ᴅᴏᴄᴇ: muerto

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Después de haberle dado vueltas toda la noche al tema, hoy tenía pensado contarle a su madre sobre Zayn, aún sabiendo que lo más probable es que no le agradará. Pero también estaba la otra cara de la moneda. Aunque tal vez esta última fuera solo creada como modo de compensación.

Como cada mañana esperó un te quiero, como cuando vivían en el pueblo y recibía un poco de su "amor". Desde que habían llegado a la ciudad no había escuchado nada lindo venir de su boca, parecía que no le importaba nada que tuviera que ver con él. Como las citas con su psicólogo, ahora tenía que contactarse con él.

No había una razón en específico por la cual él hubiera tomado esa decisión. Tal vez era que deseaba tener a quien contarle lo que le hacía feliz. O recibir aquel consejo que una madre le daba a su hijo cuando comenzaba algo nuevo.

Sabía que las probabilidades de que reaccionara bien eran bajas, lo tenía muy en claro, pero al menos haría algo más que ponerse a llorar por la falta de amor y comunicación que existe entre ellos.

Bajó a pasos tontos en busca de alguien, vio a su madre en el patio trasero fumando, pero se echo atrás ante la idea de hacerlo de una vez. Negó caminado lejos de la puerta que daba hacia el patio.

Era muy pronto.

Y en la sala su abuela veía la repetición del partido de fútbol que solía ver con el abuelo. Se suponía que había sido uno de los mejores partidos que habían visto en su juventud, por ello habían decidido dejarlo para revivir buenos tiempos. Según lo que había entendido.

Se sentó a su lado recargando su cabeza en su hombro mirando la foto de su abuelo que colgaba en la pared.

—¿Qué tienes, cariño?

—Nada. 

—Ese "nada" te tiene pensando mucho últimamente. ¿Es que se debe a un chico castaño y enano que viene por ti cada mañana?

—¿Conni? ¡No, abuela! Sabes que Connor no me gusta. —Se alejó con los brazos cruzados sobre su pecho escuchando la risa escandalosa de su abuela. —No juegues, sabes bien quien me gusta.

Y bien que lo sabía, pero a la señora le gustaba molestar a su nieto.

—Y que prometiste llevarme contigo al parque hoy a conocerlo.

—¡Eso no es cierto! Abuela, no estoy listo para que te conozca.

—¿Es que te avergüenzas de esta mujer? —Preguntó ofendida. La mano en su pecho y su agarre en el control remoto asustaron un poco a Liam, el cual negó veloz.

—¡Lo digo porque apenas llevamos  unos días!

—Necesito cuidar de que nadie le hará daño a mi nieto. Eres un bebé, Liam. Entiéndelo.

—Estoy a nada de cumplir dieciocho años. —se quejó.

—Y a mí me vale verga, muchacho. Así que me llevarás o no vas. —advirtió.

Liam rodó los ojos sin mirar su rostro. No le molestaba, en parte, pero no quería llevarla. Era muy rápido y, y, rápido.

¡No lo sabía! Sólo que no quería. Y no había nada de malo en no querer algo.

—Borra ese puchero de tus labios, mocoso. Sabes que soy inmune a esas cosas. —Liam puso sus ojitos de cachorro y el aleteo en sus ojitos. —Iré.

—Otro día.

—No.

—Otro día —dijo alargando la última a, seguido de sus manitos acariciando el rostro de su abuela.

𝐀𝐋𝐅𝐀 𝐘 𝐎𝐌𝐄𝐆𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora