Capítulo 49

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Vomitó otra vez. ¿Cuánto tiempo le quedaba para poder evitar aquello? Se revolcó en el piso tratando de evitar tocar su propio vómito. Los ojos se le cerraban solos, si no hacía algo se desmayaría y no podría ayudar a Katherine.

La desesperación la carcomía por dentro, Mateo no llegaría ni siquiera a avisarle a Blackwood de nada de aquello.

Gateó. Se arrastró como un gusano, como pudo, en dirección a la reina. Las luces se apagaron y la gente comenzó a gritar.

Los músculos de las piernas le palpitaban. Había avanzado dos metros apenas, aún le quedaban varios más. Se derrumbó en el piso y sucumbió en una serie de espasmos en medio de la oscuridad. Las lágrimas caían de sus ojos de manera incontrolable. Se sentía impotente. El poder que siempre tenía al alcance de la mano, estaba lejos, dormido, aplacado en su interior. Las continuas visiones le habían quitado cada gramo de fuerza.

Observó como la luz naranja se filtraba desde la planta baja. La pared ya se había encendido en llamas. Pronto, Camille Leroy atacaría a Katherine y ella nada podría hacer, tirada ahí como un gusano revolcada en su propio vómito.

Las luces se encendieron. La multitud gritó con más fuerza. Ella comenzó a llamar a Katherine a gritos. Pero su voz sonaba ronca y baja en comparación al bullicio del salón.

No lo lograría. Quería salvarla. Con todas sus fuerzas, deseaba poder ayudarla, no podía ser su fin. Sus visiones eran una mierda, que importaba que ya no las tuviera. Eso no significaba su muerte. Blackwood había dicho que confiaba en sus elecciones, ella elegía salvarla, cambiaría el curso de su visión. DEBÍA hacerlo.

Apoyó su mano derecha sobre el suelo. Retumbó.

Apoyó su mano izquierda y se incorporó en cuatro. La tierra volvió a retumbar bajo ella.

Ahí estaba, al alcance de sus manos, en aquel momento donde estaba más expuesta que nunca. Vibraba bajo sus dedos, la calma que precede al huracán. Se permitió cerrar los ojos por dos segundos y canalizó toda la energía posible.

El grito de Blackwood desde abajo le perforó los oídos. Su energía salió disparada casi al mismo instante. La tierra tembló bajo sus manos hasta Katherine, quien cayó de espaldas.

El suelo a su alrededor se inundó de sangre bajo el grito ahogado de la reina. Abajo se desató el caos, desconocía quienes luchaban contra quienes.

Frenética, sintió su llama vibrar bajo su piel, aún un poco más lejos de lo que ella deseaba.

Nunca se había arrastrado con tal rapidez. Llegó hasta Katherine totalmente empapada en sudor.

Sus ojos verdes, despampanantes, le devolvían atónita la mirada. La flecha había dejado una marca desde su clavícula izquierda hasta su cuello, pero no la había atravesado.

―¡Tranquila, tranquila! Es bastante superficial ―sollozó Aradia.

Rápidamente desgarró su vestido y convirtió el mismo en una bola de tela. Apretó su cuello tratando de evitar que se desangrase.

―¡No hables por favor! ―replicó conteniendo las lágrimas―. ¡Y no te duermas!

―¡Maldición no pinta bien! ―gritó Facundo a su lado.

Aradia desvió la mirada a través de los barrotes, en la planta baja. Mateo estaba junto a Blackwood, peleando contra Camille Leroy y Friedrich Klein. Por alguna razón, la mitad del Concilio peleaba contra la otra mitad del Concilio. La rabia contenida rebasaba cada centímetro de la cara enrojecida del Cuervo.

―¡Aquí estoy! ―gritó Max del otro lado de ella.

Una burbuja amarilla de energía los cubrió a los tres, junto a Katherine, por completo.

―¡Vete! ―rugió Facundo a su lado―. Llévala al CED con Lydia.

―¡No puedo dejarlos aquí peleando solos!

―¡La prioridad es la reina y lo sabes! ―gritó Máximo del otro lado, repeliendo a unos guardias que subían por la escalera en dirección a ellos.

―Es imposible distinguir quienes son aliados y quienes enemigos ―le dijo Facundo a Max.

Miró hacia la planta baja, aún dudando qué hacer. Sus ojos azul eléctrico se encontraron con ella, tan solo unos instantes. Él hizo un leve asentimiento antes de seguir batallando. Aquello fue suficiente para que comprendiera que debía irse, sin lugar a dudas.

Parte de la pared de su derecha se desprendió y Máximo tuvo que convocar un escudo el doble de grueso para evitar que los restos los golpearan. La luna se podía vislumbrar en todo su esplendor, iluminando el caos de la batalla. Las palabras rojo sangre refulgían en la inmensidad de la pared blanca, fieles a un recordatorio de que por fin los lados estaban revelados.

―Busquen a Blackwood. Confíen en él y sólo en él. Protéjanse mutuamente, y a Mateo, Akemi y Lara ―susurró finalmente.

Las manos de Máximo flotaron a su alrededor, delimitando la burbuja apenas un poco más grande, dándole la posibilidad de convocar un portal.

Volvió su mirada a Katherine quien respiraba con dificultad. El bollo de su vestido estaba completamente rojo. Facundo le tendió parte de su camisa y volvió a apretar la herida. Las manos de la reina se aferraron a las suyas, sus ojos verdes esmeralda estaban fijos, sin parpadear. La boca era una suave línea recta. La herida no había perforado la carótida de milagro, pero aún así, no le permitía hablar.

Facundo la abrazó suavemente y le depositó un beso en la frente. Al otro lado, Máximo se arrodilló y besó su cabello.

―Convocaré el portal para ti, no se que te pasó, pero no luces bien ―dijo Facundo prácticamente en su oído.

―Cuídense, por favor ―susurró ella firmemente.

Le pareció notar que Katherine comenzaba a aflojar el agarre de sus manos. Debía apurarse, o no podría salvarla.

El azul inmaculado de un portal apareció frente a ella. Sus hermanos se aferraron a sus muñecas, uno cada una, durante unos instantes y luego se fueron hacia la batalla.

A ellas, se las tragó el brillo azul noche del portal. 

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora