Capítulo 29

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Habían ascendido suavemente. Mateo se mantenía aferrado a una pata de Inti mientras que con su otra mano, la aferraba a ella de la cintura. Con desesperación y asombro, Aradia se había aferrado a su cuello hasta el punto de casi asfixiarlo.

A pesar de la oscuridad que aún reinaba, pudo vislumbrar destellos de la batalla a lo lejos. La distancia entre ellos y el suelo comenzaba a ensancharse, por lo que giró su rostro y hundió su nariz en el cuello de Mateo. El borde de su camisa flameaba con el viento, provocando que golpetee suavemente en su rostro.

―Cobby, me sorprendes, ¿Desde cuándo le temes a algo? ―dijo burlonamente.

―Cierra el pico ―gruño en respuesta―. No creo posible que Inti tolere tanto peso, ¿Cómo lo haces? Y si me respondes magia otra vez, voy a pegarte por idiota.

Sintió su pecho retumbar de la risa bajo sus propias manos. Hundió su rostro aún más en su cuello al sentir que Inti aumentaba la velocidad. El viento rugía en torno a ellos aunque por lo pronto, había parado de llover. Su vestido estaba empapado y su pelo enmarañado.

―Lo ayudo con mi magia. La utilizo sobre nosotros mismos, combinando todo de tal forma, que él no requiera mover tanto peso ―dijo mientras movía levemente su mano en la cintura de ella, acariciándola.

―¿Lo haces seguido? Interesante forma de trabajar en equipo con tu familiar ―contestó ella.

―¿Solo? Sí ¿Llevando en mis brazos a alguien más? Nunca ―dijo divertido.

La cara de Aradia se tiñó de rojo. Era fácil avergonzarse estando precisamente entre sus brazos.

―Bromeaba ―agregó él.

―Lo sé ―dijo ella elevando la vista.

Aradia hubiese jurado que mantuvieron sus miradas fijas durante una eternidad, aunque en realidad, solo fueron unos breves segundos. Como siempre, se comunicaban con promesas mudas, miradas cargadas de significado y el fuego de la determinación. Aún sobrevolando un terreno de batalla, con el viento rugiendo a su alrededor y la tormenta sobre sus cabezas, encontraban un segundo, una eternidad para perderse en los ojos del otro.

Tragó tratando de controlar sus impulsos, porque sabía que poco a poco estaba perdiendo cada gramo de autocontrol que tenía. Su mano se movió guiada por el impulso más que por su mente, y acomodó el cabello castaño claro de él, que caía en ondas desordenadas sobre su frente.

Bajo sus dedos, él se estremeció aún sin quitarle la mirada de encima.

―Basta ―susurró suavemente.

Ella sonrió. Él se sentía acorralado, sin poder ubicar sus manos más allá de la pata de su familiar y de la cintura de ella. Impotente, incapaz de poder hacer nada, refunfuñaba bajo ella.

Inti comenzó a descender en picada por lo que ella volvió a enterrar gustosa su rostro en el cuello de él. En un suave batir de alas, terminó el descenso en un instante.

Observó a su alrededor. Estaban en las afueras de los terrenos del CED, junto a una serie de árboles que daban la sensación de un pequeño bosquecillo. Justo delante de ellos, saliendo de la tierra misma, se encontraban una serie de cristales de al menos un metro de altura. Estaban entrecruzados entre sí, de manera desordenada, parecían estalactitas invertidas que, en vez de caer del techo, salían desde la mismísima tierra. Lo que más le asombró a Aradia, era su brillante color turquesa.

Merlín estaba sentado sobre sus patas traseras justo delante de la estructura. Su mirada acusatoria los perforaba. Aradia podría jurar que el animal estaba preguntándose porque ellos andaban jugueteando de esa manera en el aire, mientras el mundo a sus pies, se sumía en el caos absoluto. La respuesta era simple, no lo sabía.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora