Capítulo 40

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Las habitaciones de la enfermería de Fort Galdur, eran mucho más cómodas que las del CED.

Se desperezó de manera automática, había pasado horas sentada en la misma posición en ese cómodo sillón. Mateo continuaba durmiendo sin percatarse de su presencia.

Luego de la ceremonia, Blackwood y ella habían transportado a un Mateo al borde de la inconsciencia hasta la enfermería. El trayecto fue una agonía para ella, tanto por cargar la mitad de su peso sobre sus hombros como por tener que ver el dolor reflejado en su rostro.

Katherine los esperaba allí. Tenía un líquido extraño, que según ella, era un brebaje con hierbas de la zona, el mismo lo ayudaría a descansar y tolerar el dolor. Era la primera vez que ella observaba a alguien hacer algo como aquello. Blackwood se rio de Aradia, alegando que no eran "pociones" como ella mal había llamado, sino simples medicinas que cualquier humano apagado con dos dedos de frente podría realizar. Ella, en respuesta, le lanzó una maldición y vociferó totalmente enojada. No le gustaba que el Cuervo le hiciera pasar vergüenza.

Levantó la vista desde el sillón donde se encontraba en una posición despatarrada y observó a Blackwood al otro lado de la habitación. Sus ojos celeste eléctrico perforaban la oscuridad, mientras su boca se sumergía en una mueca rígida constante. Llevaba horas allí parado, estoico y totalmente impaciente. Un gruñido de su boca, provocó que ella desviase la mirada, no quería tener que tolerar su malhumor insufrible.

Mateo se encontraba acostado, con los brazos vendados puestos con las palmas hacia arriba, un doctor había pasado por allí y hecho las curaciones pertinentes. Su cara estaba empapada en sudor y su entrecejo sumamente contraído: estaba soñando y ella desconocía el tipo de sueños que poseía.

Suspiró. Nuevamente, como si eso aún fuese posible, su vida se había hundido en otra vorágine de locura. Sabia su ascendencia, conoció a la reina, se alió al idiota de Blackwood y se unió a Mateo en una ceremonia que aún no terminaba de comprender del todo.

Mateo se quejó en sueños y giró levemente su rostro hacia el otro lado. Aradia mordió su labio inferior y continuó observándolo en silencio.

―Deja de mirarlo así ―gruñó el Cuervo.

No le contestó. Cerró los ojos débilmente, con un ruego interno de poder despertar en cualquier lado que no sea aquella pesadilla inacabable.

La puerta se abrió y Katherine cruzó la habitación hasta colocarse cerca de la ventana. Distraída, se apoyó sobre el alfeizar y comenzó a observar hacia afuera. Aradia la miró fijamente, entre los tres formaban un grupo de autocompasión bastante patético.

A través de la ventana, el cielo se veía oscuro y sumamente estrellado. Si bien eran las cinco de la tarde, el día allí ya había acabado.

―El clima en esta habitación apesta ―sentenció el Cuervo.

―Tú apestas ―gruñó Aradia en respuesta.

―Se supone que debes respetar a tus mayores, niña ―respondió él sonriendo de lado.

―Deberías dormir Aradia, no creo que despierte hasta mañana al menos ―dijo Katherine ignorando también a Blackwood.

Éste, en respuesta, emitió un sonoro bufido.

Aradia observó el rostro de Mateo dormido y contraído en una extraña mueca. Frunció ella misma el ceño.

―No puedo dejarlo ―dijo simplemente.

―Deberías, tienes que prepararte para la ceremonia de asignación como jefa del clan ―respondió Blackwood cruzándose de brazos.

―¡No soy un maldito robot sin sentimientos como tú! No puedo continuar con mi vida, ignorando a los que sufren como si nada hubiese pasado ―recriminó ella parándose de su cómodo sillón.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora