XLIV. Las paredes

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Narra Axel

—¿Estás bien?—la pregunto al ver que después de un rato no se mueve.

¿la habré hecho daño?

—Estoy en las nubes— suspira con una sonrisa en los labios que me tranquiliza en lo más profundo de mi alma, pero su tripa comienza a rugir con fuerza haciéndola sonrojar.—Perdón— balbucea avergonzada, haciéndome reír.

—¿Pizza?— la pregunto divertido levantándome buscando algo para taparme. Al ver que no contesta me giro confundido a mirarla, y cuando la veo con lágrimas en los ojos maldigo por lo bajo.

—No las había visto hasta ahora— se lamenta tapándose con la sábana.

—Son solo unas cicatrices— digo sin importancia antes de ponerme una camiseta que me queda un poco pequeña, y que por el olor es de Ivar.—¿Quieres pizza u otra cosa, pequeña?— digo con ternura cuando vuelve a rugir su estómago.

—Pizza y tarta de chocolate— dice mordiéndose el labio. Sonrió divertido y asiento.

—Vuelvo en un momento— digo antes de salir de la habitación. Cuando salgo me encuentro con una chica joven que en cuanto me ve salir de la habitación se sonroja y sale corriendo.

¿Qué le pasa?

Sigo mi camino hasta la cocina, confundido por las miradas que me lanzan algunas de las chicas que me encuentro. ¿Será por la camiseta?

—Hola...— digo entrando a la cocina encontrando a un par de muchachas y a Ivar.

Las muchachas comienzan a reírse divertidas haciendo que Ivar se mueva incómodo en su taburete.

—¿Necesita algo, señor?— dice una de las chicas mirándome divertida.

—Eh, una pizza, no se si tendréis alguna

—Si claro, en un momento la tiene lista— dice interrumpiendo me, sonrió en agradecimiento y ella se sonroja a la par que sus compañeras comienzan a reírse.

—¿Les pasa algo?— le pregunto a Ivar el cual se atraganta con el café, lo que le hace comenzar a toser descontroladamente.

—¿En serio lo preguntas?— pregunta incómodo, limpiando con una servilleta lo que ha manchado.

—Si, creo que me estoy perdiendo algo— digo incómodo levantando la mirada para ver a una de las chicas analizarme sin pudor alguno.

—Las paredes no son muy gruesas...— dice incómodo, haciendome fruncir el ceño confundido hasta que me doy cuenta a lo que se refiere.

—¿Cuánto se ha escuchado?

—Prácticamente todo, por toda la casa— balbucea incómodo, avergonzandome.

—Perdón, no nos hemos dado cuenta— me disculpo haciendole sonreir un poco.

—No pasa nada...

—Oye, no se si tu podrás ayudarme, pero me gustaría saber algo de mis hijos...

—Si no recuerdo mal, se fueron a vuestra antigua manada, para seguir con sus vidas, pero tu mujer no se encuentra muy bien según me dijo Leen.— me explica tomando un sorbo de café

—¿Teresa sabe sobre ellos?— le pregunto frunciendo el ceño.

—Si, ella se ha preocupado de que no les faltara nada. Y se preocupa mucho por la salud de tu mujer.

—Se llama Celia, no es mi mujer ya— digo incómodo.—¿Sabes algo del bebé?

—La están cuidando, pero Celia no se quiere hacer cargo de ella— dice justo cuando suena una alarma.

Mi ángel de ojos azulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora