10. El Señor De Los Zombis (III)

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-Tenemos que trabajar la comunicación entre nosotros.

Zeta disparó al zombi parca y se metió en la puerta más cercana que tenía. El perro, por otro lado, se quedó inmóvil en su lugar ladrando hacia los monstruos. Zeta debió de volver y empujar a su compañero para que lo siguiera y se metiera dentro de la sala. Apenas el can ingresó, Zeta cerró la puerta a sus espaldas y sintió un fuerte azote de los demonios del otro lado. Se despegó de la entrada y revisó la habitación. Aliviado de no ver peligro, decidió pasar a la siguiente sala para luego salir por detrás a un nuevo pasillo.

-No vuelvas a hacer eso -Su voz fue terminante, pero el can no le hacía caso alguno, entreteniéndose únicamente en quitarse unas molestas pulgas de su cabeza. Zeta chistó rabioso.

Desde este sector, el joven todavía escuchaba los gemidos guturales de los zombis que habían intentado devorarlo, por lo que decidió alejarse lo más posible de la escena. Siguiendo la guía de carteles que sectorizaban el hospital, Zeta tomó una vía adentrándose en una sala de operaciones. Abrió la puerta de forma sigilosa, cuidando de no realizar el menor ruido. Una vez dentro, comenzó a revisar todo lo necesario para la operación de Noelia, que el Doctor le había encomendado. Por suerte para el muchacho, todo lo que necesitaba se encontraba ahí dentro, conseguir cada cosa no tomó más que unos cuantos minutos. Ahora solo tenía que llevarlo afuera, evitando un ejército de monstruos que acechaban los alrededores, y esta ridícula misión terminaría. Pan comido.

Cargó todo lo necesario en una camilla, y lo sujetó envolviendo todo con una manta para evitar que se cayera por el camino. Recorrió todo el laberinto de pasillos con extremo cuidado de no ser descubierto, su corazón latía aceleradamente con cada paso que daba. Al ver o escuchar un grupo de monstruos, viraba al lado opuesto y bordeaba todo el sector en busca de otro camino más seguro, seguido siempre de su compañero canino.

Luego de varios minutos jugando al gato y al ratón con los zombis, Zeta llegó al vestíbulo de la entrada. Desde ahí apreciaba la camioneta negra que esperaba por llevarlo de nuevo a la nación, todo había acabado por fin, sin muertes innecesarias, ni enfrentamientos arriesgados. Una sencilla misión que brilló por su tranquilidad, exceptuando algunos sucesos infortunados.

Zeta se alegró por dentro, ya estaba muy cerca de su meta, unos cuantos pasos más. Pero la fortuna volvió a darle la espalda cuando un gruñido lo quitó de su alegre trance. Era el perro, se había quedado unos metros atrás, gruñendo de mala manera a algo en la oscuridad. Zeta intentó llamarlo para que regresara, pero el perro como ya era costumbre, decidió no molestarse en hacerle caso y se adentró nuevamente al hospital.

-¡No puede ser! -Zeta se giró hacia la puerta rabioso, ya estaba cansado de ese lugar, dio un paso al frente con intenciones de marcharse.

Ese no era su perro, y solo había causado problemas desde que lo encontró, no tenía razones para volver por él. El joven contempló la salida por un breve momento. Su mente aún pensaba en el pequeño Zeta, y su razón de estar aquí ahora, no entendía porque el perro lo había buscado, desechó la idea de que se hubiese escapado, su dueño parecía entenderlo a la perfección. Fue cuando comprendió que ese animal había sido ordenado por su dueño para ayudarlo en la misión. Un gesto que muy pocos harían, y un gesto que estaba dispuesto a devolver.

Zeta se giró dejando la camilla en una esquina oscura, para que nadie se lo robase, y se adentró al hospital.

-Voy a arrepentirme de esto.

El joven se armó de valor para ingresar en búsqueda de su peludo compañero, lo corrió por gran parte del hospital con intención de seguirle la pista, pero el animal era muy veloz para él y no tardó demasiado en perderle el rastro. Para aumentar la racha de mala suerte, un grupo de zombis escucharon sus pisadas y se dirigieron hacia él. Zeta intentó correr pero fue sorprendido por un decapitado que obstruyó su camino, la bestia abrió su gigantesca mandíbula mostrando una perfecta hilera de afilados dientes, amenazando con desgarrar cara pedazo del muchacho. Zeta se arrojó al suelo, evadiendo el mordisco. Intentó dispararle pero el sonido de las balas rebotando por la piel del monstruo le recordó que no serviría de mucho. Usando una mano como apoyo, se incorporó raudo, pero a causa de la sangre en el suelo sus pies patinaron un poco antes de tomar velocidad.

El joven corrió lo más rápido que pudo hacia donde se encontraban el grupo de monstruos que lo seguían anteriormente, con el decapitado pisandole los talones. La sangre en el suelo le recordó a la escena de cadáveres sin cabezas que encontró en aquel edificio, lo cual le brindó una fugaz idea. Al llegar a una distancia prudente de los zombis, se giró y disparó repetidas veces al decapitado.

-Vamos hijo de perra, se cuánto te gusta eso.

El demonio emitió un bramido enfurecido y atacó a Zeta intentando sorprenderlo con un veloz salto, pero el joven se apartó hábilmente del camino previniendo el movimiento de su agresor. El decapitado terminó por impactar con uno de los zombis, y no contento con eso, le arrancó la cabeza de un brutal mordisco, luego siguió el procedimiento con los demás a su alrededor, olvidándose por completo de Zeta.

El joven aprovechó la ocasión para equiparse con su machete, se acercó con cuidado y esperó el momento indicado a que su hambriento amigo terminara el trabajo sucio. Cuando la garganta de la bestia se ensanchó para masticarse el último cráneo de una doctora, Zeta blandió el machete con fuerza, cortándole limpiamente la cabeza.

El joven se tomó un momento para respirar y pensar. Tenía que salir de ese lugar cuanto antes, pero no podía dejar al pequeño Zeta solo. Sabía que ese perro no era como cualquier otro, lo había notado por la forma en desenvolverse que tenía, y era consciente de que si había entrado al hospital, tenía una buena razón para hacerlo. Rebuscó por su mente una forma de hallarlo, y no podía arriesgarse a recorrer todo el hospital con esos monstruos paseándose por ahí. Luego de pensarlo un momento, una idea cruzó por su mente, no era el plan más inteligente del mundo, pero no encontró una mejor opción.

-Espero que funcione -dijo Zeta, tomando gran cantidad de aire y reteniéndola en sus pulmones-. ¡Zeta, ladra! ¡Vamos chicos! ¡¡Ladra!!

Luego de intentarlo varias veces, al fin sucedió. El aullido del pequeño Zeta comenzó a resonar en la lejanía, el joven comenzó a seguir el sonido incitando al can a continuar ladrando. Zeta apresuró el paso cuando a los aullidos del animal se le sumaron los rugidos macabros de los zombis en los alrededores. Guiado por el can, Zeta subió por unas escaleras a paso veloz, su vista ya se había acostumbrado a los visores nocturnos y resultaba una gran ventaja tenerlos. El ladrido se escuchaba más fuerte ahora, estaba cerca.

Viró hacia la izquierda por un pasillo y fue cuando lo vio. El animal se encontraba junto a una puerta doble, dejo de aullar automáticamente cuando vio al joven aproximarse, pero justo en ese momento, las puertas de detrás del animal se abrieron bruscamente. Un sujeto de tez morena, y una barba perfectamente recortada, salió de ahí portando un arma en su mano, y sin perder tiempo apuntó a la cabeza del animal.

- ¡Hey, alto, alto! ¡Espera!

Z El Señor De Los Zombis (Libro I) Versión ClásicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora