5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (V)

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—Respuesta equivocada—dijo seriamente el muchacho, y disparó.

Sam ante la sorpresa ahogó un grito y cerró los ojos en un acto reflejo; seguidamente escuchó varios disparos más, que por más que hayan sido pocos, no los llegó a contar del susto y el miedo. Contrajo sus músculos, y su estomago imaginando el dolor de una bala atravesándola. Pero abrió los ojos automáticamente al darse cuenta que ninguna había impactado en ella, y observó hacia su retaguardia como el grupo de zombies que la seguía ahora formaban parte del decorado de cadáveres que tapizaban las calles.

—Sube vamos, ¿esperas invitación? — preguntó el muchacho que manejaba, mientras guardaba su arma.

Samantha siguió en su lugar sin mover un musculo, el joven al observar su duda creyó pertinente darle una explicación, tanto a ella, como a su compañero que lucía igual de sorprendido y asustado.

—Dije, "respuesta equivocada"—comenzó a explicar dando vueltas con su mano, como restándole importancia a esas palabras—. Pero tu reacción fue la correcta—concluyó, con una sonrisa que inspiraba, o confianza, o locura.

— ¿A qué te refieres con correcta?

—A que si hubieses leído mi diario, hubieras reaccionado de distinta manera, créeme, esta era la mejor forma de cerciorarme. Cuando te pregunté sobre eso, me respondiste con otra pregunta, en vez de hacer lo que un mentiroso haría para salvar su vida; ocultarme la verdad y responder lo que quiero oír sin más, ignorando el peligro que corremos al estar aquí—el joven giró su cabeza en dirección a la calle por donde habían llegado; dos zombies gigantes doblaron de la esquina y comenzaron a correr rumbo al vehículo, seguido de una horda de zombies que iban tras las dos moles bestiales—. Dicho sea de paso, mejor sube ahora antes de que nos hagan puré a los tres.

La joven obedeció y subió rápidamente al asiento trasero; el joven maniobró el auto y quemó llantas a toda velocidad para alejarse lo máximo posible de la horda.

— ¿Por dónde? —preguntó el joven al volante.

— ¿Por dónde, qué? —contra preguntó Sam, desorientada.

— La nación Escarlata, ¿Dónde queda?

— ¿Vas a llevar a toda esta horda a la nación?

— ¡No, discúlpame! Ya mismo me bajo y los enfrento yo solo, a las trompadas. Vamos, ¡Ayuda un poco!

Samantha lo pensó dos veces antes de darles indicaciones a dos desconocidos; pero la situación no permitía otra salida, debía decirle la verdad.

—Sigue derecho, por esta misma calle. En la otra cuadra verás una escuela en la mano derecha, con un enrejado de seguridad y torres con centinelas. Seguramente ya nos vieron, por lo que ten cuidado de no hacer nada estúpido, o dispararán. Deja que yo baje primera al llegar.

El joven puso quinta marcha y aceleró a tope. El zumbido del motor fue subiendo gradualmente hasta llegar al punto máximo. Se alejaron considerablemente de las bestias, y un poco antes de llegar a las puertas de la nación, el auto derrapó sobre su eje y giró en un ángulo de ciento ochenta grados, quedando enfrentado a los perseguidores.

Sin perder tiempo, Samantha bajó del vehículo con los brazos en alto y comenzó a llamar a los centinelas de la nación alertándolos de los zombies que se aproximaban. Los mismos la reconocieron y se pusieron manos a la obra; un par de centinelas fueron directamente al despacho del presidente, un breve momento después, una luz roja ubicada en cada sector de las habitaciones comenzó a girar, sin efectuar ruido alguno, debido a que colocar una alarma auditiva lo único que ocasionaría seria atraer a más caníbales.

Todas las personas en la escuela comenzaron a movilizarse, los hombres subían al segundo piso en busca de armas y munición a la sala de armamentos; algunas mujeres y los ancianos ayudaban a los niños a refugiarse en las distintas habitaciones. Otras mujeres acudían con los hombres a ahuyentar el peligro.

Z El Señor De Los Zombis (Libro I) Versión ClásicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora