Capítulo 39

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 Su mirada se agrandó, presa del horror. Mateo apretó los dientes y comenzó a maldecir por lo bajo.

Los círculos negros comenzaron a bailar bajo sus pies. Aradia retrocedió un paso.

―Cobby, quédate aquí ―dijo él entre dientes.

―¿Qué hago? ―preguntó ella.

―Nada, espera a que los círculos se unifiquen y se impregnen.

Ella asintió como si entendiese algo de lo que él le estaba diciendo. Los círculos aceleraron su movimiento. Las runas se ubicaron en dos líneas rectas, justo en paralelo con los brazos de Mateo, quien los tenía con las palmas hacia arriba.

Las sombras de la habitación comenzaron a danzar en torno a ellos. Blackwood ocultaba sus expresiones, en un afán de que nadie descubriese como el dolor la estaba desgarrando por dentro.

―No quería que algo así pasara ―susurró débilmente.

―Iba a pasar, tarde o temprano. Si no eras tú, sería otra asignación.

La duda sembró su rostro, algo que creyó ver también minutos antes en el rostro de Blackwood. Otra vez, algo le ocultaban. Otra vez, tendría que averiguar luego que era.

Las runas comenzaron a trepar por los pies de él lentamente. Mateo se mordió el labio inferior tratando de evitar gritar. Sus ojos se inundaron en lágrimas, el dolor llenaba cada centímetro de su rostro. Aradia sintió como su corazón se encogía, horrorizada por verlo sufrir así sin poder hacer nada para remediarlo.

Las runas seguían escalando su cuerpo. La primera, un círculo con múltiples líneas perpendiculares, se ubicó en su hombro, uno en cada brazo. Se tiño de rojo, como si se estuviera prendiendo fuego y luego desapareció.

El grito desgarrador de Mateo perforó el silencio de la habitación. Aradia comenzó a llorar, mientras clavaba las uñas en sus palmas, totalmente impotente. La sangre comenzó a gotear de los brazos de Mateo, a medida que las runas se iban plasmando sobre su piel, grabándose como si fuese un animal marcado por su dueño. Lo estaban marcando, con magia, indicando que era suyo. No quería aquello, no quería verlo sufrir delante de ella de esa forma. ¿Qué clase de rituales arcaicos hacían los brujos? ¿Marcaban a los guardianes, seguramente pertenecientes a ramas secundarias, de esta forma como propios? Tembló cuando comprendió el alcance de la ceremonia. Lo estaban uniendo a ella, los ataban de tal forma que él no pudiese resistirse a pelear por ella, a dar su vida y alma.

Las runas habían terminado de fijarse en sus brazos, totalmente ensangrentados. El fuego las había hecho desaparecer a simple vista, aunque, la débil luz, dejaba ver pequeñas líneas cicatrizales.

La mirada de Mateo estaba totalmente perdida, presa del dolor agonizante que estaba sufriendo.

―Toma la daga. Debes hacerme un corte en la palma y luego en la tuya, por favor ―dijo entre jadeos involuntarios.

Observó su rostro, demacrado por el sudor. Su pelo crecido cayendo suavemente sobre su frente, los destellos que generaban sus aros con la luz de las antorchas, su boca fruncida en una expresión de dolor. Apretó fuertemente su boca, tratando de evitar a toda costa vomitar. Comenzó a llorar, no quería hacerle más daño, no podía...

―Cobby, estaré bien. Termina esto rápido ―dijo apretando con su mano la de ella.

Escuchó murmullos entre los miembros del Concilio, aunque no entendió lo que decían. Refrenó sus lágrimas, a pesar de que sabía que Blackwood estaría haciendo un esfuerzo por ocultarlas entre las sombras. Elevó firmemente su rostro.

La cara de Blackwood apareció en su mente, con su mano sobre el hombro de ella, depositando toda su esperanza. El rostro de sus hermanos, aún sin saber en todo el delirio en el que ella se había metido. Katherine y su voluntad de hierro. Ella estaba decidiendo resurgir de sus cenizas, tal como hizo la reina. Se recordó que no hace mucho, dijo que jamás caería, aún cuando el Concilio utilice todas sus artimañas.

Apretó fuertemente sus rodillas, se obligó a enderezarse. Obligó a su fuego a recorrer y encender el aire viciado de esa horrible habitación. Un recordatorio de que estaba allí, de que no era el juguete del Concilio. Ella no los necesitaba sino ellos a ella. Su familia, sus poderes, su clan perdido...

Elevó la daga y realizó un corte limpio en la palma de Mateo. Acto seguido, hizo lo mismo con su propia palma.

―Cobby. Las promesas de sangre son una mierda ―susurró Mateo, con la mirada inundada en una muda determinación―. Pero si tuviese que elegir a alguien con quien enfrentar esto, esa serías tú.

La mano de él busco la suya. Promesa de sangre. Era algo tan literal que escapaba a toda comprensión. Él estaba prometiendo con cada gota de su sangre, protegerla hasta el fin de sus días. Observó como la sangre se entremezclaba y comenzaba a gotear lentamente sobre el piso. Una combinación peligrosamente perfecta. Los círculos concéntricos comenzaron a teñirse de rojo. La sangre se escurría por ellos de tal forma, que parecían caminos diseñados para eso.

Escuchó el goteo de la sangre, perforando sus oídos. Sintió las palabras de esa premonición que hizo desgarrarle las entrañas. Aquí estaba nuevamente, siendo tirada por hilos invisibles, manipulada por el Concilio.

Una última gota de sangre cayó. Ella sabía en su interior que esa sería la última.

Miró sus ojos, totalmente ensombrecidos por el dolor pero perfectamente ardiendo en sincronía con los suyos.

Hace mucho, había leído que las personas están construidas por instantes, "somos instantes". Ese instante se grabó en su mente, de una forma desgarradora.

Él sosteniendo su mano. Sus miradas cruzadas, haciendo encender la fogata de esa voluntad de hierro que construían juntos. Esto no era el destino, eran ellos eligiéndose, una vez más, a pesar de todo y por sobre todo.

El círculo se inundó de una luz blanca, casi etérea.

Negro, rojo y blanco.

Cenizas, sangre y luz. 

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora