8. Esto no es un adiós. (IV)

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- ¡Vamos hermanito levanta ese culo, hay cosas que hacer!

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Dos estallidos consecutivos eran suficientes para alterar los sentidos de todos los soldados en la cárcel, hombres completamente armados y vestidos de negro, iban y venían en todas direcciones por cada rincón, pasillo y pasarela del edificio. El miedo reinaba en sus rostros, la incertidumbre y el caos dominaban todo su cuerpo. Junior pasaba desapercibido entre todos, pero sabía que dos de ellos aún seguían sus pasos. Dentro del bloque de celdas bajó por unas descuidadas escaleras de metal y se dirigió a la puerta de la planta baja, no sin antes chocar de hombros con un sujeto de exagerada estatura y extremadamente flaco. El golpe no fue fuerte pero bastó para que el tipo dejase caer su arma al suelo, el impacto accionó la cola del disparador efectuando un disparo errante que llamó la atención de todos en el lugar. El bloque de celdas se sumió en un incómodo silencio, seguido de las miradas furtivas de todos los presentes hacia Junior y el tipo alto. La bala por suerte solo se estancó en un muro sin herir a nadie.

El muchacho no reparó en la escena y continuó corriendo saliendo del bloque de celdas, no sin antes ser visto por los dos esbirros de Calavera, que le daban caza sin descanso. Cruzó la puerta y se encontró, otra vez, con otro largo pasillo. Curiosamente para Junior se hallaba más vacío de lo que imaginaba, no se tardó mucho tiempo cruzarlo a toda velocidad y dirigirse a la salida. Pasó por entre un puesto de guardia inusualmente vacío, le sorprendió el detalle de la ausencia de seguridad. Luego, tímidamente se acercó a la puerta de salida, observando panorámicamente el jardín trasero de la cárcel. Un gran espacio verde se extendía terminando en cuatro grandes murallas de ladrillos grisáceos. Dentro, se encontraban vehículos que variaban en sus modelos y dimensiones. Todos, ubicados uno del lado del otro en dos filas que se extendían acaparando todo el patio por lo ancho. En extremos opuestos, en las esquinas del patio, se alzaban dos grandes torres de guardia, abrazadas por una red de pasarelas que las conectaba una con otra.

Podría decirse que al fin la suerte estaba de su lado, puesto que no se encontraba absolutamente nadie cuidando las torres, Junior estaba increíblemente solo. Dejó dibujar una sonrisa satisfactoria en su rostro mientras se adentraba al patio recorriendo el improvisado estacionamiento que habían fabricado los misteriosos hombres vestidos de negro. El muchacho se dejó deslumbrar por la cantidad de vehículos que encontró. Ninguno pretendía ser de gama baja, todos relucían por su pulcritud. Podría jurar que varios, quizás más de la mitad, nunca habían sobrepasado los cincuenta kilómetros de distancia. Quizás los habrían sacado de una concesionaria ya abandonada por la reciente incursión de los nuevos vecinos come hombres. Idea que no parecía descabellada alegando que todos eran convictos, y la gran mayoría se sentirían atraídos a la tentación de robar cuantas cosas pudieran.

Junior comenzó la selección del vehículo más apropiado para poder escapar de ahí. Consideró que debería ser veloz, pero no pequeño, puesto que también debería poder cargar muchos objetos en el baúl. También se planteó elegir uno de color oscuro, para camuflarse por las noches. Tenía que tener en cuenta la duración; un vehículo que gastase la menor cantidad de gasolina y pudiera viajar grandes cantidades de kilómetros. Una mueca de asco se dibujó en su semblante, maldijo. Ahora debería de descartar la velocidad por la duración, por ende, descartar los vehículos de gama alta, y como la gran mayoría eran autos de última generación, su elección quedó hecha por descarte.

El joven se dirigió al último vehículo de la primer fila, uno que desde el comienzo su mente quiso ignorar a pesar de la enormidad del mismo; una camioneta del tipo casa rodante, enorme, con su chasis deteriorado con el tiempo, pero igualmente con un toque de elegancia en su redondeada carrocería, uno de sus faros delanteros presentaba un grotesco hueco, y la trompa se encontraba abollada de una manera que el joven no pudo imaginar o adivinar como fue ocasionado. A Junior la idea seguía desagradándole, teniendo tanta cantidad de espectaculares autos a su disposición, debería quedarse con esa gran cucaracha con ruedas.

Z El Señor De Los Zombis (Libro I) Versión ClásicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora