CAPÍTULO XXXI. ÚLTIMA OPORTUNIDAD

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Si hay una cosa que las personas hacemos muy bien, es complicarnos la vida. O dejar que otros nos la compliquen de manera fenomenal, en cualquier aspecto. Y el miedo a equivocarnos, coadyuva a que seamos incapaces de tomar decisiones que nos ayuden a poner fin a tales complicaciones y luego estamos ahí, pasando la noche en vela, pensando una y otra vez y cuando llega el siguiente día, aún no logramos una resolución.

Con aspecto cansado, Danny preparó el desayuno para su hijo y luego de haber recogido algunos cuadernos y libros que habían quedado en la mesa el día anterior, lo llevó con su madre, prometiéndole compensarle y es que estaba demasiado distraído para atender lo que el pequeño decía. Subió a su Camaro, con el ingenuo fin de deambular y no pensar en aquella conversación. Lo malo es que tenía todo ese sábado para hacerlo, pues Steve había dicho que se verían el domingo.

Pero no pudo conducir por mucho y se estacionó cerca de una plazuela; más no salió del auto. Y por más que no quisiera pensar, la plática con el idiota se repetía de nuevo. Verse solo, sin otra distracción, no había sido buena idea, claro que no. La mente puede ser traicionera en momentos así, pues insiste en recordarte lo que se supone pretendes olvidar y en Danny, los recuerdos lo estaban poniendo en serios aprietos.

Y en algún momento de sus cavilaciones, se encontró riendo y preguntándose que es lo que estaba haciendo y el porqué estaba tan... ¿Enojado?, ¿triste?, ¿temeroso?, ¿con ganas de lanzar a McGarrett al océano atado a una roca gigante?

No había razón, era completamente absurdo.

Era absurdo porque ahora estaba en Los Ángeles, junto a su hijo, su hija era una muy buena que seguía adelante estudiando lo que amaba, y, afortunadamente, con la idea firme de aún no convertir a su amado padre en abuelo, lo cual Danny agradecía enormemente. Las cosas con Rachel estaban pacíficas. Su trabajo era agotador; pero por lo demás, todo iba bien. Su vida sentimental siempre había tenido altibajos y cuando aquello sucedía, una conversación con G. Callen servía mucho. Tener pareja para un agente federal de NCIS, quien debía mantener un perfil bajo, era uno de los temas complicados que todos los integrantes de esa unidad habían sufrido.

Aún así, su vida tenía estabilidad y tranquilidad más todavía, desde que no tenía a McGarrett cerca. Y en medio de tantos pensamientos, se presentó como una epifanía, y supo lo que debía hacer. Era lo mejor para todos y es que en realidad, no necesitaba pasar la noche sin dormir, ni darle tantas vueltas al asunto. O sentirse tan inseguro.

Lo único que debía hacer, era rechazar todo contacto con el Navy SEAL y seguir con su rutina. Fin del asunto.

Sí, así de fácil.

Pero lo cierto, es que no era fácil. Todo lo dicho por el otro hombre, lo había puesto en apuros. Y la razón es que logró recordarle a su necio corazón, que ahora había una posibilidad de poder empezar algo, una relación, aunque fuera a distancia. Además, Steve había asegurado, que no tendría problemas para mudarse y en todo caso, tendría que hacerlo, ya que Danny había decidido quedarse.

Pero Williams no estaba convencido. Sabía que tenía que dejar ir todo lo malo, para poder estar con Steve. Tenía que confiar en él y en hecho de que el idiota, no volvería a cometer los mismos errores y todo se volviera un sube y baja. De ninguna manera, quería una relación tormentosa, con Rachel había sido más que suficiente. Y de pronto, los recuerdos se arremolinaron en su cabeza, aquellos cuando se conocieron, las excursiones, los abrazos y aquellos "te amo" dichos en reiteradas veces. Y en contraste a ello, recordó también, el dolor de verle partir, de saberle con otra persona. ¿Qué haría si pasaba de nuevo? ¿Podría soportarlo y volvería a recuperarse?

— Maldición, Steve, ¿por qué te empeñas en alterar mi vida? —había miedo y temor fundamentado— Sólo debo decirle que regrese a Hawái y se olvide de todo. Así, él hará su vida como hasta ahora y yo seguiré con la mía.

Corazón FragmentadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora