Capítulo 26

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El cielo ennegrecido tintineaba con luces en tonos azules y morados, solo el fragor de la batalla era más intenso que el ruido ensordecedor de los truenos. Unos metros más adelante, observó como Camille enviaba flechas con la punta teñida de azul, claramente con energía, a diferentes puntos del cuerpo de un golem. Era claro que comprobaba que daño podía hacerle y si tenía algún punto débil.

―¡Cobby! ―la llamó Mateo no muy lejos de Camille.

―Cobben, haremos una retirada momentánea, Friedrich y León tienen que haber terminado el muro de contención ―indicó Camille, mientras un grupo de guardias se reunían en las cercanías del jardín, donde había contemplado a su familiar dormitar tantas veces.

El viento comenzó a soplar con mayor intensidad, Akemi planeó muy cerca de ellos y terminó descendiendo a medida que iba volviendo a su forma original. Envuelta aún en su halo violeta tan característico, Aradia pudo ver la multiplicidad de heridas en el cuerpo de su amiga.

―Ya no sé con qué carajo probar ―dijo su amiga a su lado, con la respiración entrecortada.

―¡Ahora! ―gritó Camille en dirección hacía donde debían encontrarse Klein y León.

Un muro de aproximadamente tres metros de altura y un metro de espesor, apareció frente a ellos. De sus lecciones, recordaba todas las diferentes medidas de seguridad del CED, entre ellas este muro defensivo, una de las últimas medidas. Su situación debía ser realmente alarmante para convocarlo, la anteúltima entre las defensas absolutas del edificio. El nivel de energía que requería, difícilmente era posible de mantener para León, era realmente un golpe de suerte que el jefe del clan de los invocadores se encontrase también allí.

Miró hacia la improvisada azotea desde donde Blackwood vislumbraba todo. También era un golpe de suerte para él, el convocar esa cantidad de árboles y elementos para bloquear el paso de los golems, debía estar agotándolo. Su rostro teñido de rojo y la postura cabizbaja que mantenía, apoyaba esta deducción.

―Si vas a hacer algo, hazlo ahora ―comentó Facundo quien apareció a su lado.

Mateo se había colocado sobre el muro junto con Camille. Él enviaba rocas y pedazos del mismo muro que los golems iban destruyendo y Camille continuaba enviando flechas con la punta "teñida" de energía.

Giró su cabeza rápidamente y miró a su hermano totalmente confundida. Su rostro estaba empapado de absoluta preocupación y eso era un claro indicador de que las cosas no estaban bien. Facundo bromeaba siempre, salvo cuando realmente todo estaba perdido.

Miró el muro nuevamente. Observó como más guardias se paraban en él y comenzaban a atacar a los golems: flechas, ataques de energía, algunos dominaban la tierra y otros el viento.

Escuchó un sonido seco a su lado y observó como una exhausta Akemi se desplomaba parcialmente sobre Facundo, quien la sostuvo dulcemente. Ella se recargó sobre el hombro de él y miraba fijamente el piso, tratando de recomponerse.

Aradia respiró profundamente y corrió en dirección al muro. De un salto, con ayuda de la energía, llegó al límite superior de este.

―Iré allí, ¿Me cubres? ―sentenció decidida.

―¿Estás loca o qué? ―respondió Mateo dejando caer el trozo de pared que estaba enviando, de manera abrupta. El golpe repentino hizo que varios guardias se sobresaltaran.

Aradia no contestó. Observó el panorama detenidamente: más de la mitad de los golems se encontraban por fuera de los límites del CED, como si se tratase de quienes se encargaban del ataque a distancia. Un par de docenas de ellos se encontraban mucho más cerca, rugiendo casi al límite del muro. Observó la barrera casi imperceptible de energía que rodeaba a la gran pared, una barrera defensiva extra que permitía a los golems no tocar el muro, la defensa definitiva. Sospechó que era Klein quien estaba convocándola de alguna manera.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora