas paredes demasiado gruesas ―sentenció Akemi unos metros más alejada y de brazos cruzados.

Un resoplido de frustración llenó su rostro. Observar a sus hermanos la hacía sentir enferma. Durante la semana habían progresado increíblemente. Ella, por su parte, no había avanzado casi nada.

Hace poco descubrieron que hay distintos tipos (o especialidades) de magia. Mateo era tipo sensor, como había comentado en incontables oportunidades. Facundo era del tipo rastreo: dentro de sus múltiples dones, sus sentidos habían mejorado. Era capaz de percibir olores y movimientos a kilómetros de distancia. Akemi también era de ese tipo, por eso lo entrenaba. Por otro lado, Máximo era del tipo defensivo. Actualmente aprendía a crear escudos de energía. Lo ponían a practicar con Facundo, quien había demostrado un nivel perfecto de control de energía y, además, empezaba a dominar el elemento tierra.

Ella, por otro lado, era del tipo ofensivo. Más allá de sus habilidades con el fuego, solo había logrado darle palizas a Mateo en el combate cuerpo a cuerpo. En realidad, con quien se enfrentase. Lograba cosas que no estaba segura de haber aprendido nunca. Durante uno de los encuentros, en exactamente diez segundos, jaló a Mateo del brazo, lo ubicó de espaldas y se sentó encima de él. Desde entonces, no volvieron a practicar ese tipo de combate.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora