Capítulo 17

19 4 0
                                    


Se encontraba en la enfermería ya sentada en una cama. En el primer piso, en el sector que no correspondía al despacho del director y la biblioteca, se encontraba toda el ala médica. Jamás había ido allí hasta ahora. Un chico no mucho mayor que ella, la había hecho pasar a una de las habitaciones. Pudo contar al menos 6 puertas en ese pasillo, no sabía si todas contendrían habitaciones similares a esas o, si habría gente recuperándose de algún tipo de herida dentro.

El joven se había marchado no sin antes decirle que llamaría a la médica. Se mantuvo sentada en la cama y miró expectante alrededor. La habitación era tan impersonal como la suya en el tercer piso. El cuarto solo contenía una cama típica de hospital, un pequeño ropero y una mesa de luz. Había una ventana que daba al exterior del edificio, por lo que no pudo vislumbrar nada sobre el laberinto. La pared que daba al pasillo, estaba vidriada en parte. Había una puerta dentro de la habitación que daba a un pequeño cuarto de baño.

Un cuarto de hora después sintió pasos en el pasillo. Una mujer rubia y pequeña ingresó a la habitación.

―Oh, tú debes ser Aradia, al fin nos conocemos. Tus hermanos, a diferencia de ti, pasan constantemente por aquí ―sentenció sonriendo.

Observó cómo sus ojos verdes brillaban con un dejo de diversión en ellos.

―¿Cómo? ―preguntó confundida.

―Tus hermanos se lastiman mutuamente todos los días durante los entrenamientos. Ya es costumbre que pasen aquí durante el horario de la merienda. Incluso, hasta me traen algo para merendar ―No la miraba directamente a ella, se estaba colocando unos guantes de látex. Llevaba puesto un ambo de color celeste.

―Porque no me sorprende este dato del dúo de payasos ―dijo ella golpeando con la palma derecha su frente.

―Lydia Moreau ―dijo la mujer tendiendo su mano enguantada.

―Aradia Cobben ―respondió confundida dándole su mano. Se sintió estúpida, ella sabía muy bien quién era, de hecho se lo acababa de decir. Aradia también sabía que ella era la madre de Mateo desde el momento en que ingresó por la puerta.

―Mi hijo te comentó sobre mí ―Aradia notó que no era una pregunta, si no una afirmación, por lo que no contestó.

Las manos de Lydia levantaron su barbilla. Observó sus ojos. Luego giró con su mano su rostro, primero para un lado, luego para el otro. La tomó de las manos y examinó los cortes en sus brazos. Luego, hizo lo mismo con el muslo aunque Aradia reaccionó ante el mínimo contacto en la zona. Le ardía de manera insoportable.

Una luz azul comenzó a salir de las manos de la mujer a la altura del pecho de Aradia.

―¿Qué está haciendo? ―comentó confundida.

La mujer frunció el entrecejo y se tomó unos minutos antes de contestar. Bajó sus manos contra sus piernas y se sentó junto a ella en la cama.

―Prefiero, siempre que puedo, observar con mis ojos las diferentes heridas. Luego te escaneo con mi magia. Puedo curar con ella ―agregó al observar la pregunta en la punta de la lengua de Aradia―pero solo lo básico. Muchas veces utilizamos la magia para estabilizar a un paciente y luego someterlo a cirugía ―agregó.

―No es necesario utilizar magia en estas heridas¿Verdad? ―preguntó ella observándola.

―No, la verdad que no ―A Aradia le sorprendió la calidez en su forma de hablar y mirar―. Pero me sorprende que te hayan sometido a tales pruebas. ¿Qué criatura hizo eso? ―dijo señalando el arañazo profundo en su muslo.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora