Capítulo 42

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Silencio.

Ella parpadeó algunas veces antes de comprender por completo sus palabras.

―Qué demonios... ―susurró mirando fijamente el suelo―. ¿Es una broma verdad? ―La máscara de incredulidad bañaba su rostro.

Blackwood no respondió, su sonrisa había desaparecido y su rostro se mostraba frío y sereno.

―Eso jamás pasará ―dijo ella mientras apretaba los puños junto a su cuerpo, incapaz de levantar la mirada y mirarlo a los ojos.

El silencio volvió a reinar. La oscuridad parecía haberlos absorbido, apenas si se veía algo más allá de sus propios pies. Sus uñas se clavaron en sus palmas y su boca se deformó en una mueca rígida.

"No quiero que la historia se repita en ti".

A eso se refería Katherine, era su plan, el de ambos. No eran parientes, no tenían lazos políticos que los uniera, ni siquiera se conocían lo suficiente para poder creer que la historia podría repetirse... Al menos que ella también quisiera que aquello pasase.

―¿Fue tu idea o la de ella? No puedo creer que siquiera sospechen que puedo aceptar algo así, no va pasar Blackwood ―Contuvo las lágrimas en sus ojos y lo señaló con su índice.

―¿Crees que tenemos alternativa? ¿Crees que me agrada confiar mi vida a una niña? ¿Por qué clase de idiota me tomas? ―preguntó él.

Sus ojos celestes la perforaron, Aradia estaba arrepentida de haber levantado la mirada. La furia teñía cada espacio en ese rostro.

―¿Por qué clase de idiota me toman ustedes? ¿Cómo se les ocurre siquiera pensar que diría que sí? Te la pasas manipulándome, pidiendo que confíe en ti sin siquiera hacerme partícipe de tus locos planes descabellados.

Se aferró fuertemente al frente de su capa. Estaba casi segura que había gritado aquello, aunque ya no le importaba que alguien oyese la discusión.

―¿No te has parado a pensar que quizá no puedo hacerlo? ―dijo dando dos pasos hacia ella.

Tomó con su mano izquierda su manga derecha, levantándola ferozmente.

Las cicatrices de Mateo eran nada a comparación de lo que él tenía en su antebrazo: una serie de triángulos y líneas intrincadas, que delimitaban cada centímetro de su piel expuesta. Había sido quemado, torturado y mutilado dando como resultado aquellas cicatrices engrosadas y horripilantes.

Sus manos enormes se posaron en los hombros de ella y la sacudieron. Su mirada penetrante provocó que ella se congelase en el lugar. Se asustó. No por él, sino por el temor que detectó en su rostro.

―Hace diez años, luego de la masacre de los Fukushima, hicimos un juramento. Los once del Concilio, los once que aún hoy estamos allí.

―¿Qué provoca esas marcas? ―dijo tragando sutilmente.

Su rostro estaba aún muy cerca del suyo, esforzándose por continuar hablando.

―No nos permite conspirar unos contra otros. Se suponía que gracias a esto, podríamos por fin confiar plenamente entre nosotros.

―¿Pero? ―preguntó ella. Siempre había un pero.

Sus manos sobre sus hombros se aflojaron y, lentamente, se giró dándole la espalda. Un escalofrío recorrió la espalda de ella al ver como él se debatía cómo decir lo que fuese que estaba pasando por su mente.

―Quienes estén utilizando magia oscura, claramente pudieron deshacerse de este juramento. Quienes no, no podemos decir de ninguna forma nuestras sospechas. Simplemente no podemos...

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora