Capítulo 48

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Algo raspaba su espalda. Inquieta, comenzó a moverse sobre el sillón tratando de alcanzar aquello. Lentamente, se sentó, apoyando despacio sus pies sobre el piso de madera lustrada.

Sería un verdadero milagro si Mateo volvía pronto, el salón estaba atestado de gente. Para sumar dificultad, estaba casi segura que el anuncio de Katherine sería en breve.

Tomó entre sus manos un rollo de papel que estaba apoyado sobre el sillón, el causante del malestar en su espalda. Lo giró sorprendida entre sus dedos. Parecía una carta. El papel era fino y delicado. Soltó el cordel marrón que lo sostenía y la abrió intrigada.

Niña: repasé mentalmente mil veces que escribir. A pesar de eso, rehice esta carta más veces de las que puedo contar. Tu misma lo dijiste muchas veces, no es fácil decir lo que uno siente. Creo que el frío que condena cada rincón de Fort Galdur, enfrió mi alma y mi espíritu más de lo que soy capaz de admitir. Al final, me di cuenta que nada es más sincero y puro que decir (o escribir) las cosas directamente desde el corazón. Juro que esa frase sonaba mucho menos sentimental en mi mente.

Jamás tuve una relación con mi padre, solo fui un peón en su juego intrincado de poder. Jamás quise que pensaras que yo te considero así. Es ilógico a veces entender el idioma de los sentimientos ¿No? Mi madre solía decirme que aquello que no podía expresar verbalmente, lo escribiera. Quizá por eso mi forma esquiva de decirte las cosas sea ésta.

Somos mucho más parecidos de lo que tu piensas. En mi larga vida como brujo, no he conocido a nadie tan tenaz y con las agallas que tú posees. Te mantienes firme ante tus convicciones, lo que crees correcto, aún si eso te mete en aprietos.

No quiero que pienses que hago esto con el simple propósito de convencerte de que participes en la Luna de la cosecha. En realidad, dudo de porque estoy haciendo esto. Creo que en este corto tiempo he aprendido a quererte como si fueras mi propia hija. Y al fin de cuentas, es eso lo que más me aterra. Me da miedo servirte en bandeja al Concilio, que tu espíritu se corrompa de tal forma que dejes de ser tu misma. Y créeme, cuando te digo, que eso es lo último que deseo. Eres un soplo de aire fresco en este mundo antiquísimo, pero con la conexión suficiente con la magia primitiva, para hacer resurgir a los verdaderos brujos. Si, no creas que soy idiota. Se que se metieron al bosque primitivo, Shadow las vigiló por mi.

Me jacto de ser tu maestro siempre que puedo, pero no puedo negar que también he aprendido cosas de ti. Ambos somos cabezas duras, que nos chocamos contra la pared gigante que construimos con nuestros errores, antes de aprender la lección. Y aprendí, aunque seguramente te estés burlando de mi en este momento y diciendo que eso es imposible. Aprendí que estamos hechos de nuestras elecciones. Creo que al fin de cuentas, por eso escribí esta carta, porque quiero que tu misma forjes tu destino con tus elecciones, aciertos o errores. No voy a obligarte a tomar una decisión, aunque sabemos que algo debe hacerse. Busquemos una solución, utiliza ese brillante cerebro estratégico que tienes, antes de que lo hagas arder bajo el fuego de tu impulsividad.

El día que te conocí, tu poder me abrumó. Me asusta verte y sentir que tienes cosas similares a mi y, a la vez, cosas similares a Katherine. ¿Resulta claramente ilógico, no? Eres como la hija que jamás tuvimos, ni tendremos.

Te mentí. El primer día que te vi, lo primero que pensé no fue que ibas a ser la siguiente reina. Ese fue mi segundo pensamiento. ¿Tienes idea de lo que percibe un brujo apenas te conoce? Percibe fuego, aunque estoy seguro que esto no te sorprenderá. Exhalas fuego desde cada punto de tu piel y creas o no, antes de imaginarme que eras una Conti, sonreí imaginándote como un ave fénix. No, no existen, lo sé. Pero parecías un pichón arrugado, emergiendo de las cenizas y rodeada de llamas que no te quemaban.

Y creo que ahí radica la clave de la vida de un brujo, "emerger de las cenizas con la fuerza suficiente para encenderlo todo".

Sus manos temblaban. La hoja estaba arrugada y borroneada en algunos puntos, producto de las lágrimas que había estado soltando a medida que la leía.

Blackwood le había dicho que debía guardar sus sentimientos para el momento y lugar oportuno. Canalla. Él podría pensar que era un momento oportuno para confesar sus sentimientos pero, definitivamente, no era el momento oportuno para ella.

Sus piernas comenzaron a temblar incontroladamente mientras trataba de ahogar un sollozo contenido en su garganta. Aún no sabía que debía hacer, ni con respecto a su visión, ni con la Luna de la cosecha.

Escuchó la voz de Katherine y los aplausos que siguieron luego.

Se paró tomándose del apoyabrazos del sillón, estaba mareada. Cerró los ojos débilmente tratando de concentrarse. Respiró profundo y trató de canalizar energía. La sentía vibrar en su ser, pero eso no la ayudaba a recuperarse. ¿Dónde se había metido Mateo que no volvía? Ya no podría salir de la habitación e ir al salón sin pasar junto a Katherine e interrumpir su discurso.

Se limpió el resto de las lágrimas con el antebrazo y se dirigió hacia la puerta. La mano le temblaba cuando intentaba tomar el picaporte.

¿Por qué su cuerpo no lograba serenarse? ¿Cuál era el motivo? ¿La carta o la visión?

Lentamente empujó la puerta con todas sus fuerzas. Estaba sumamente débil, no recordaba que ninguna visión la hubiese dejado de esa forma. ¿Acaso el hecho de que la compartió con Mateo, aunque sin querer, la dejó con esas secuelas?

Se arrodilló frente a la puerta y vomitó irremediablemente. Apoyó las palmas de su mano sobre el piso y levantó la cabeza. Podía divisar a lo lejos a Katherine, majestuosa, dando el discurso con Facundo apoyado en la escalera de la derecha, atento a si ella necesitaba algo.

Quiso hacerle señas a su hermano para que la ayudase. No los separaban más que algunos metros de distancia, pero su hermano tenía la mirada fija en Katherine, atento a cada una de sus palabras.

Volvió a vomitar.

Cuando levantó la vista, la imagen había cambiado.

Todo se volvió difuso, como si estuviese viendo a través de una cámara con una lente mojada. Entrecerró los ojos con el afán de mejorar lo que veía. Fue inútil.

Katherine seguía dando el discurso, pero ella la observaba ahora desde otro punto, desde el centro del salón.

Se sentía irremediablemente atraído a lo que decía, le resultaba imposible no verla, siempre hermosa y radiante como el día que la conoció. Una imagen fugaz pasó por su mente: una chiquilla de unos ocho años con el pelo negro enmarañado y los ojos verdes, observándolo atentamente. De repente, las luces se apagaron. La pared se vistió de naranja y el mensaje de la hermandad estaba ahí, escrito en sangre.

Su sangre bullía por dentro, atónito de cómo ellos habían sido capaces de hacer aquello. La buscó entre el público. Observó cómo el chico Alves se acercaba hasta él, como si quisiera decirle algo.

Unos metros a su izquierda, la encontró. El entrecejo de Camille se frunció en una clara postura pensativa. Él comenzó a cargar su cuerpo de energía. La odiaba, siempre la había odiado de una manera irremediable. Caroline no soportó nunca a su hermana y a él se le hizo imposible creerle. Ella tenía razón y ahora estaba muerta.

Camille levantó su arco mientras él intentaba atarla rápidamente con ramas surgidas desde el suelo.

Tarde.

Una flecha plateada surcó el aire en dirección al corazón de Katherine.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora