Capítulo 43

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Caminó por varios minutos sin rumbo fijo. Había encontrado un camino que parecía en desuso, que daba vuelta alrededor de la fortaleza. Se frenó cuando divisó un banco, junto a un frondoso árbol y un pequeño jardín de flores. Miró extrañada a su alrededor con el aliento contenido. Luego de unos instantes, soltó el aire y sonrió hacía sus adentros. "Magia", otra vez. Era imposible encontrar un jardín florecido de esa forma, en ese momento del año y en ese lugar del mundo. La luz de la luna se filtraba en pequeños destellos sobre las flores rojas que estaban levemente coronadas por copos de nieve. A lo lejos, una baranda negra y baja, lindaba con el lago. En algunas partes estaba vieja y derruida, prácticamente deshecha.

Se sentó en el banco y acomodó mejor su capucha sobre su cabeza. Divisó el jugueteo del viento sobre el agua, como formaba pequeñas ondas sobre su superficie. Le fascinaba como el lago espejismo podía ser transparente de día y parecer negro como el alquitrán una noche cerrada.

Se sobresaltó y maldijo en voz alta cuando una bola de pelo saltó sobre sus piernas. Merlín había trepado y se había acomodado sobre ella. Se había camuflado en la oscuridad de tal manera, que solo se observaban dos ranuras amarillas en la inmensidad de la noche.

―Tú y tus formas extrañas de aparecer ―susurró Aradia sobre la cabeza del animal.

El gato, en respuesta, elevó su rostro y olfateó el de ella.

―Sí, yo también te extrañé ―dijo entrecerrando los ojos.

Acarició suavemente el lomo del gato, tratando de no pensar en todo lo que había ocurrido las últimas veinticuatro horas. En su interior, sabía que debía ir con Mateo, quien seguramente aún estaba dormido producto de los sedantes. Pero no podía. Se sentía miserable por la simple posibilidad de tener que vivir para siempre en el Concilio.

―Blackwood podría presentarse él como "sacrificio" de su clan ¿No? ―preguntó observando a su gato.

Merlín parpadeó y luego volvió a frotar su cabeza en la mano de ella, esperando que continuara con las caricias.

―Sí, ya sé. Seguramente me quiso contar todo esto para anticiparme que debería presentarme como parte de mi clan, que no quedaría otra.

Merlín, esta vez, ni se molestó en observarla. Comenzó a ronronear suavemente y a entrecerrar los ojos, como si se fuese a quedar dormido.

―Quizá tengo suerte, se presenta él también, gana y yo no debo quedarme aquí ―dijo mordiéndose el labio inferior, deseando internamente que por primera vez en su corta vida de bruja, las cosas fueran así de sencillas.

―Envejecerás para convertirte en la loca de los gatos. Mira que hablar de esa forma con el enviado de satán ―dijo Facundo sonriendo.

Ella elevó la vista y lo vio parado a unos metros, con las manos sobre la cadera y un gesto de autosuficiencia.

―El diablo no existe ―respondió ella simplemente.

―Hola hermana, yo también te extrañé.

―Hola. Ahora que no me llamas vieja y loca en una misma oración, puedo saludarte ―dijo ella sonriendo.

―Mueve el culo, llorona ―dijo empujándola para poder sentarse también en el banco.

Merlín gruñó en dirección a él. Aradia escuchó a su hermano insultar al animal en susurros.

―¿Tu no deberías estar en una estúpida meditación? ―dijo ella mirando de reojo a su hermano.

―Ah, eso. Sí, pero me aburrí ―respondió ensanchando la sonrisa.

―¡Facundo! ―reclamó ella.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora