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Narra Vanessa

Mi estado de ánimo había mejorado en los últimos tres días, el plan de Zac de sacarme del Sur había funcionado. Por un correo me enteré de que mi mamá ya se había regresado a Nueva York y por otro que sí le daría el dinero a Austin. Suspiré de resignación, al menos este ultimo cumpliría con su parte ahora que tenía mi confesión y los dólares.

Iba camino al bar para hablar con Alexandra, Zac había conseguido que me reservara un espacio en su complicada agenda; me imagino que solo quería humillarme y decirme que ni de broma me aceptaría de nuevo. Pero no estaba en posición de ponerme arrogante, no tenía dinero para comer y ni Zac ni Miley podían destinar sus ingresos a mí. Y tampoco tenía un curriculum en mi nueva vida que empatara con una vacante de otro lugar.

Me senté en la banqueta al darme cuenta de que todo seguía cerrado. Lancé un quejido al pensar que la estúpida me iba a dejar plantada. Miré mis uñas, hice ejercicios con la cabeza y me recosté en mis piernas. En medio del aburrimiento, un movimiento en la esquina de la calle llamó mi atención, hasta ese momento no me había percatado que dos hombres de aspecto extraño daban vueltas enfrente del bar y se reunieron con otro par algunos pasos ahí. Primero pensé que yo era su objetivo, pero recordé que yo no era atractiva para un atracador. La camioneta de Alexandra apareció enseguida y una motocicleta que venía detrás de ella se unió a la reunión de los jóvenes que no dejaban de mirarla.

La mujer a la que había visto por ultima vez con casi dos botellas de alcohol encima se bajó de su coche, tomó su bolsa y me regaló una mirada de abajo hacia arriba mientras yo me sacudía las nalgas después de levantarme. La seguí a paso veloz a su oficina, asustada de que en cualquier momento se metieran al bar.

—Gabriella, la ultima vez que te vi...

—¿De donde vienes? —pregunté asustada.

Frunció el ceño, soltó una risita y me miró incrédula.

—¿Disculpa?

—Hay 5 hombres afuera que al parecer te venían siguiendo.

Su piel se puso más blanca de lo normal y se aferró a su escritorio.

—Del banco, ¿había uno en moto? —asentí—sentí que me siguió desde que salí, pero pensé que era una paranoia mía.

—Dos estuvieron caminando por aquí—agregué.

—Tengo que llamar a la policía—dijo para sí misma y tomó su celular.

—Espera—tomé su mano—tú llama a la policía y yo los distraigo.

Giró su cabeza para mirarme  sin entender.

—Préstame tu camioneta, cuando me sigan y venga la policía no tendrán escapatoria.

Dudó unos segundos antes de aventarme sus llaves.

—¿Sí sabes manejar? —preguntó

—Obviamente—torcí la boca

—¿Por qué me quieres ayudar?

—Uno porque no quiero que vengan a matarnos por tu dinero, dos porque si viene la policía nos meteremos en problemas porque soy indocumentada y tres porque quiero mi trabajo de vuelta.

Con un gesto de incomodidad se levantó y llegó hasta mi lado para arrebatarme sus llaves.

—Tú los trajiste, ¿verdad?—me reprochó—son tus amigos del Sur y montaste todo esto para chantajearme.

Rodé los ojos.

—No seas ridícula—me quejé—tengo muchos problemas en mi vida como para que se me ocurra algo así. Además, de las 2 tú eres la que ha tenido más planes maquiavélicos.

Cuando te encontréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora