Capítulo 27

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Miró de reojo como Camille prestaba atención a lo que ella decía. Quiso recordarle a Mateo el sueño y como éste la guiaba a lo que tendría que hacer hoy. Pero mentalmente se recordó que no podía confiar en nadie, aún en medio de la guerra.

―¿Estás bien? ―dijo él mientras la examinaba rápidamente con la vista, ignorando su comentario.

―Sí, solo... Mi cabeza estalló, no sé porqué ―emitió finalmente.

―El uso excesivo de magia. Es tu primera vez en una batalla de estas magnitudes ―exclamó Camille seriamente mientras tensaba su arco.

Se incorporó despacio, aún apretando con sus manos fuertemente los codos de Mateo. Lo miró desesperadamente, tratando de que comprendiera mil pensamientos sin siquiera mediar una palabra.

―Lo sé ―emitió él dulcemente, mientras sus dos últimos dedos de la mano izquierda rozaban los de ella.

Lenta e imperceptiblemente, esa caricia cargada de tanto significado, solo para ellos, estaba allí. Asintió levemente con el rostro antes de dirigirse corriendo a la azotea del Cuervo, mientras Mateo alzaba sus manos y se sumergía nuevamente en la batalla.

Corrió a través del muro, esquivando diferentes piedras, troncos y trozos de pared que los golems enviaban hacía allí en forma de proyectiles. Observó de reojo a Facundo, unos metros por delante, en la pared. Se encontraba con Klein hablando acaloradamente.

La tierra se sacudió frente a pared, provocando que los golems sean lanzados en diferentes direcciones, lejos de donde ellos se encontraban. Klein fijó las manos al suelo y una cascada, pero inversa, apareció desde el suelo devorando a las criaturas más cercanas.

Un trozo de pared se dirigía hacia ella, por lo que en respuesta, envió una ráfaga de fuego. El trozo voló como una especie de meteorito en dirección hacía el golem más cercano, provocando que se fragmentara en múltiples pedazos. Sabía que se volvería a unir en cuestión de segundos, por lo que siguió corriendo en dirección al Cuervo.

Blackwood estaba con las manos extendidas, totalmente fatigado. Las ramas aparecían del suelo de manera infrecuente, pero su luz seguía iluminando el trayecto de los ataques de los brujos. La lluvia había amainado, aunque el brillo de los relámpagos y truenos seguía en su máximo esplendor. Un vendaval de viento anunciaba que la tormenta había tomado una pausa y pronto seguiría su curso.

―¿Qué tienes, niña? ―dijo girándose a ella.

―¿Ya no soy más Cobben? Es horrible que me llames así ―sentenció ella con una media sonrisa.

―Tengo tres Cobben peleando hoy. Eres la única niña, el sobrenombre es por practicidad ―respondió mirándola fijamente.

Unos segundos pasaron mientras sus miradas se cruzaban provocando una verdadera batalla campal, la que se desarrollaba frente a ellos con esas criaturas, nada tenía que envidiarle. La mirada azul gélida de Blackwood era el invierno eterno, la nieve que lo congela todo a su paso. En contraposición, Aradia siempre fue fuego: su mirada, sus sentimientos a flor de piel, siempre fueron la chispa que se enciende ante la menor provocación.

El viento volvió a azotar con gran intensidad, provocando que su pelo volase en direcciones dispares. El rostro de Blackwood, rojo y contraído por el cansancio, casi agradeció ese soplo de aire fresco.

Los arañazos en las piernas de Aradia casi llegaban a sus rodillas. Su cuerpo entero tenía incontables cortes, digno de un luchador de corta distancia. En cambio, el frío y calculador Blackwood, estaba pulcramente ataviado sin ninguna herida aparente, pero agotado tanto física como mentalmente, digno de un luchador de largo alcance.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora