6. Acuerdo de paz. (I)

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Capitulo 6: Acuerdo de paz.

"El heroico no puede ser común, ni el común heroico". - Ralph Waldo Emerson.


—Te lo digo, Max, no confió en estas personas—dijo Franco con un tono elevado de voz, golpeando el escritorio con sus manos.

El presidente rodeó el escritorio y se dejó caer en una cómoda silla, la cual rechinó un poco y se giró levemente por la inercia. —No lo comprendo Franco, ¿Qué te molesta de ellos?

—No creo una palabra de lo que dicen, ¿Amnesia? Vamos, podría haberse inventado algo mejor. ¿Y viste la ropa que llevaba ese sujeto? Es claro que proviene de la nación Oscura. Un tipo asi es un peligro para nuestro grupo.

Max, abrió una cajonera del escritorio y sacó un paquete de cigarrillos; procedió a ofrecer uno a Franco pero este lo rechazó con una negativa de su cabeza. Seguidamente, lo prendió y le dio un sorbo largo, que exhaló posteriormente en forma de grandes aros de humo.

—Un nombre puede inventarse fácilmente, cualquier idiota puede Franco. Pero inventar una enfermedad como esa, tienes que ser un chiflado, o decir la verdad. Me inclino a la segunda opción, por el momento.

—Está bien, pero ¿entiendes el riesgo que corremos al aceptar a alguien de la nación Oscura? Esos tipos no se andan con juegos, y ya viste como venció él solo a un bicho gigante.

Max volvió a exhalar humo, pero esta vez no salieron como aros, si no de forma irregular. —No estamos seguros de donde proviene ese muchacho, no juzgues a un libro por su portada, me parece que deberías saberlo mejor que nadie. Yo les di a ti y a tu grupo acceso a la nación, aún cuando no debería haberlo hecho, dado la extrema prohibición de abrir las puertas de noche debido a esos zombies "especiales" que les gusta pasearse en las penumbras.

—Y te estoy agradecido por eso. Solo te digo que le pongas un ojo ensima a esos dos, en especial al innombrable—dijo Franco, en tono despectivo, sentándose finalmente en una silla de madera inusualmente cómoda.   

—Lo haré, pero por ahora, serás tú quien lo vigile—volcó una gran hilera de ceniza acumulada de su cigarrillo, en un cenicero de vidrio transparente color rojizo muy agradable a la vista—. Pero ahora, quiero que me digas algo: ¿Ustedes ya se conocían?

—En efecto, si. Nuestro grupo se cruzó con él en la ruta de camino aquí hace unos días. La primera impresión que dio fue hostil; amenazó a punta de pistola a Samantha, quien no llevaba ningún tipo de armas, alegando que habría un grupo con ella escondido y...

—Y tenia razón—interrumpió Max, mostrando sus dientes en una sonrisa.

Franco guardo silencio un momento—Si... de todas formas, no nos pareció una conducta apropiada y lo dejamos ahí.

— ¿Lo dejaron solo en medio de la ruta?—preguntó Max con una notoria sorpresa—. Y según ese tal Zeta dijo, y corrígeme si me equivoco. La casa rodante en la que ustedes vinieron, era de él.

Franco apretó los dientes con un atisbo de rabia. —Sí, era de él. Pero de todas formas no lo dejamos varado sin objeto alguno, le dimos una carpa.

— ¿Y armas?

—No, sin armas.

El presidente arqueó sus cejas impactado, y dejó escapar una leve sonrisa, parece que se divertía con la historia. — ¿Y llego hasta aquí? Sin armas, sin vehículo y sin provisiones.

—No exactamente, Samantha se encargaba de dejarle objetos en el camino mediante unas cartas. El vehículo que trajeron es el que les dejamos en un pequeño pueblo a unos kilómetros de aquí. Como verás, no lo dejamos completamente solo.

Z El Señor De Los Zombis (Libro I) Versión ClásicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora