EPÍLOGO

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El día era como siempre, es decir, cielo despejado y un clima caluroso. El mar estaba en calma y cualquiera disfrutaría ese día mirando el océano, con una muy buena cerveza deliciosamente helada en la mano, a la espera de que algún pez picara en el anzuelo, tal como aquel hombre en el bote hacía.

¿Qué podría arruinar el día?

La respuesta, es que puede hacerlo la noticia de que hay un maldito grupo de maleantes sueltos, que se dedicaba a asaltar embarcaciones con personas ricas a bordo y que adoran exhibir sus costosas joyas en todo momento. Por supuesto, no desaprovechaban si tenían la oportunidad de hacerse de una buena embarcación, venderla y adquirir una suma por él.

¿Y cómo desaprovechar esta ocasión, si el objetivo en la mira era un tonto haole que estaba solo en un muy bonito yate?

— Hola, amigo —saludó uno de los dos hombres que se acercaron en una pequeña lancha— ¿Tuviste suerte? —preguntó observando la caña de pescar.

— No, no todavía.

— Es porque no lo estás haciendo bien. Si quieres, mi amigo y yo te enseñamos —ofreció el otro, que no sólo era más alto, sino más corpulento que su compañero.

— Eh... Claro —aceptó el haole— Suban —aceptó y se dirigió a la conservadora, para sacar dos botellas de cerveza; pero al darse la vuelta...

— No hagas nada estúpido, si no quieres perder la vida —advirtió el más bajo, con un arma en su mano.

— Tranquilos —pidió la víctima— Pueden llevarse el yate.

— Lo haremos, gracias. Queremos también tu anillo.

— Lo siento, eso no puedo dárselos.

— No era pregunta —amenazó el hombre armado acercándose, haciendo que el otro retrocediera.

— No te preocupes, tu esposa lo entenderá —se burló el corpulento.

Apenas dicho eso, un musculoso brazo rodeó su cuello casi asfixiándolo. El otro, alertado, volteó dispuesto a disparar al intruso. Antes de que eso fuera posible, la supuesta víctima, ya lo había detenido por el brazo doblándose hasta hacerle soltar el arma. Seguido de eso, le dio un fuerte golpe a la mandíbula, dejándole en el piso muy atontado.

— Tardaste, ¿dónde estabas? ¿Disfrutando del agua y la compañía de los peces?

— Estaba cerca, Danno. Vi cuando se aproximaron y buceé hasta aquí, no iba a dejarte solo —aseguró, tomando una cuerda y atándole las manos al tipo atontando.

— Tienen las características que describieron. Definitivamente son dos de los ladrones ¿Lograste ver dónde está su embarcación?

— Vi una a unos kilómetros, la lancha flotó cerca y uno de ellos habló con uno de a bordo. Creo que atacaron a otra embarcación recientemente; parecían estar celebrando.

— Significa que tendremos que interrogar a estos dos.

— Arriba amigo —ordenó al tipo atontado— Vas a decirnos donde están tus secuaces, cuántos son y lo que han hecho con las cosas robadas.

— Que te lo cuenten los peces —bramó el hombre.

— ¿Aquel sigue vivo, Steve? —preguntó el rubio, refiriéndose al tipo inconsciente.

— Por ahora.

— Sólo necesitamos a uno para que cante como jilguero, a este podemos tirarlo a los tiburones.

— ¡No pueden hacer eso! —protestó de inmediato.

— ¿A no? —Danny mostró una placa— Five-O, amigo. Podemos hacer lo que queramos y cuando queramos.

Corazón FragmentadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora