Capítulo 1

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Le quedaban unas tres cuadras por recorrer. Era jueves, casi las cinco de la tarde. Era un milagro del destino que hubiese podido salir antes del trabajo. Visitaría a su familia y merendaría con ellos, hacía días que no los veía.

Aradia vivía no muy lejos de la casa de sus padres, en un departamento pequeño. Se había mudado allí hace unos meses.

Suspiró profundamente mirando el cielo. Estaba agotada. Había viajado casi una hora en un colectivo abarrotado de gente. El ruido del tráfico era ensordecedor, le estaba empezando a doler la cabeza.

Una ráfaga de viento la envolvió. Era el mes de septiembre, corrían vientos, pero no de esa intensidad. Si bien estaba vestida con un jean, una remera oscura y unas zapatillas, no pudo evitar dar un ligero temblor ante el contacto del viento.

Su celular empezó a emitir un pitido ensordecedor, era la alarma. Lo observó y vio que marcaba las 17:03 hs. Estaba segura de que no había colocado ninguna alarma en ese horario. Empezaron a sonar bocinas y ella instintivamente se tapó los oídos. Su corazón empezó a latir más fuerte, sabía que algo andaba mal pero no sabía qué. Las luces de la cuadra, la de los postes de la calle, se prendieron todas al unísono. Empezaron a parpadear de manera intermitente. Sentía gritos. Se percató de que provenían de su propia boca. Se agachó sobre la vereda, colocándose casi en posición fetal. Observó como las lamparitas intensificaban su luz para luego explotar en una lluvia de chispas. Las lágrimas empezaron a correr por su rostro.

No sintió el verdadero miedo hasta que el cielo se oscureció por completo. Cada centímetro celeste se tiñó de negro profundo. Las bocinas dejaron de sonar y el silencio se hizo notar. Era una agonía para ella.

«¡Basta!,¡Basta!,¡Basta!», pensó mientras se tapaba los oídos con sus palmas. Cerró los ojos fuertemente, deseando que todo fuese un sueño y poder despertar.

Primero escucho, a pesar de haberse tapado fuertemente los oídos, un repiquetear de agua, como si una canilla estuviera mal cerrada. Luego, un frío que la caló hasta los huesos. Empezó a tiritar de manera incontrolable. En su mente, una voz le repetía que corriese.

«Solo estoy a tres cuadras, puedo hacerlo», pensó.

Obligó a su cuerpo a reaccionar, a levantarse y correr en dirección a la casa de sus padres. Al principio, empezó corriendo a ciegas. Ya en la cuadra siguiente, las luces aún permanecían sanas (y prendidas).

Otra vez volvió a sentir un viento envolvente. Se giró y lo que vio, la hizo parar en seco. Unas figuras negras, encapuchadas, se acercaban hasta ella. No parecían que caminaran, sino más bien, que se deslizaban sobre la calle. Sus ojos se ampliaron y su boca se abrió descomunalmente. Estaba segura de que la habían visto y se dirigían hacía ella. De reojo, observó un auto casi en la esquina, estacionado. Su ocupante estaba apoyado sobre el volante como si estuviese totalmente dormido y ajeno a todo el desastre que ocurría a su alrededor.

Empezó a correr nuevamente, pero no pudo avanzar mucho más. En la esquina, un árbol con las raíces hacia afuera, la hizo tropezar. En circunstancias normales, había visto o recordado esas raíces tan molestas, pero en total oscuridad se le hacía imposible detectar algo más allá de su propia nariz.

Las figuras se acercaban rápidamente, pudo contar tres. Ahora que estaban más cerca podía verlas mejor. Tenían forma humana, aunque dudaba que lo fuesen. Poseían capas negras y una especie de chaqueta cruzada por el torso de color negro. No tenían rostro alguno, era niebla negra densa. Todos estaban armados con una especie de lanza o guadaña extraña. Lo más desconcertante de estas figuras, era el brillo azul que desprendían debajo de la extraña ropa justo en la zona del pecho. Sus manos también desprendían un leve brillo en la zona de las muñecas. Sus piernas se extendían hasta el suelo de manera indefinida, también terminaban como una niebla densa de dudosa procedencia.

Concilio de Brujos: La hermandad OscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora